YOANI SÁNCHEZ
Desdel blog de Yoani Sánchez:
El sudor de aquellas tres mujeres que me metieron en un auto policial aún lo tengo pegado en la piel y bien adentro en las fosas nasales. Grandes, corpulentas, implacables, me llevaron hacia aquel cuarto donde no había ventanas y el deshecho ventilador sólo echaba fresco hacia ellas. Una me miraba con especial sorna. A lo mejor mi rostro le recordaba a alguien en el pasado: una adversaria en la escuela, una madre despótica, una amante perdida. No sé. Lo que sí recuerdo es que, en la tarde del 4 de octubre, su mirada quería destruirme. Fue ella la que hurgó bajo mi saya con mayor deleite, mientras otras dos uniformadas me agarraban para hacerme la “requisa”. Más que buscar algún objeto escondido, esa revisión perseguía el objetivo de dejarme con una sensación de violación, de indefensión, de estupro.
Cada seis horas cambiaban a mis guardianas. En el turno de la medianoche se notaban menos estrictas, pero yo me encerré en mi mutismo y nunca respondí a sus preguntas. Me evadí en mí misma. Opté por decirme: “me han quitado todo, hasta la hebilla para sujetarme la melena, pero –ridículos requisadores- no han podido arrebatarme mi mundo interior”. Así que decidí refugiarme, durante las largas horas de un encierro ilegal, en lo único que tenía: mis recuerdos. La habitación quería parecer ordenada y limpia, pero cada cosa llevaba su dosis de suciedad o rotura. El piso de losas de granito claro venía cubierto de una buena dosis de mugre acumulada. Me quedé mirando las figuras que conformaban las pequeñas piedrecitas fundidas en cada baldosa y los pegotes de suciedad. Después de un rato, de aquella constelación saltaban los rostros. Los personajes afloraban en el suelo tosco de mi calabozo del Departamento de Instrucción de Bayamo.
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