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CACERÍA

MANUEL VICENT

Cacería

MANUEL VICENT 15/02/2009

 

Un ministro de Justicia de cualquier país, de cualquier ideología, con una escopeta o con un rifle de mira telescópica en la mano, apuntando a un ciervo, a un muflón, a un guarro, a un conejo o a una perdiz es una imagen que le deja a uno desarmado. Si encima ese ministro de Justicia es socialista y se deja fotografiar rodilla en tierra agarrado con orgullo a las cuernas de un venado, que exhibe un balazo en la frente, entonces esa estampa resulta tan grosera que no da otra opción que la de salir corriendo en dirección contraria. Juntos, el ministro Bermejo y el juez Garzón han participado en varias cacerías. Puede que lucieran abrigos con fuelles en las axilas y una pluma en el sombrero, que desayunaran migas con chorizo en compadreo con el resto de la cuadrilla, que entonaran a coro la salve de los monteros antes de la matanza. Basta con este pavoneo para merecer la repulsa de gran parte de los ciudadanos, más allá de que trataran o no de apañar algún mejunje judicial entre animales muertos o de que ofrecieran, como membrillos, una baza política a la derecha. Hay que imaginar al ministro de Justicia con el rifle cargado, bien apalancado en el puesto ante un venado, que se ha destapado entre unos arbustos. A través de la mira telescópica vislumbra en primer plano por un instante sus ojos de terciopelo, su belleza, su inocencia y, no obstante, frente a esa armonía de la naturaleza no duda en apretar el gatillo. Entre gran alborozo recibe la felicitación de los secretarios por ese tiro tan certero y luego marca la culata de la pieza ensangrentada con sus iniciales. No posee un espíritu muy fino el ministro Bermejo si no es no es capaz de percibir que los ciervos que mata, miran antes la boca de su rifle llorando. Hay que imaginar también al juez Garzón ajusticiando con propia mano a unos venados, que han sido cebados entre alambradas sólo para que después unos señoritos de pelo ensortijado se den el gustazo de llenarles de plomo la barriga. El ministro Bermejo y el juez Garzón, juntos o por separado, no deberían matar animales, porque el oficio tan delicado de hacer justicia no encaja en una afición tan violenta y antiestética. Es como ver al ministro de Sanidad totalmente borracho. Ése y no otro es el escándalo.

Tomado de El País, 15 enero 2009 

 

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