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AMARUS ESTIS...

Amarus estis , Dómine
sicut nectaris bryoniae,
ut sulphur in lactucca
aut azymum panis
ad tradendum qui non indiget,
amarus ut intonsum osculum
quis perdidit quaevis ora,
sicut nectaris aurea malus
rapta cutis transitu;
Acerba metus
ut tenebras tibi motus
nigrum sicut nox ante aurora
et gemitum horrendum,
amarus quasi oliva
ut non faciebant oleum
vel eduntur in sacram coenam;
quid credis, Domine?,
nos etiam acerbitatis imples.
Mariano Ibeas, tomado de un texto de María Otal.
(¡toma ya latín macarrónico!)
LECCIONES DE HISTORIA

En casa había una vieja Enciclopedia Escolar, anterior a las de Álvarez, porque, mirando la parte de la Historia, se terminaba en La Segunda República… podría ser un texto __ lo tengo que mirar en el desván de Rafa Castillejo__, posiblemente de la Editorial Dalmau Carles Plá, y tenía bellas láminas y dibujos… podría haber sido una herencia de mis abuelos o la de un tío cura que se llamaba Don Alejandro; era antigua seguramente, pero estaba impecable. Yo tenía bien aprendida la lección de que los libros eran objetos preciosos y había que tratarlos con cuidado.
Aparecían los nombres y los grabados de Dn. Práxedes Mateo Sagasta, Dn. Niceto Alcalá Zamora, Dn. Manuel Azaña o Dn. Alejandro Lerroux… Aquello parecía muy raro, porque yo conocía a una antigua maestra que se llamaba Doña Práxedes... ¿y cómo un hombre podía llamarse también Práxedes?. No tenía ningún sentido.
Yo me empeñé en llevarla a la escuela para enseñársela a mis compañeros; algunos no tenían en casa ni un solo libro, ni tebeos siquiera; a mí me parecía también extraño, porque yo gozaba de un verdadero tesoro de libros en el desván.
Estábamos entretenidos en el pupitre, seguramente apiñados cabeza con cabeza, mis compañeros y yo alrededor de la vieja enciclopedia, cuando apareció Doña Prudencia.
Nos arrebató el libraco de las manos, hojeó un momento la enciclopedia y cuando llegó a la parte de Historia de España, poco a poco se fue poniendo pálida, y luego roja de ira, y después se puso a gritar y arrancó con furia unas cuantas páginas, las hizo trizas y las arrojó a la estufa que en invierno estaba siempre encendida.
Me gritó enfurecida:
__ “Llévate ese libro a casa y no lo vuelvas atraer nunca más”
Yo no entendía nada y creo que desconsolado me puse a llorar. ¿Cómo iba a saber que en las otras enciclopedias se pasaba directamente de la Guerra de la Independencia al Glorioso Alzamiento Nacional? ¿Cómo iba a explicar aquello en casa? ¿Y cómo iban a creerme, aunque les dijese la verdad?
__¿ Qué ha pasado? ¿Quién ha sido?
__ Ha sido la maestra, Doña Prudencia.
Mis padres me creyeron, a su pesar.
Lo que hacía o decía el maestro era ley: si te había pegado, era cuestión de callarse, esconder los chichones o los moratones, porque en casa podían pasar de decir: “algo habrás hecho” o “con razón te lo has ganado”, o incluso, no decían nada y aumentaban la paliza…, aunque mis padres no eran de esos, era imposible ocultar el desaguisado y más entender el porqué de la furia censora de la maestra…
Yo no sabía todavía que la maestra tenía miedo, miedo a perder su trabajo, que había libros prohibidos y que el ángel del paraíso con su espada vengadora había expulsado para siempre a determinados nombres del libro de la historia…
Lecciones de la Historia, una vez más.
Mariano Ibeas
ENCADENADOS

y gracias por las veces que te birlo algún comentario.
UN VIAJE EN TRANVÍA
UN VIAJE EN TRANVÍA

En principio el viaje no debía ser más que eso, un viaje más de casa al centro de la ciudad.
Y sin embargo.
El convoy dio un pequeño latigazo y se paró. Estos sistemas de transporte tan nuevos, tan automáticos, tan sofisticados parecen tener vida propia y tomar sus decisiones de modo independiente, por encima de la voluntad del conductor… y de los viajeros.
El conductor no daba crédito, estaba nervioso; las pantallas y las lucecitas del tablero de a bordo estaban apagadas. Sólo funcionaban los sistemas de visualización de las aceras, y el micrófono de interconexión __ supongo__ con la unidad central.
Yo estaba sentado en la primera fila en sentido de la marcha y el convoy iba casi de vacío; un buen lugar para curiosear lo que se cocía en la cabina del conductor. A mi lado viaja una señora de unos cincuenta años. En el convoy cincuenta o sesenta personas.
El resultado del parón: un traspiés para unos cuantos viajeros que viajan de pie y una joven que se queja de un dolor en la muñeca… Hay comentarios para todos los gustos:
__ “Debe dar parte”
__ “Tiene que pedir un parte”
__ “¿Parte de qué, a quién?”
__ “Parte del incidente al conductor.”
__ “No, que se lo harán en urgencias”.
__ “No, que se lo hará el conductor”
__ “No, pero si ya casi no me duele”
__ “Sí , pero por si acaso, usted vaya a urgencias, que luego nunca se sabe”.
Oigo que la joven habla por teléfono:
__ “Sí, acabo de llegar a Zaragoza… sí, todo bien, sí, enseguida, sí, ahora mismo llego…”
El conductor habla de nuevo por el interfono y pone en marcha el convoy; en la parada siguiente, se acerca la joven a la cabina, explica someramente lo ocurrido y el conductor le pide sus datos, “para confeccionar el parte”. Aparece un inspector, nueva explicación y le ofrece a la joven un papelito con los teléfonos de contacto “por si acaso”, se deshace en amabilidades y el convoy continúa su recorrido…
***
Contemplo El Ebro, crecido en una avenida que dura ya casi dos meses, a ambos lados del puente de Santiago como desde un escaparate; el agua baja color barro a buena velocidad, las últimas lluvias le han dado fuerzas y ocupa el espacio con una subida de cuatro a cinco metros; los bomberos montan guardia a la altura de Helios y los patos exploran las orillas.
Mientras tanto, la señora que se sienta a mi lado llama por teléfono móvil, es un modelo desgastado y antiguo. Le responde una voz infantil. Hoy es martes después de Pascua y también los días siguientes de la semana, los escolares en esta comunidad no tienen clase…
__ ¿Quién?
__ …. , ….,
__ ¿ El tío Alberto?, no puede ser…
La señora está cada vez más nerviosa, a punto de estallar en llanto.
__“ Tú, tranquilo, ahora llego a casa, tú tranquilo… ya llamo yo, ahora llego”...
La señora no acierta a marcar un número el teléfono, el teléfono no funciona, lo estruja, desmonta la tapa trasera, presiona la pila, la tarjeta y al final… lo consigue, marca un número de contacto:
__ “Mi hermano, Alfredo, ha muerto”.
La señora suspira profundamente, se esconde tras sus gafas, arruga un pañuelo, se mueve, nerviosa, rebusca en el fondo del bolso, un monedero, las llaves… aprieta nerviosa un manojo de llaves…
__ ”Señora, ¿le ocurre algo?,¿ puedo ayudarla?”__ esto es lo que pienso, pero no lo digo.
No sé qué podría decir,qué podría hacer en realidad,para ayudarla. “No se deben escuchar las conversaciones de los demás,__ pero la vida se exhibe a través de los teléfonos móviles__, no se debe intervenir, inmiscuirse en la vida de los otros”. Ciegos y sordos a lo que ocurre alrededor, somos sólo viajeros, usuarios, clientes, coincidentes, coexistentes, medio millón de personas que pasan unas al lado de otras… indiferentes, cada día.
Prefiero no pensar. Entiendo que es difícil ayudar, en ese momento y en esas circunstancias…; solamente puedo esperar y desear que el convoy siga su camino, que no haya más incidentes, que vaya más deprisa, que la señora llegue a su destino, cuanto antes…
Yo me bajo en la próxima. Un timbre me alerta. La voz del sistema anuncia mi parada.
La señora que durante el trayecto fue mi compañera de asiento en un viaje del tranvía, sigue sentada, a punto de estallar en llanto seguramente, pero no lo hará hasta la próxima parada, cuando llegue a su destino, cuando se baje… Yo no lo veré.
Yo me bajo, ésta es mi parada, la vida sigue…
Mariano Ibeas 2/03/2013
CANTANDO LAS TABLAS

CANTANDO LAS TABLAS.