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DESDELDESVAN

OCHO

OCHO

 Bajo el signo de fuego I

El ángel ciego


 Tan sólo por volar
el  ángel ciego
formuló un deseo: ver amanecer
un cielo limpio y terso
hasta el horizonte en llamas.
Y sintió el vacío bajo sus pies
y la angustia de la tierra,
a no se sabe qué distancia,
en caída a pico,
mas no cesó en su empeño:
aprestó el oído_
abajo el mar
y las rompientes en las rocas
y luego el grito
de gaviotas asustadas_
y sintió el vacío
como negra nube a sus  pies,
luego un torbellino
de ráfagas de viento desatadas
y un olor fuerte y acre,
sofocante,
de plumas chamuscadas.
Se arrastró como pudo
en la arena de la playa
en un rastro de tortugas

                                   tras la puesta.


 Lo encontraron al amanecer
del siguiente día
cubierto de algas
y de escarcha,
sucias las plumas remeras,
requemadas,
y apenas un rastro de espuma
en los labios…
Alguien intentó saber quién era:
dedos sin huellas,
rostro sin ojos,
no calzaban sandalias
sus pies desnudos,
tan sólo el cinturón apenas
sujetando el jubón de escamas
y jirones de seda
en la desnudez del alba.
A la salida del sol
un viento suave
barrió las últimas plumas
de la orilla
escamando la sal
en gotas desprendidas;
y luego las olas
borraron suavemente
una tras otra,

las huellas de sus plantas

                          encendidas.    

Mariano Ibeas        

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