JORGE GAY... EN BILBAO III
Biblos
Hace muchos, muchísimos años, de una ciudad cualquiera, salió un caballo
a buscar jinetes para llevarlos lejos. El caballo se llamaba Biblos. Era bello,
luminoso y alto. Quienes tuvieron la suerte de viajar con él cuentan que cruzaron
desiertos, hielos y ensombrecidos mares; rutas inmensas que les hacían sabios
y sentirse libres: igual exploraban la feracidad de la selva que se asomaban a
la infinita oquedad de los hombres. Llegaron a ver el alma del aire y el rostro de
los astros.
De tanto esfuerzo acumulado, un día, Biblos murió. Los que con él viajaron
afirman, sin embargo, que se les aparece en sueños. Como un dibujo acuoso
recortado en la sombra, lentamente se acerca a sus oídos y con voz ronca les
susurra una frase que parece llegada de lugares remotos: «Cuando vuelva a
encontrar las palabras capaces de explicar el mundo os las diré una a una.
Con ellas podréis seguir contando vuestros cuentos. Cultivadlas. Mantenedlas
vivas. Cuidadlas como cuidan las madres de sus hijos. Ellas os harán creíbles
a la nueva mirada de los hombres y ablandarán su helado corazón en flor».
Después Biblos desaparece, no sin antes dejar un rastro perfumado en las
estancias.
Esta fragancia despierta a los durmientes. Envueltos en ella, los jinetes que
fueron, se levantan raudos a cruzar la vida, aunque un viento incierto aturda sus
arterias o invada gélido la quietud del alba.
Jorge Gay, del catálogo de la exposición
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