CUANDO MI PADRE PINTABA...
CUANDO MI PADRE PINTABA…
De Ángela Figuera Aymerich
Para Ana, y José Ángel, y Martín y Elene,
que me regalaron su amistad… y un libro.
Cuando mi padre pintaba yo era apenas
una oscura ardillita merodeando en su torno.
Mi padre era ingeniero. Con los ojos profundos
fuerza de difícil y exacta matemática.
Era magro y esbelto. Yo no sabía entonces
que mi frente morena era igual a la suya.
Mi padre me gustaba. Llevaba un gran bigote
ya pasado de moda, con auténticas guías
dulcemente afiladas.
Cuando las colegialas, a la hora del recreo,
presumíamos, bobas, de papás y juguetes,
aquel largo bigote tuvo más importancia
que un surtido de cromos o un muñeco de china.
Mi padre era ingeniero y amaba los paisajes.
Quería capturarlos en rectángulos breves
y llevarlos consigo.
Cuando íbamos al campo o al mar, en vacaciones,
meticulosamente, sabiamente, pintaba.
Y era un gozo asombrado contemplar la obediencia
con que todo acudía y quedaba ordenado
en el lienzo tirante.
(Cuando mi joven padre pintaba, sólo entonces,
fumaba en pipa. A veces silbaba por lo bajo,
desafinando mucho, romanzas de zarzuela.)
Cuando mi joven padre pintaba sin astucia
era profundamente consolador y cómodo
ver un árbol honesto pareciéndose a un árbol.
Era terriblemente positivo y seguro
ver las vacas rollizas ilustrando los céspedes,
caseríos de blanca chimenea humeante,
y era lindo mirar cómo el sol se ponía
agotando los tubos de carmín y cinabrio
sobre un mar de esmeraldas y encajes de bolillos.
Todo era claro y dulce porque, amigos, entonces,
cuando mi joven padre pintaba, yo era sólo
una ardilla inocente sin malicia ni versos.
“Esto es todo. Nada especialmente interesante.
Estoy convencida de que mi biografía carece en absoluto de importancia.
Excepto para mí, claro”.
(Ángela Figuera, de una introducción a la antología
“Poesía femenina española” de Carmen Conde)
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