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FÉLIX GRANDE

FÉLIX GRANDE
Cobrizo espiritual (Homenaje a Manolo Caracol)
Es la calamidad lo que este hombre examina;
es el desastre subrepticio, la astucia del dolor
lo que desenmascara sobre su corazón espeso
este gitano de enebro con sangrías de lamento y saber.
Su voz, esa pirámide de entrañas y fragmentos cortantes,
ese rumor de petróleo subterráneo y desesperados lobeznos,
su voz mitad oráculo, mitad desconcierto de huérfano,
su voz de candeal abrasado por cuya ladera pululan
cristales minerales y prehistóricas advertencias,
su voz de tabaco ordeñado con avidez,
resquebrajada, precariamente unida con sogas de esparto,
su voz maravillosa, amenazada de inutilidad,
su voz sin educación, veteada de caídas, su voz impresionante.
Ah, sí, con esa voz informa sobre la hostil desgracia
que brotó en las cavernas: ¿no oís el horror
de los hombres desnudos bramando sobre el mundo vacío?
¿escucháis las parejas salvajes que ante la miseria y la muerte
copulaban buscando, aterradas, el rostro de siglos venideros?
En la voz de este hombre de nuestros días hierve
la sorda herencia de fatiga y furia, desolación y voluntad,
injusticia y quejido y hombría que, como un megaterio,
avanza de una edad en otra, avanza.
Pues ¿qué es el cante? ¿qué es una siguiriya?
¿no es algo roto cuyos pedazos aúllan
y riegan de sangre oscura el tabique de la reunión?
¿no es la electricidad del amor y del miedo?
¿no es la brasa que anda por entre el vello de los brazos
sobresaltando a la miseria y al ultraje que nos desgastan?
¿no es el cante una borrachera de impotencia y coraje,
una paz sísmica, un alimento horrible?
Y este hombre de la áspera garganta,
genialmente amarrado a la tenacidad y sus siglos,
escucha con bravura un instante la guitarra fantástica,
la guitarra feroz que chorrea pesadumbre y presidio,
que segrega lujuria de vivir, y él la escucha
y abre luego la boca para arrancarse de ella
pozos de amores horrorosos, madres muertas, infamias,
sexos, cadáveres, borbotones de comprensión y desafío,
y nos entrega en un cante un fardo de atonal destino
y una pena sin fin transitada por harapos y puños
y escarmientos y ojos, muchos ojos abiertos, ojos, ojos,
hasta infectarlo todo del fuerte olor del corazón que mira.
JOSÉ HIERRO

JOSÉ HIERRO
PARA UN ESTETA
Tú que hueles la flor de la bella palabra
acaso no comprendas las mías sin aroma.
Tú que buscas el agua que corre transparente
no has de beber mis aguas rojas.
Tú que sigues el vuelo de la belleza, acaso
nunca jamás pensaste cómo la muerte ronda
ni cómo vida y muerte agua y fuego hermanadas
van socavando nuestra roca.
Perfección de la vida que nos talla y dispone
para la perfección de la muerte remota.
Y lo demás, palabras, palabras y palabras,
¡ay, palabras maravillosas!
Tú que bebes el vino en la copa de plata
no sabes el camino de la fuente que brota
en la piedra. No sacias tu sed en su agua pura
con tus dos manos como copa.
Lo has olvidado todo porque lo sabes todo.
Te crees dueño, no hermano menor de cuanto nombras.
Y olvidas las raíces («Mi Obra», dices), olvidas
que vida y muerte son tu obra.
No has venido a la tierra a poner diques y orden
en el maravilloso desorden de las cosas.
Has venido a nombrarlas, a comulgar con ellas
sin alzar vallas a su gloria.
Nada te pertenece. Todo es afluente, arroyo.
Sus aguas en tu cauce temporal desembocan.
Y hechos un solo río os vertéis en el mar,
«que es el morir», dicen las coplas.
No has venido a poner orden, dique. Has venido
a hacer moler la muela con tu agua transitoria.
Tu fin no está en ti mismo («Mi Obra», dices), olvidas
que vida y muerte son tu obra.
Y que el cantar que hoy cantas será apagado un día
por la música de otras olas.
CARMEN JODRÁ

Nadie, salvo los indeseables, debería morir tan joven.
La poeta Carmen Jodrá ha fallecido antes de cumplir los 40. DEP.
Páthei máthos
Con errores y piedras
levanté una muralla
y ahora es más difícil que golpeen
las puertas de mi casa.
Si faltan mis amigos
sobrevivo sin ellos
y gracias a los dioses bondadosos
mis enemigos se han marchado lejos.
En un cofre de plomo
guardo hebras doradas
que nadie va a quitarme si no quiero.
Yo mando en lo que encierra la muralla.
A pesar de las ruinas
de las leyes sagradas, y del odio,
que ensucian los rincones.
Así el dolor lo justifica todo.