Se muestran los artículos pertenecientes a Diciembre de 2015.
Alifafes

Alifafes
Estas notas
debían de tener por título:
“Alifafes”.
Por primera vez
__ médicos mediante
y el ojo avizor de la familia__
he decidido escuchar
mi cuerpo
que me acompaña
como un perro
desde siempre…
He vivido a su sombra
solo de luz mis ojos
asombrados
y siempre al despertar
se me rebela / revela
( con “v” o con “b”,
lo tengo que decidir cuando
lo lea)…
Y es por la mañana,
cuando apenas abro
pesadamente los ojos
mi cuerpo se revela ( con “v”)
más despierto y charlatán;
crujen como cuadernas secas
mis huesos en el casco
y en las sentinas
se revuelven en fragor de marejada
las piedras del lastre
las entrañas,
cargamento desatado
difícil de estibar
y un rumor como de toneles
que ruedan en el sollado
de proa a popa…
Inicio el desembarco
Por la borda de estribor,
El pie al suelo.
Toco fondo esta vez:
Una primera contracción
muscular
y un tirón en el gemelo
__ tensión de cabos
y jarcias sin arriar__
¡izado…! Uno , dos,
Marejada mi cabeza,
no todavía no.
Mis vértebras se aprestan
como una cremallera:
cervicales, dorsales, lumbares,
Todo en orden…
__ el grumete aparece bajando
de la cofia,
nada que avizorar__
El espacio se compone como siempre:
familiar y conocido,
un paso en falso
y ahí es donde más me duele
al entrar en la ducha
he visto un pequeño rastro de sangre
en una uña.
Esto no estaba en el programa:
Tomo nota.
Mariano Ibeas 16 / 11 / 2015
EL OLENTZERO

En el País Vasco la tradición quiere que los regalos de Navidad los traiga el Olentzero, un personaje que a veces se trastoca con el “carbonero” o “el hombre del saco” que asusta a los niños o les regala carbón cuando no son buenos. Como casi es tradición, traigo este cuento aquí para desearos una feliz Navidad... y recordaros que este blog cumple ya DIEZ AÑOS.
EL OLENTZERO
Se despertó despacio, se incorporó a duras penas, se sacudió de un manotazo la nieve que le cubría la cara y le nublaba la vista y sintió un fuerte dolor de cabeza, una extraña sensación y el acre sabor de la madera; se rascó con parsimonia el colodrillo por debajo del gorro rojo de lana, miró alrededor e insistió de nuevo como frente a un espejo, explorando todo su corpachón con manos torpes..., se quitó las manoplas, y comprendió que algo no encajaba ni en el paisaje alrededor, ni en su cabeza: tenía un chichón considerable y restos de sangre reseca en la frente; estaba sentado en el suelo, bajo un abeto, sobre la nieve, sucia de restos de carbón; uno de los renos le miraba fijamente con cara estúpida sin dejar de rumiar.
Le pareció un poco ridículo el disfraz rojo que llevaba, con los puños, el cuello y la orla de armiño bastante deslucidos por el uso; aunque sólo fuese una vez al año, pero no había manera de convencer a la jerarquía de que cambiasen el color del uniforme; había que morir al palo.
Había sido un día muy ajetreado, y luego se prolongó en una larga velada en el albergue, el calor de la chimenea, con la conversación distendida
y feliz de los parroquianos y el licor de bayas rojas, _ demasiado licor de bayas rojas_ y ya sólo le quedaban unos pocos regalos de Navidad por repartir...
¡Regalos!; se puso de pie con rapidez, todavía inseguro recuperó las riendas, el trineo volaba sobre la nieve... pero algo no encajaba en su cabeza; consiguió reunir las piezas del puzle: demasiadas manchas de carbón, algunos paquetes de regalo abiertos... unas huellas de pies humanos que se alejaban en la nieve, más restos de carbón de encina, polvo de cisco para el brasero...
Suspiró profundamente y se resignó sin encontrar respuesta.
¡Había que cumplir un año más!
... Y por fin, esa noche, también los hijos del carbonero tuvieron verdaderos regalos de Navidad.
Mariano Ibeas
¡ FELIZ NAVIDAD !
Este blog ha cumplido 10 años

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