SI HACE FRÍO, HAY SABAÑONES...
SI HACE FRÍO, HAY SABAÑONES
Y siempre hacía frío, mucho frío … en invierno, claro; la escarcha y el hielo estaban por todas partes, el suelo se volvía resbaladizo, era al mismo tiempo un riesgo y una bendición; cualquier calle en cuesta se podía convertir en un tobogán y patinar en el hielo era una delicia.
Los chupones __ nosotros les llamábamos “chuzos” que se formaban en las tejas de los cobertizos eran nuestras espadas de Darth Vader, __algo que por supuesto ni se podía soñar en ese momento, porque vendría con el cine muchos años más tarde. La diversión estaba en la calle y cambiaba con el tiempo. Los juegos y los juguetes variaban al ritmo de las estaciones; en invierno, los chuzos y los combates de bolas de nieve, los patinadores… en primavera los pinchos, las canicas o las tabas, el aro, las carreras, el marro o la tula, la pelota, “los tres navíos en el mar”, en verano las expediciones al río o los frutales, en otoño idem de lo mismo, vuelta al colegio y vuelta a empezar…
El “pincho” era una actividad bastante salvaje. Consistía en trazar un círculo, hincar unos palos aguzados por turnos, en una zona de tierra blanda o de barro; el palo que se conseguía derribar se lanzaba con otro palo lo más lejos posible; el dueño debía ir a buscarlo corriendo y volver a hincarlo de nuevo mientras se contaba el tiempo de “castigo” y así hasta que alguien dominaba a todos los demás. También estaba la “tija” otra variante también con palos, ambos juegos peligrosos evidentemente.
No había cine, ni TV, sólo una radio que carraspeaba y presidía en una estantería en el comedor bajo cortinillas de cretona; la información era la del “parte nacional” y los otros programas, los de entretenimiento, por ejemplo, eran casi incipientes… los demás una publicidad ingenua y cansina, discos dedicados, o algo que ni remotamente entendíamos, como las cotizaciones en Bolsa: “Eléctrica Fenosa, repite cambio”, desgranadas con una monotonía semejante a la del rezo del rosario… Por eso, mientras podíamos jugábamos en la calle.
El frío y los sabañones eran el fruto doloroso del invierno, las manos sobre todo, pero también los dedos de los pies y las orejas se enrojecían, se hinchaban y luego reventaban en unos abscesos que picaban, que nos rascábamos con fruición y solo mucho más tarde supimos que en realidad eran congelaciones superficiales. La miserable estufa de la escuela no llegaba a paliar los síntomas del frío. Siempre estábamos helados.
Los consejos de las madres eran tajantes, no os mojéis las manos, no metáis los pies en los charcos, no cojáis nieve, etc., etc. ¿Y cómo entonces íbamos a mantener las batallas de bolas de nieve?
Mariano Ibeas
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