LA PRIMERA BIBLIOTECA
LA PRIMERA BIBLIOTECA
No era propiamente una biblioteca, era un armario aparador con dos cuerpos y una repisa en medio. En la parte de abajo se encerraba con llave el material de clase: la tiza, las plumillas, la tinta, las gomas, lapiceros, las pizarras y los pizarrines__ los de pizarra y los “de manteca” para unas pizarras más baratas de cartón encerado__, los secantes… Por cierto, la pizarra grande de pared, no era una pizarra de pizarra, se llamaba también “encerado” y era también de cartón encerado…
Los secantes los regalaba Tinta Pelikan y eran generalmente de color verde con dibujos de enanitos en el bosque que manejaban útiles de escribir, plumillas, tizas, palilleros /paliceros o tinteros de la citada marca. El resto, los materiales de uso particular__ casi todos menos la tiza__ los vendía la maestra y teníamos que traer el dinero de nuestras casas, por eso había que ser cuidadosos; una pizarra rota no era fácil de reponer…
La repisa del armario aparador, era el soporte para una fotografía de una imagen enmarcada de un santo, el Patrón del nombre de la maestra: “San Prudencio, patrón de Vitoria” La maestra se llamaba Doña Prudencia.
En la parte superior del armario aparador __ cerrada con llave__, estaban los libros, era nuestra biblioteca. A veces, sobre todo por la tarde me tocaba leer un fragmento del Quijote, a voz en grito, porque así se hacía todo; la maestra de mala gana me corregía de vez en cuando y me hacía parar en las pausas; otras veces era un fragmento de “Cien figuras españolas” y yo me deleitaba con aquellos nombres ridículos “: Trajano”, “Viriato”, “Álvar Núñez Cabeza de Vaca”, “Hervás y Panduro”, ( para mí “hierbas y pan duro”), pero la maestra no aguantaba ni la más mínima risita. La vara de sauce o avellano que tenía en el rincón se ponía en danza y repartía justicia a diestro y siniestro.
Me gustaban la aventuras de Luisito y su viaje a Barcelona; “Lecciones de cosas” se titulaba el libro de Joaquín Pla Cargol, De la Editorial Dalmau Carles de Gerona . Luisito conocía el ferrocarril, veía el mar y los barcos, visitaba una la imprenta o una fábrica… y yo soñaba con él en la distancia desde un lugar de Castilla, que no tenía ni mar, ni trenes, ni barcos…
Al final de la estantería quedaba la “Gramática”, pero esta es ya otra historia.
Mariano Ibeas
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