VEINTE MODELOS ( DE ESCRITURA ) PARA ARMAR
XI.- Sapo, verraco, asesino, espejo
Eran éstas sus palabras favoritas y sabían pronunciarlas en una extraña lengua.
Aparecían en sus bocas, y luego desaparecían como una larga cola de roedor en un agujero del granero, o una culebra de agua en la orilla del arroyo.
Nunca entendiste nada, ni el cómo ni el porqué de semejante historia, y nunca preguntaste por ella. Era un secreto entre ellos dos y de vez en cuando tendían su mesa de trileros y las palabras, como las bolitas que aparecían o desaparecían ante tus narices y tus ojos asombrados, llegaban de nuevo a tus oídos.
Sus bocas y sus labios pronunciaban las palabras con nitidez y vehemencia; surgían como insultos, como jaculatorias, como invectivas, como imprecaciones o como blasfemias. Tú no entendías nada, nunca entendiste nada, pero te quedaron como una huella, como las icnitas de los dinosaurios en la arcilla blanda, millones de años enquistadas en la roca. Recuerdas que un viejo profesor de latín os contaba que las palabras, como la energía, nunca desaparecen una vez pronunciadas; se expanden en el éter en círculos concéntricos; si fuésemos capaces por medio de la técnica de recuperarlas, podríamos volver a escuchar, de la misma boca de Cicerón, alguna de sus “Catilinarias” en vivo y en directo; yo creo que no nos convenció a ninguno, ni nos ayudó con el latín, pensando en el futuro, pero no dejaba de tener su atractivo como teoría. Las palabras que oías no tenían sentido, pero no quisiste olvidarlas sin embargo, y las repetías como un mantra, desde entonces.
Hasta que recuperaste años más tarde con un abrazo al amigo y empezaste por el final: “espejo, asesino, verraco, sapo.”
MARIANO IBEAS
3 comentarios
Mariano Ibeas -
Mariano Ibeas
Mariano Ibeas -
Un abrazo.
Mariano
Javier -
Te seguiré leyendo.
Saludos.