LA FOTO
Siempre había deseado tener un caballo de cartón, uno más grande, tamaño natural a ser posible.
Sin embargo, el que me llegó por los Reyes de aquel año era menos que un cordero recien nacido, un caballo diminuto de juguete, subido en una plataforma sobre cuatro ruedas, ni siquiera un caballo balancín en el que columpiarse blandiendo la espada de madera.
Nada de eso; podía arrastrarlo de las riendas, pero, cabalgar sobre él, ni soñarlo, me estaba formalmente prohibido.
Hasta que llegamos al estudio del fotógrafo.
Mi prima Conchi se disfrazó de andaluza con traje de farales y peineta, yo de corto, y los dos, ella y yo, subimos en aquel enorme caballo de cartón con la ayuda de una escalerilla de tres peldaños. Era, según el fotógrafo, la viva estampa de la romería a la Virgen del Rocío.
Los dos miramos a la cámara, ella sonriente y yo feliz.
Mariano Ibeas
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