LECCIONES DE HISTORIA
En casa había una vieja Enciclopedia Escolar, anterior a las de Álvarez, porque, mirando la parte de la Historia, se terminaba en La Segunda República… podría ser un texto __ lo tengo que mirar en el desván de Rafa Castillejo__, posiblemente de la Editorial Dalmau Carles Plá, y tenía bellas láminas y dibujos… podría haber sido una herencia de mis abuelos o la de un tío cura que se llamaba Don Alejandro; era antigua seguramente, pero estaba impecable. Yo tenía bien aprendida la lección de que los libros eran objetos preciosos y había que tratarlos con cuidado.
Aparecían los nombres y los grabados de Dn. Práxedes Mateo Sagasta, Dn. Niceto Alcalá Zamora, Dn. Manuel Azaña o Dn. Alejandro Lerroux… Aquello parecía muy raro, porque yo conocía a una antigua maestra que se llamaba Doña Práxedes... ¿y cómo un hombre podía llamarse también Práxedes?. No tenía ningún sentido.
Yo me empeñé en llevarla a la escuela para enseñársela a mis compañeros; algunos no tenían en casa ni un solo libro, ni tebeos siquiera; a mí me parecía también extraño, porque yo gozaba de un verdadero tesoro de libros en el desván.
Estábamos entretenidos en el pupitre, seguramente apiñados cabeza con cabeza, mis compañeros y yo alrededor de la vieja enciclopedia, cuando apareció Doña Prudencia.
Nos arrebató el libraco de las manos, hojeó un momento la enciclopedia y cuando llegó a la parte de Historia de España, poco a poco se fue poniendo pálida, y luego roja de ira, y después se puso a gritar y arrancó con furia unas cuantas páginas, las hizo trizas y las arrojó a la estufa que en invierno estaba siempre encendida.
Me gritó enfurecida:
__ “Llévate ese libro a casa y no lo vuelvas atraer nunca más”
Yo no entendía nada y creo que desconsolado me puse a llorar. ¿Cómo iba a saber que en las otras enciclopedias se pasaba directamente de la Guerra de la Independencia al Glorioso Alzamiento Nacional? ¿Cómo iba a explicar aquello en casa? ¿Y cómo iban a creerme, aunque les dijese la verdad?
__¿ Qué ha pasado? ¿Quién ha sido?
__ Ha sido la maestra, Doña Prudencia.
Mis padres me creyeron, a su pesar.
Lo que hacía o decía el maestro era ley: si te había pegado, era cuestión de callarse, esconder los chichones o los moratones, porque en casa podían pasar de decir: “algo habrás hecho” o “con razón te lo has ganado”, o incluso, no decían nada y aumentaban la paliza…, aunque mis padres no eran de esos, era imposible ocultar el desaguisado y más entender el porqué de la furia censora de la maestra…
Yo no sabía todavía que la maestra tenía miedo, miedo a perder su trabajo, que había libros prohibidos y que el ángel del paraíso con su espada vengadora había expulsado para siempre a determinados nombres del libro de la historia…
Lecciones de la Historia, una vez más.
Mariano Ibeas
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