VEINTE MODELOS (DE ESCRITURA) PARA ARMAR
VII.- Naturaleza muerta
Huele a cuero el aire, a cuero quemado, a cuero de caballo o de vaca, o de cabra, cuero sin curtir, cuero relleno de caballo o de vaca o de cabra, cuero de caballo joven, de potro o de ternero, o de vaca joven quemada en el monte entre carballos y eucaliptos … montes de granito de la España ácida, de la España húmeda, viento del noreste, que nos trae la muerte y el soplo desde la España seca y árida, que concita a la muerte y a la orgía del fuego y las cenizas como una maldición atávica, que ataca a la hora de la siesta y que no da tregua, como una maldición bíblica y recurrente a un paso de la nada, naturaleza viva, con olor de muerte, naturaleza muerta. Huyen los insectos; sus corazas de quitina no les salvan de la muerte, estallan como fritos de sartén; los roedores que encontraban su refugio en los huecos y las cuevas ven sus guaridas convertidas en hornos de panadería; bajo las piedras, los reptiles aguantan hasta que el infierno pasa, los que deciden huir apenas consiguen un inicio en su carrera; los pájaros, como alcanzados por el rayo, descienden bajo el fuego rompiendo la densidad del aire y caen como plomos; no se ven mamíferos, ni roedores y menos todavía anfibios: ni siquiera el agua o el barro de las charcas les brinda protección; bajo la piel, el pelo, las plumas o las escamas, el olor a muerte se adensa; estallan las piedras, crepitan las piñas de los pinos dispersando las semillas… Es la piel, la piel de la tierra, la tierra que se quema, que sufre como un cuerpo quemaduras de segundo o de tercer grado; y cuando las quemaduras superan una determinada proporción de la superficie del cuerpo, todos los doctores dicen que la vida es imposible, que cualquier cuerpo vivo estará abocado inevitablemente a la muerte, será un cuerpo muerto, una naturaleza muerta, una Tierra muerta. Mariano Ibeas
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María Eugenia Rojas -