VEINTE MODELOS (DE ESCRITURA) PARA ARMAR
XVI.- Caliza escrita (II)
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En sus paseos por el campo observó las alineaciones de piedras en los muros de los huertos, en las terrazas de los olivares y de los almendros, en los “cucos”, bardas o “bardizos”, en los chozos o las casetas de pastor, en los neveros o “pozos de nieve”, en las trincheras, los parapetos, los pozos de tirador, los nidos de ametralladora de la guerra civil, en los monumentos funerarios… y fue como una revelación porque la escritura en caliza era anterior a los romanos y los griegos, y especialmente en la cuenca del Mediterráneo, un auténtico libro abierto.
Y se aplicó a su lectura.
Llamaban construcciones de “piedra seca” a ese ingenio que consistía en levantar piedra sobre piedra, sin ninguna unión aparente, ni tierra, ni barro, ni mortero, ni argamasa, ni cemento, hasta constituir un reparo, un refugio, tal vez una cúpula, un techo.
Se apuntó a todas la jornadas y congresos que versaban sobre el tema: Mahón en Baleares, Lesbos en Grecia, Higueruela en Albacete, La Fatarella en Tarragona, Monreal del Campo en Teruel… y quiso recorrer todas las páginas de la historia, todos los renglones escritos, todas las líneas de escritura dispersas, en ocasiones orladas de zarzas, semiocultas por la hiedra, derruidas a veces, otras enhiestas…
Y se aplicó a su lectura: el libro de los siglos se abrió ante sus ojos; era una floración nueva, un mundo salvaje, un mundo de escritura en la caliza, en los brotes de estalactitas milenarias, en las flores de piedra levantadas, en los muros junto a los caminos, en las estelas elevadas o durmientes que celan a los vivos y los muertos, en las cavidades de la tierra que respiran:
Ahí estaba todo: caliza escrita.
Mariano Ibeas
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