COSAS QUE VEO...
 
								
				
				La exposición - instalación de Pilona Vicente, por ejemplo; lástima que ya se cerró hoy:
Esto dice de ella el catálogo (según Fernando Malo):
Pilona Vicente, como la mayoría de los artistas “en cuerpo y alma”,  tiene creado su paraíso propio, paraíso cambiante que día a día se va  transformando, como la vida, y siempre viviendo en el hoy, cosechando el  día, “Carpe Diem”.
En palabras del Dalai Lama: 
“Sólo existen  dos días en el año en los que nada puede ser hecho.
Uno se llama  ayer y el otro mañana.
Por lo tanto hoy es el día ideal para amar,  creer, hacer y principalmente vivir.”
Adentrarse en su paraíso no  es difícil, ella abre las puertas con una sonrisa que abraza, y te deja  bucear por sus secretos. De la mano de Pilona puedes descubrir los  colores del otoño, las fuentes de agua eterna, sonrisas de cocodrilo,  plantas exuberantes, juguetes con alma…
Con la humildad y  laboriosidad de un ser delicado, desde su rincón mágico del barrio  zaragozano de Torrero, la artista, crece y se expande con su obra. En  esta ocasión su obra crece hasta el tamaño natural.
El mandil  naranja salpicado de arco iris está en plena creatividad: pinceles, sube  y baja la escalera, cartones enrollados, cinta adhesiva, un par de  caladas, objetos y modelos reales, un pacharán compartido,… todo a  tamaño natural. 
Los momentos se van deteniendo según la voluntad de  Pilona a través de su pincel, de la misma manera que el objetivo de una  cámara fotográfica congela las imágenes con su obturador. 
Amante  del recogimiento, de la observación silenciosa, de los rincones con  historia, con solera, la artista despliega sus cartones en el Torreón  Fortea, espacio singular de nuestra querida Zaragoza, la Zaragoza  pateada que ella tan bien conoce. Ese casco antiguo, esa plaza San  Felipe, esos comercios humanizados, con mostrador reluciente y  dependiente con guardapolvo,…, ¡cuantas historias a la sombra de la  Torre Nueva! 
Ahora este Torreón construido en el siglo XV, se  convierte en el escenario de la obra de Pilona y además nos aporta el  sabor a mudéjar ecléctico.
Se abre el telón y cada rincón del  escenario comienza a contarnos historias y a transportar sensaciones,  recordando al espectador dónde está. Se siente el paso del tiempo, el  silencio de los objetos. Se pueden contemplar todavía las telas de la  antigua tienda zaragozana, entre libros y cajas o reposando en una  silla.
De la mano de la artista seguimos paseando por su íntimo  paraíso, se respira la melancolía del otoño, el homenaje al vino,  evocador de sus ancestros más cercanos.
Continúa la función entre  hornacinas, arcos, plantas y azulejos mudéjares. La simbología de los  sombreros, de cajas y maletas (¿llenas o vacías?) que nos invitan a  viajar al paraíso imaginario allende los mares o a las orillas del Canal  Imperial de Aragón compartiendo el jardín de su casa, sus árboles y  setos de paredes perennes, fuentes y azulejos con el reflejo mágico del  agua.
Como colofón del paseo, la artista nos invita a darnos un  baño en su piscina, junto a ella y a sus amigos, todo un reflejo de   hospitalidad, de sus ganas de compartir y de humanizar el arte.
Nos  podemos zambullir en un paraíso creado para el placer de vivir, de hacer  vivos los sentimientos, de disfrutar del entorno.
El entorno se  ha convertido en montaña: “Si la montaña no viene a mí, yo voy a la  montaña”; el trampantojo, la pintura mural en forma de montaña onírica  nos traslada al Paraíso de Pilona, sin despegar los pies del suelo…
Podemos  verlo todo a tamaño natural.
Los datos y la foto están tomados de:
http://fernandomalo.blogia.com/
Fernando Malo, 2010.
 
       
		
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