EL SUEÑO DE LA RAZÓN (DOS)
EL SUEÑO DE LA RAZÓN (DOS)
Mariano Ibeas
Fue la señora que realiza algunas faenas en la casa quien la encontró,
de buena mañana, tendida en el suelo del estudio, en un revoltijo de muebles, cuadros desgarrados y sangrientos, manchas de rojo y sangre, mucha sangre… por eso la único que hizo fue gritar y salir despavorida al rellano de la escalera.
El portero, que acudió de inmediato, observó más despacio: nada de sangre, sólo óleo, toda la gama de rojos posibles: rojo burdeos, bermellón o cinabrio, carmín, almagre o almazarrón, manchas y churretones de rojo, pero ni rastro de sangre. Sin embargo no podía descartarse la violencia: los cuadros rajados, los muebles, los pinceles rotos.
Los enfermeros que la trasladaron al hospital tuvieron que emplearse a fondo; fue bastante laborioso reanimarla, acomodarla en el ascensor… no podía descartarse nada de antemano.
El portero se hacía cruces: ¿qué podía haber ocurrido la noche anterior.?
Conocía a Pilar desde hace años, había quemado, siguiendo sus órdenes, muchos de los cuadros fallidos en la caldera de la calefacción… y ahora tenía remordimientos, aunque alguno se había salvado de la quema; envueltos en papeles de periódico recogían polvo en el cuarto del carbón.
Las primeras pistas que daban los personajes de los propios cuadros se fueron descartando: un supuesto amante frustrado, un marchante, un crítico o un cliente vengativos, la ambiciosa viuda de su hermano… aquello no tenía salida y había que buscar por otro lado.
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