LA LUZ, AITOR ARJOL
LA LUZ
La luz nunca se pierde
ni se agota en la pileta del crepúsculo,
húmeda la ciudad como en un viejo cuarto
donde llueve silencio, café sin techo y empanadas de verde,
así la vieja madre regresa a su casa, con la bolsa sucia
donde navegan un manojo de cilantro, cuatro tomates tiesos,
ají, un par de velas de emigrante y tres años de ausencia,
abrirá la cancela, por un patio tan sucio como lágrima de borracho,
vigilando los cuartos traseros hacia todo lado, intensa brújula,
por si apareciera algún loco con navaja o arma de fuego,
Quito desesperado, galgos azulados, bostezos malolientes,
balaceras ¿de amor? no precisamente, motos donde dos son muerte,
el eco del chamo gritando vámonos que avisaron a los chapas,
prender la radio, la alarma del carro, una canción de Héctor Napolitano,
el sostén mojado de una prostituta, la vida fácil,
el mote abandonado en una tarrina de plástico,
la orina del nene que le dio por mear delante del taxi,
un beso en ambas mejillas, cómo estás,
qué diluvio, menuda vaina cayó de arriba,
¿se fue la luz? ah pues sí,
y echa la llave a la puerta
para que no entre la negrura
salvo un atisbo de claridad que se cuela
en el abrazo de ambos transeúntes
partiéndolos por la mitad.
2 de mayo de 2023
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