VEINTE MODELOS ( DE ESCRITURA ) PARA ARMAR
XVIII.- Tuviera ella un caballo (I) *
“Si en lugar de nariz tuviera ella un caballo…”
Sólo disponía de un cuchillo, tomó un trozo de corteza de pino y comenzó a esculpir lo que le pareció un muñeco, luego otro y otro. Su hermana le miraba con envidia y le pidió que le hiciese un caballo.
Luego pensó en una barca, vació un pequeño tronco y con un trozo de papel fabricó una vela, la fijó en un mástil y consiguió llevarlo flotando, guiándolo con un palito a lo largo del arroyo; chocaba contra las piedras, pero pudo transportar cómodamente uno de sus muñecos…
Más tarde se fijó en las barcas…
“las barcas de dos en dos,
como sandalias del viento
puestas a secar al sol”
(Manuel Altolaguirre “Las islas invitadas”)
Le dieron lástima las barcas semihundidas en el agua sucia del puerto, algunas arrumbadas en la orilla, acodadas a las rocas, volcadas en la arena, las quillas en el aire, comidas del orín y de la sal, desfondadas, rotas las cuadernas, roída la borda por el roce de los remos y las cuerdas de amarre, apenas superpuestas cien capas de pintura…
Y decidió que era necesario colocarlas de pie, darles una dignidad hierática de viejas estatuas y se aplicó de firme a la tarea…
Aguantó como pudo las risas y los guiños de los viejos pescadores, los que necesitan día a día el aire del mar, y el gusto de la sal y el olor de las algas podridas en las redes del paseo del puerto…
Mariano Ibeas
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