EL CÍRCULO DE TIZA...
Y aquí se cierra (pprovisionalmente) el “CÍRCULO DE TIZA”
¿ Qué aprendíamos en la escuela?
Buena pregunta que no tiene fácil respuesta. Entrábamos a los cinco o seis años y una parte importante del aprendizaje se realizaba hasta los siete, la “edad de la razón y de la primera comunión” por lo tanto la alfabetización y la preparación religiosa formaba parte de los contenidos básicos del aprendizaje.
Leer, escribir y las cuatro reglas. Rara vez se llegaba más lejos.
La maestra no podía más; una escuela unitaria incluye entre veinte y treinta niños y niñas de cinco hasta catorce años, en todas las etapas de desarrollo físico, emocional, psíquico y hormonal,__ las chicas crecían deprisa__, y gobernar semejante rebaño requiere mucha vocación, sabiduría, paciencia y mano izquierda.
De ahí que "el ayudante de palo" entrase de vez en cuando en danza para adiestrar al variopinto colectivo, no siempre fácil, sumiso y deseoso de aprender. Para muchos, la escuela era una especie de maldición o de castigo, el acceso al mundo del trabajo una liberación y el hacer novillos__ aunque rara vez se conseguía__, una aventura difícil y arriesgada. Sólo algunos compañeros que tenían que hacer tareas urgentes: ayudar en el campo o la huerta o salir con el ganado lo podían conseguir con la bendición de los padres, pero con el reproche de la maestra o las amenazas del cura o del alcalde.
También era un lugar de integración en el que los mayores se hacían cargo o ayudaban a sus hermanos más pequeños y también de socialización que diríamos hoy… pero sobre todo la ocasión de unos madrugones diarios, un frío o un calor a veces insoportable y unas sesiones interminables de aburrimiento infinito… al menos yo así lo recuerdo.
Aprendíamos cantando; las tablas de multiplicar, la geografía, la aritmética, el catecismo o la historia sagrada, y lo aprendíamos de memoria. Todo era muy simple, leer en voz alta, escribir repitiendo los palotes, copiar de la pizarra, hacer las cuentas contando con los dedos, señalar en el mapa las montañas y los ríos.
Aparecemos todos en una foto, con un antiguo mapa de geografía de la península a nuestra espalda, repeinados y con nuestras mejores galas un día de primavera; esa es la imagen de nuestros seis o siete años, la otra es la foto de la comunión vestidos de marineritos o de oficiales, ellos, a la moda de entonces y vestidas de pequeñas novias, ellas y a veces también, si había fotógrafo, en el desfile del Corpus o recitando poesías a la Virgen en el mes de María.
El cuaderno de clase y los escasos libros no ocupaba mucho espacio y el programa era sencillo:
Lunes Aritmética, martes Geometría, miércoles Geografía, jueves Ciencias, viernes Historia, Sábado catecismo, por las tardes lectura y escritura, o costura__ las chicas,__, el miércoles no había clase por la tarde y el sábado tampoco, pero no faltaban las tareas que realizar en la casa o en el campo, menos cuando llovía o nevaba; esos días teníamos fiesta.
Y así llegábamos a los catorce años cumplidos y con el programa cumplido también peor o mejor; algunos no llegaban siquiera a esa fecha porque ir ”a servir”, “al campo o con el ganado” o en el mejor de los casos, “con los frailes o las monjas” eran salidas habituales. El resto de la formación lo daba la práctica.
Más coscorrones nos daría la vida.
Mariano Ibeas