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EL TOUR MALET...

EL TOUR MALET...

El parto del Tourmalet

PEDRO HORRILLO 14/07/2011

 

Dos chavales -de 15 y 17 años respectivamente- observaban el cielo en la noche estrellada del Tourmalet. Las estrellas, infinitas, muchas más de las que nunca hubiesen imaginado que existían, colmaban la atención de las retinas de estos dos críos. Noche al raso en la falda de la gran montaña, a cerca de 2.000 metros de altitud y totalmente alejados de los puntos de contaminación lumínica. Un panorama que dejó un nítido recuerdo en las impresionables miradas de estos dos críos. Unos críos que no sabían que pocas horas después estarían en el preciso lugar y en el preciso momento en el que se produciría el nacimiento de una estrella más. Testigos involuntarios de un suceso que, luego se vio, tuvo trascendencia en sus vidas.

La oportunidad les llegó por parte de unos amigos del barrio. Año 91, julio, Tour de Francia. En Ermua, un pueblo de Vizcaya cercano a Bérriz -patria de Marino Lejarreta- ya se respiraba ambiente Tour. Un grupo de amigos se organizó improvisadamente y se animaron a partir con sus mochilas al encuentro del Tour, así que qué mejor destino que el Col del Tourmalet. Donde caben dos caben tres, así que por qué no sumamos a la excursión a esos dos chavales del barrio que siempre andan con las bicis de arriba abajo, dijo uno de ellos. Dicho y hecho, y allí que nos fuimos con la ilusión desbordada y sin saber con lo que nos íbamos a encontrar.

El joven era Igor Astarloa; el mayor era yo. Dormimos al raso por primera vez en nuestras vidas aprovechando el hueco entre dos coches. Y si las estrellas nos impresionaron, más lo hizo aún lo que descubrimos al amanecer, un paisaje inédito para nuestros ojos: el observatorio de Midi di Bigorre como fondo de un grandiosa perspectiva de crestas de altas montañas, con la banda sonora de los torrentes de agua que resonaban a nuestro alrededor.

La espera la ocupamos -como era de rigor- en la agradable tarea de convertir el negro del asfalto en el escaparate de nuestros deseos. Aúpa Marino, el héroe local. Aúpa Gorospe, pintaba otro, aunque Julián no estaba en ese Tour. Aúpa Perico, también de vez en cuando, cómo no. Aúpa Lukin, ponía otro con insistencia, pues no en vano el corredor del equipo Reynolds era de su mismo pueblo.

Y de vez en cuando un Aúpa Indurain que luego se convirtió en un clásico, pero por aquel entonces era una pintada más discreta, muy al rebufo del mítico Aúpa Marino. Indurain era aún ese joven corredor del que todo eran buenas palabras, pero aún pocos hechos. Indurain es el futuro, se decía entonces; pero nosotros bastante teníamos con disfrutar del presente, en nuestro primer contacto con la Grande Boucle, esto es, Perico, Lemond, Roche, Fignon, o incluso Chiappucci, el héroe de la edición anterior.

Y tras la caravana llegó la carrera, nunca olvidaré aquella impresión. Chiappucci, Indurain, Hampsten, Mottet y Bugno pasando como rayos por delante de nuestros ojos. Más tarde el líder Leblanc, después Perico....

Y tras la avalancha, bajamos corriendo hasta el primer bar en el que encontramos una pantalla de televisión. Nos encontramos con la sorpresa de ver a Indurain con Chiappucci soldado a su rueda camino de Val Louron. Allí iba a nacer la nueva estrella, y nosotros fuimos testigos del parto en el Tourmalet.

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