DE SAL
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cerrar los ojos
rasgar la cortina de polvo
ahogar la voz
y encerrar el grito
entre los escombros de la casa
dejar la piedra en paz
reposar la honda
guardad en el bolsillo
enjuagar la sangre
y las lágrimas
esperar laluz una vez más
de amanecida
juntar las manos
elevar las palmas
mezclar la maldición
y el murmullo entrecortado
entre los labios
aprestar el oído
a la llamada del almuédano
acallar el ruido de cadenas
y el chirrido de las excavadoras
que retumba en el cerebro
y salir a morir
inmolado
envuelto en dinamita
con la esperanza de una patria
prometida por Alá
en un rincón del paraíso.
Mariano Ibeas
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