ÁGATHA (II)
ÁGATHA (II)
¡Había pasado tanto tiempo!
Había perdido casi el rastro de Águeda, a no ser por los comentarios de las vecinas aquí y allá, cazados al vuelo. ¡Las malas lenguas!... ¡Las malas lenguas!
Precisamente por evitar las malas lenguas y sus comentarios, la puso pronto a servir en casa de “La Marquesa”; no era cuestión de tenerla en la rectoral, como le había pedido encarecidamente su hermana desde el pueblo. “¡Que no se me pierda, César, que no se me pierda!”
Y allí fue donde empezó todo, o terminó todo, según se mire, sirviendo en casa de “La Marquesa”, la viuda rica y beatona, con un hijo calavera que la desgració, primero con regalos, halagos y promesas y luego por la fuerza… y la perdió para siempre.
No se lo pudo perdonar, seguramente, su hermana desde el pueblo, ni siquiera después de muerta.
__ ¡Si era una chiquilla, una inocente, pero tan alegre, tan fresca y desenvuelta!
***
Don César se puso soñador y volvió al libro, no leía, no rezaba, no podía; la letra extremadamente diminuta sobre el papel-biblia del “Breviarium Romanum” se le resistía, aunque se sabía de memoria la mayor parte del Oficio Parvo, digamos el ordinario, porque el resto lo adivinaba:
“Die 5 Februarii, Sanctae Agathae, Virginis et Martyris… in vesperis”
Ese no era el problema, el problema era el pasado que regresaba, y un nombre y una imagen recurrente, y las palabras latinas como un eco __“mamillarum mearum”__ como una losa, que le pesaba sobre los hombros, una losa que a ratos le hundía en una ensoñación beatífica y otras, como un pecado imperdonable, le aplastaba…
(Continuará)
Mariano Ibeas
Nota: la misma que ayer.
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