DE HABLA Y DE FÁBULA...II
“ De la lengua, el habla y otros exilios…” por Mariano Ibeas Gutiérrez
Publicado en la revista "CRISIS" Nº 4.
II
Y el primer exilio es la escuela.
Salir de casa es una forma de romper con el espacio próximo, perder la seguridad, el gineceo, el refugio de los brazos de la madre, para enfrentarse al otro que es como tú pero distinto, que llora igual, pero que habla distinto. Hoy, la escuela, y sobre todo la escuela pública de determinados barrios, parece una delegación de la ONU. Un lugar donde nuestros hijos se encuentran confrontados a la diversidad y a la necesidad de la socialización en distintas lenguas. Y no hablamos ya de comunidades donde la lengua es doble__ o triple__ y el hecho diferencial significativo. Los profesores que se encuentran al cargo de estas clases lo saben muy bien… y la socialización empieza con el lenguaje.
La calle también. Este sería nuestro segundo exilio.
Para los que nos educamos todavía un tanto salvajes en zonas rurales, la calle además de un enorme patio de recreo sin barreras demasiado visibles, era también un fértil campo de experiencias y también de socialización, por supuesto, pero incluía una importante parcela de plaza pública, de teatro al aire libre, de balcón al exterior en suma, lo que más tarde se llamaría “un aula sin muros”. Rápidamente tomamos conciencia de quiénes éramos y quienes no eran como nosotros, “los de la capital” por ejemplo, que eran muy señoritos, vestían de forma más elegante y que no hablaban igual que nosotros. Incluso nuestros vecinos más próximos, aunque estuviesen alejados pocos kilómetros, se les notaba en el habla, en “el deje” o el acento. Y es que la idea de pertenencia se forja a partir de unos pocos rasgos. Sólo las veleidades nacionalistas hacen de estos rasgos superficiales una cuestión esencial.
Pero éste no es el tema: Hablaremos del habla.
Nuestros maestros, además de todos los conocidos, padres y hermanos, otros familiares, parientes y vecinos,__ “para educar a un niño se necesita la tribu entera”__, eran también un numeroso elenco de desconocidos. Antes de que llegara la radio y mucho antes de la televisión, tuvimos acceso a un sinnúmero de actores que aparecían de forma regular ante nuestros ojos. El espectáculo estaba en la calle. Así por encima quiero recordar vagabundos, gitanos y tratantes de ganado, pasiegos del valle de Pas, quincalleros, componedores, saltimbanquis, estañadores y paragüeros, trilleros y cedaceros de Cantalejo, carreteros, músicos y titiriteros, vendedores ambulantes de las más variopintas mercancías, afiladores gallegos, húngaros domadores de osos… Todos tenían un habla particular y algunos, claramente tenían dificultades para hacerse entender, otros ”hablaban raro”.
Siempre he sostenido que mi “patria” se reduce a la suela de mis zapatos; es ahí donde mantengo el contacto más directo con la tierra que me sostiene y que, como condición de mi esencia de hombre, me permite estar de pie. Al mismo tiempo me liga a mis raíces a mis “patres” o sea, a mis antepasados. Es la raíz del patriotismo, y para algunos, la única patria reconocible, después de muchos exilios, es la lengua. Así, son los padres los que dejan habitualmente la marca más indeleble.
(Continuará)
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