CHILLIDA LEKU (I)
Recuerdo mi primera visita a Chillida Leku en Hernani, en una luminosa mañana de verano; hacía tiempo que quería hacer esa visita.
El espacio Chillida era un regalo, un lugar de paz, un espacio sin tiempo, o mejor un espacio con tiempo congelado. Y ahora amenaza con el cierre, porque la familia, propietaria del espacio, no puede mantenerlo.
Pasear entre las esculturas, acariciarlas incluso, buscar de cerca y de lejos diferentes perspectivas, jugar con el aire, con el césped, con los árboles, con la piedra fue una experiencia única; me sentía formando parte de la obra, o mejor dicho, integrado en la obra, dentro y fuera al mismo tiempo, yo en el espacio, yo llenando el vacío, yo sintiendo el vacío… y siendo el vacío.
Me sentía vacío y lleno al mismo tiempo, en plenitud, en silencio…
Hasta que conocimos al jardinero.
Chillida, que unos años atrás era ya un hombre ensimismado, encerrado más tarde en su propio espacio, concluso por el alzheimer, cuyas cenizas reposaban allí mismo al pie de un árbol no estaba en el silencio.
Pudimos oír su voz , a través de la de su humilde compañero de batallas durante muchos años; en un castellano difícil y trabajoso con unos ademanes y un estar de anciano “cashero”, el viejo jardinero que ocupaba una casilla humilde en el propio espacio, había sido ayudante, confidente y colaborador necesario en la obra del escultor.
Nos lo contaba con la sencillez y la humildad del que ha vivido mucho, ha observado mucho, ha callado mucho y ha aprendido de la vida; el antiguo trabajador de la madera, de la piedra y del hierro destilaba pausadamente su vida con el maestro, su admiración sin restricciones. Nos llevó bajo el árbol, un roble, creo, junto a las raíces donde reposan las cenizas del escultor, otro espacio Chillida, por supuesto, donde él quiso ser enterrado, en el lugar que soñó con su mujer y su familia.
Recogimos una flecha extraviada quizás por alguno de sus nietos que jugaban por ahí junto a la casa familiar; los imaginábamos en verano, después del cierre del museo, jugando a indios y vaqueros, posiblemente entre las esculturas del espacio, y a su abuelo siguiendo embelesado o participando de su bulliciosa alegría. Es la imagen que me gustaría guardar y recordar mucho tiempo.
Aprendimos mucho del maestro también ese día y sobre todo de su humilde ayudante, el jardinero de Chillida Leku.
Mariano Ibeas
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