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VEINTE MODELOS (DE ESCRITURA) PARA ARMAR
HOMENAJE ... Y FINAL
ÍNDICE Y nota explicativa:
Los títulos y las citas de “Veinte Modelos” corresponden a las páginas 65 a 74 arrancadas seguramente de una revista literaria que no he conseguido identificar y que bajo el título de “Veinte poemas en prosa”, me hizo llegar una amiga sin muchas explicaciones: Los títulos y los autores eran los que siguen:
I.- Últimos regalos, de Kim Addonizio
II.- Zonas residenciales, John Burnside
III.- Acerca del refugio, Anne Carson
IV.- Me prohíben detenerme, Jacques Dupin
V.- El otoño, Russell Edson
VI.- Los paisajes que atraviesan, Jean Follain
VII.- Naturaleza muerta, Stratis Haviaras
VIII.- El huevo se sumerge en leche negra, Martin A. Hibbert
IX.- Tu bebé, Louis Jenkins
X.- Interrogatorio desnudo, Yusef Komunyakaa
XI.- Sapo, verraco, asesino, espejo…, Larry Levis
XII.- Kyoto, John Levy
XIII.- Lo que echamos de menos, Sarah Manguso
XIV.- Los rotos, W.S. Merwin
XV.- El arte de reducir, dan Pagis
XVI.- Caliza escrita, Meter Redgrove
XVII.- De los colores de la noche, N. Scott Momaday
XVIII.- Tuviera ella un caballo, Gertrude Stein
XIX.- Su silueta contra el resplandor alpino, James Tate
XX.- Césped del medio exento, Rosemarie Waldrop
A todos ellos rindo el homenaje de estos textos.
Mariano Ibeas, verano-otoño de 2006
VEINTE MODELOS (DE ESCRITURA) PARA ARMAR
XX.- CÉSPED DEL MEDIO EXENTO (II Y FINAL)
Cuando la guerra los últimos animales que morían eran los caballos; tan pronto como no se sostenían en pie, la gente los mataba, pero estaban flacos y no se encontraba carne allí… sin embargo el hambre no distingue y no se hacían ascos a la lengua, los carrillos o los sesos, cocían los huesos y una vez descarnados eran presa de los perros.
Lavadas por la lluvia, calcinadas por el sol, las calaveras inmaculadas surgían de la tierra; si el tiempo era propicio y las lluvias abundantes, en el hueco de la calavera, en las cuencas vacías, al año siguiente la hierba crecía en abundancia.
Al fin se olvidó la guerra, cultivaron los campos y en lugar de alimento para los caballos, los campos producen maíz en abundancia. También se olvidó el olor y el gusto de la carne, pero no se recuerda que es la sangre, la tierra ahíta de sangre la que hace crecer el maíz en abundancia.
Mariano Ibeas
VEINTE MODELOS ( DE ESCRITURA ) PARA ARMAR
XX.- Césped del medio exento (I)
*
“Cuando la guerra, los últimos animales que se morían eran los caballos “
Recordaba viejas imágenes de color sepia con caballos reventados de la primera de las guerras del siglo pasado y también la de un miliciano parapetado detrás de un caballo abatido y disparando su fusil en la Guerra Civil española, y la impresión que le produjo un caballo molido a palos entre las imprecaciones y los gritos de un carretero enfurecido, un pobre jamelgo incapaz de levantarse, atrapado entre los varales de un carro volcado en la cuneta...
Recordaba el brillo de los arreos de cuero del caballo y los del miliciano y el brillo del fusil entre sus manos.
Y recordaba o se imaginaba también la suerte de las vacas y los caballos, los cerdos y las ovejas, los carneros, los corderos jóvenes, los potros, los terneros y el inmenso matadero sucio y apestoso inundado de sangre, la muerte de los animales tras la conmoción, tras el aturdimiento, tras el golpe de gracia del mazo en la base del cerebro…
No quería ser cómplice de las masacres, ni el despellejado, ni del despiece, ni de los puestos del mercado entre moscas y restos sanguinolentos; empezó a odiar los cuchillos y las piedras de afilar, las picas, las hachas, los machetes y los verduguillos; se aprestó a olvidar el impacto o la punta del acero que llega al punto en que la espina dorsal se une al cráneo, en el hueco que forma el brazuelo delantero y por donde la cuchilla penetra llegando al corazón, el trazado de la espada o del rejón en todo lo alto, le producía náuseas.
Mariano Ibeas
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XIX.- Su silueta contra el resplandor alpino
Sabemos que a determinados pájaros, las golondrinas por ejemplo, les atrae el espacio transparente, el cielo del verano al atardecer, la superficie de un estanque, el cristal de una ventana. A veces en sus ráfagas vertiginosas, cruzan el cielo con un agudo chiar, resbalan por la superficie y toman con sus picos abiertos unas gotas de líquido que les sirven también para amasar el barro de sus nidos… y a veces chocan contra el vidrio de las ventanas.
Recogí con cuidado aquel cuerpo caliente que latía entre mis manos… como si el cielo se hubiese volcado de repente, como si el aire adensado de la tarde hubiese juntado todo el plomo del sol, todos los hilos de sus vuelos de vértigo, las madejas de las nubes, los frutos alados recogidos al vuelo, en su ávido pico…
Todo estaba allí, pero nada era lo mismo, en una piltrafa de carne, apenas con un hilillo de sangre en la cabeza, un sueño roto, un disfraz arrumbado en el respaldo de la silla, un plumero desplumado, un cadáver de ojos entrecerrados…
No había sido fulminada por el rayo, ni los plomos del cazador segaron la guadaña de sus alas, ni quebraron el arco o la parábola trazada en el plano del cielo…
Sólo por un momento, en un relámpago, dibujó su cuerpo una silueta triste de cristo crucificado en el otro lado del cristal de mi ventana…
Abandoné el libro y la lectura y en el rincón más fresco del jardín enterré su cuerpo envuelto en una servilleta blanca…
Soplaba el aire fresco y hacia occidente se tendían algunas nubes dispersas.
Definitivamente el verano había terminado.
Mariano Ibeas
VEINTE MODELOS (DE ESCRITURA) PARA ARMAR
XVIII.-TUVIERA ELLA UN CABALLO (II)
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Comenzó con un viejo chinchorro, y no fue tarea fácil ponerlo de pie… la popa forma un ángulo inclinado respecto de la vertical; no, no es fácil erigir un barco, o una barca y colocarlo con la quilla en posición vertical; hizo un nuevo esfuerzo aprovechando un hueco en la arena pero se le derrumbó como castillo de naipes, completamente descuadernado.
Pero no se dio por vencido y lo intentó de nuevo, con la siguiente barca tuvo algo más de suerte, consiguió tras duros esfuerzos colocar de pie la vieja carcasa; esfuerzo inútil, la barca se partió en dos a lo largo de la quilla como una raja de melón.
Entonces decidió que era eso lo que andaba buscando; era un problema de orientación; el destino de las viejas barcas era el regreso al bosque, el retorno al árbol, la vuelta de la materia, el retorno de la madera a sus orígenes, al árbol primitivo.
Y en la orilla de la playa empezó a crecer un bosque, un verdadero bosque de barcas, las quillas apuntadas al norte, esperando un ligero viento que les permitiese hinchar las velas y tomar el largo…
Sólo entonces se sintió satisfecho y se sentó a contemplarlas; pensó en su hermana: “¡Si ella tuviera un caballo!”
Mariano Ibeas
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XVIII.- Tuviera ella un caballo (I) *
“Si en lugar de nariz tuviera ella un caballo…”
Sólo disponía de un cuchillo, tomó un trozo de corteza de pino y comenzó a esculpir lo que le pareció un muñeco, luego otro y otro. Su hermana le miraba con envidia y le pidió que le hiciese un caballo.
Luego pensó en una barca, vació un pequeño tronco y con un trozo de papel fabricó una vela, la fijó en un mástil y consiguió llevarlo flotando, guiándolo con un palito a lo largo del arroyo; chocaba contra las piedras, pero pudo transportar cómodamente uno de sus muñecos…
Más tarde se fijó en las barcas…
“las barcas de dos en dos,
como sandalias del viento
puestas a secar al sol”
(Manuel Altolaguirre “Las islas invitadas”)
Le dieron lástima las barcas semihundidas en el agua sucia del puerto, algunas arrumbadas en la orilla, acodadas a las rocas, volcadas en la arena, las quillas en el aire, comidas del orín y de la sal, desfondadas, rotas las cuadernas, roída la borda por el roce de los remos y las cuerdas de amarre, apenas superpuestas cien capas de pintura…
Y decidió que era necesario colocarlas de pie, darles una dignidad hierática de viejas estatuas y se aplicó de firme a la tarea…
Aguantó como pudo las risas y los guiños de los viejos pescadores, los que necesitan día a día el aire del mar, y el gusto de la sal y el olor de las algas podridas en las redes del paseo del puerto…
Mariano Ibeas
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XVII.- De los colores de la noche
Un hombre mató un toro en campo abierto; por nada, simplemente le gustaba ver la sangre, quería tener la sangre entre sus manos. El toro era un semental grande, viejo ya y noble que tardó mucho en morir, estuvo toda la noche agonizando.
Llegada la mañana se juntaron al mismo tiempo, el miedo, el dolor y la vergüenza, y se alejó corriendo. Pero no fue demasiado lejos colina abajo; se tendió en la hierba y se volvió a mirar.
Lejos ya, en el horizonte de la colina se distinguía la enorme cabeza y el lomo del animal abatido, como una montaña más en el límite del universo. La sangre roja comenzó a fluir y a extenderse por el cielo, no era rojo de sangre negra y densa, al contrario, parecía diluirse en el aire o en el agua o por el cielo, y comenzó a llenarlo todo: era púrpura, rosáceo, teñido de azul, de ocre, de oro y todo ello entreverado de copos de luz…
Y vio cómo en un momento, entre los cuernos del animal, surgió una llamarada, un estallido de luz, un disco de oro y pensó que su final estaba próximo: había oído hablar de la venganza de Apis; y entonces sólo tuvo miedo: se levantó y sin mirar atrás, colina abajo, siguió corriendo.
Mariano Ibeas
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XVI.- Caliza escrita (II)
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En sus paseos por el campo observó las alineaciones de piedras en los muros de los huertos, en las terrazas de los olivares y de los almendros, en los “cucos”, bardas o “bardizos”, en los chozos o las casetas de pastor, en los neveros o “pozos de nieve”, en las trincheras, los parapetos, los pozos de tirador, los nidos de ametralladora de la guerra civil, en los monumentos funerarios… y fue como una revelación porque la escritura en caliza era anterior a los romanos y los griegos, y especialmente en la cuenca del Mediterráneo, un auténtico libro abierto.
Y se aplicó a su lectura.
Llamaban construcciones de “piedra seca” a ese ingenio que consistía en levantar piedra sobre piedra, sin ninguna unión aparente, ni tierra, ni barro, ni mortero, ni argamasa, ni cemento, hasta constituir un reparo, un refugio, tal vez una cúpula, un techo.
Se apuntó a todas la jornadas y congresos que versaban sobre el tema: Mahón en Baleares, Lesbos en Grecia, Higueruela en Albacete, La Fatarella en Tarragona, Monreal del Campo en Teruel… y quiso recorrer todas las páginas de la historia, todos los renglones escritos, todas las líneas de escritura dispersas, en ocasiones orladas de zarzas, semiocultas por la hiedra, derruidas a veces, otras enhiestas…
Y se aplicó a su lectura: el libro de los siglos se abrió ante sus ojos; era una floración nueva, un mundo salvaje, un mundo de escritura en la caliza, en los brotes de estalactitas milenarias, en las flores de piedra levantadas, en los muros junto a los caminos, en las estelas elevadas o durmientes que celan a los vivos y los muertos, en las cavidades de la tierra que respiran:
Ahí estaba todo: caliza escrita.
Mariano Ibeas
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XVI.- Caliza escrita (I)
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Le gustaba sobre todo la piedra natural, como material escultórico y ornamental por excelencia: el granito, el mármol… también el alabastro por su luz interior y a veces la pizarra o la arenisca, siempre la caliza, la más modesta, la más natural. Él se decidió por las calizas.
Lo decidió desde el principio: caliza escrita.
La buscó por todas partes; buenas canteras de calcitas, famosas desde los romanos, como fuente de material de construcción, yacimientos de donde salieron las piezas de las catedrales, los puentes, los acueductos, las calzadas… hasta ciento veinte variedades de piedra de cantería tradicional registrados en el país, y sobre todo, un mineral abundante en la naturaleza, a veces cristalizado, otras en masas de estructura compacta, concrecionada, fibrosa, terrosa… que se presenta con aspecto incoloro, vítreo y transparente cuando es puro… entre sus variedades se encuentran diversos tipos de calizas tales como los mármoles, calizas oolíticas, pisolitos, alabastros, calcitas, dolomitas, magnesitas, aragonito, espato de Islandia, etc. etc.
Desechó el resto y se centró en la caliza y a partir de ese momento fue la piedra de su predilección.
Sabía que los griegos utilizaron la cal en muchas construcciones, según citas de Jenofonte y Teofrasto. Plinio lo confirma diciendo que lo usaron en la construcción del templo de Apolo y Dioscorides lo recomienda para uso médico.
Pero no estaba conforme del todo.
Mariano Ibeas
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XV.- El arte de reducir
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Pensó que no sería fácil, pero quiso intentarlo. Salió de buena mañana; no era necesario apresurarse, sin embargo; el prado empezaba a la puerta del taller y desde las ventanas de su casa podía apreciarse en todo su esplendor de verde, en el frescor de la noche, en la hierba recién segada, en los árboles que lo circundan, en la brisa, en el olor, en el sabor de una brizna de hierba entre los dientes, no sería fácil, no.
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Paseó despacio, al comienzo sin método alguno, en un ángulo del prado descubrió el inicio de un sendero, luego quiso recorrerlo de forma sistemática, palmo a palmo, se internó entre los pinos y aspiró con fruición el olor de los primeros eucaliptos, retiró algunas ramas, seleccionó tres o cuatro restos de poda y comenzó a serrar…
Paró en seco y por vez primera se preguntó:
__ “¿Qué estoy haciendo?”
***
No podía acarrear el bosque, ni llevarse consigo el prado, se dio cuenta de que elegir es reducir, no podía llevárselo, no un bosque, ni un árbol, ni una porción de bosque, ni una porción de prado…
Se tumbó en la hierba boca arriba mordisqueando una brizna, luego se revolcó en el prado y regresó lentamente a casa…
No podía llevarse consigo el olor, el color, el viento,la inclinación del terreno, la luz… ni una brizna de hierba siquiera.
****
Ya en el taller, observó atentamente; sobre el caballete un lienzo preparado, en blanco; se miró en el espejo y descubrió en su cabello una brizna de hierba… la recogió con delicadeza y con un poquito de cola la fijó en el lienzo…
La brizna de hierba incluye todo el prado, pero borra el prado también, el prado ya no existe.
Mariano Ibeas
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XIV.- Los rotos
Nunca se supo lo que había dentro. Todas las cajas aparecieron abiertas. Un paralelepípedo de madera de naranjo, una figura geométrica imposible, un prisma cuyas bases, o sus caras no son forzosamente paralelogramos. Recordó algunos cuadros clásicos de tema religioso:”la resurrección”, “el sepulcro vacío”, “la aparición a las mujeres”… e inmediatamente se centró en una idea.
Cajas mortuorias, sarcófagos, sepulcros abiertos al tercer día.
Había un antes y un después, un adentro y un afuera, un interior y un exterior, un espacio y un vacío … lo que estaba dentro había forzado las paredes de la caja, había surgido desde el interior, había emergido con una fuerza incontenible, había resucitado… pero ¿qué?
Y sólo se le ocurrió decidir que aquello era posible.
Una explosión de luz. Podía haber ocurrido de noche, una noche de tormenta, entre un festival de rayos y relámpagos y rodar incesante de truenos.
Algo o alguien que no había soportado la oscuridad encerrado entre media docena de tablas de madera de naranjo.
La oscuridad no lo admitió entre los suyos, no fue el elegido de la tumba; la noche le fue propicia para escapar huyendo del encierro.
Surgió así de pronto; curvó y retorció las paredes de la cárcel y ya no está.
Mariano Ibeas
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XIII.- LO QUE ECHAMOS DE MENOS (II)
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El hecho en sí, no dejaba de tener su ironía, sin embargo. Lo que ocurrió primero fue la desaparición de la obra “original”; y una pieza de 38 toneladas de peso y otros tantos millones de coste en dinero de la época, no se evapora, ni el acero cortén es material perecedero… La empresa que se hizo cargo del almacenamiento, la empresa constructora, el patronato del museo, nadie asume la desaparición, ni se hace responsable: la escultura existe, pero no está.
Tiempo después el autor y el museo decidieron fabricar “otra obra original” que debía colocarse en su emplazamiento original, allí donde solía, y si con el tiempo aparece la primera, ésta se destruye y santas Pascuas... “La obra resultante será considerada como original a todos los efectos y, de aparecer la primera, escultor y museo decidirán cuál de ellas será destruida”.
El mismo día y en el mismo periódico otra noticia le llamó la atención: “La Fiscalía Anticorrupción investigará la gran urbanización que se levanta en Seseña (Toledo), una nueva ciudad de 13.508 casas en bloques de 10 pisos…”
(De “El País, jueves 27 de julio de 2006)
No recuerda muy bien si lo ha soñado, pero dentro de 10 años alguien descubre en la plaza mayor de la citada urbanización una escultura “original” de Richard Serra… dicen que ha sido colocada allí a expensas de un constructor apodado “Pepe, el Chatarrero”.
Mariano Ibeas
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XIII.- Lo que echamos de menos (I)
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“La decisión de Richard Serra de reponer la escultura perdida del Museo Nacional Reina Sofía, con la fabricación de las misma planchas de acero cortén, es una práctica habitual en el arte actual… La fundición alemana que trabaja con Serra recibirá por correo electrónico los planos y las instrucciones para cortar dos bloques de 148,5 x 500 x 24 centímetros y otros dos de 148,5 x 148,5 x 24 centímetros para formar de nuevo la escultura Equal-Parallel / Guernica-Bengasi ”
(De “El País, jueves 27 de julio de 2006)
Le había dado muchas vueltas, porque era todo un enigma y un reto, para terminar admitiendo que sí, que en efecto, que, a partir del conceptualismo y el minimalismo de los años sesenta, una obra de arte es un concepto, una pieza mental, algo muy alejado de los artefactos tradicionales de la escultura o la pintura. El original, la copia y el objeto industrial derivado de ellos, viene a ser una y la misma cosa.
El artista ha dejado de ser el santón de turno y la obra ha perdido los tintes de lo sagrado, de un fetiche, un objeto de culto, si es que alguna vez los ha tenido. Una obra de arte se puede fabricar en serie, transportar de forma virtual, a la velocidad de la luz, de un extremo al otro del globo, incluso la imagen virtual preexistente a la propia obra digamos”material” tangible, es más perfecta en su pre-existencia, no es necesario ni siquiera fabricarla.
Mariano Ibeas
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XII.- Kyoto
Sería fácil reducir el mar a un lago de petróleo pestilente; sería suficiente con abrir todas las espitas; hay petróleo suficiente para eso. Incluso se le podría pegar fuego y transformar así la superficie de la tierra en una enorme antorcha visible desde la luna.
Podrían colocarse neumáticos usados en el fondo de los mares, realizar barreras de coral y goma negra en torno a los continentes; hay suficientes neumáticos usados para eso, y también para sujetar la tierra a cualquier otro planeta, como si fuese una bola de condenado a trabajos forzados…
Sin embargo quiso construirse un arca, una nueva arca de Noé, hecha de latas de aceite y de petróleo, una nave vistosa con latas de todos los colores, todos los logotipos, las marcas y los nombres de las multinacionales que enlatan los derivados del petróleo, los lubricantes, los disolventes, los fabricantes de automóviles, los mensajeros del CO2…
La construyó en forma de globo, y no quiso introducir en ella ningún animal de ninguna especie. Esperó un tiempo, pensando que no tardaría mucho tiempo en llegar el nuevo diluvio. Abrió una puerta y se encerró en la esfera una vez construida. Los que pasan por delante preguntan de forma invariable:
__ ¿Y se está cómodo ahí dentro?
Él responde también con otra pregunta:
__ ¿Y se está cómodo ahí afuera?
De vez en cuando, como Diógenes, pide que no se paren delante de la puerta, que no le quiten el sol.
Mariano Ibeas
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XI.- Sapo, verraco, asesino, espejo
Eran éstas sus palabras favoritas y sabían pronunciarlas en una extraña lengua.
Aparecían en sus bocas, y luego desaparecían como una larga cola de roedor en un agujero del granero, o una culebra de agua en la orilla del arroyo.
Nunca entendiste nada, ni el cómo ni el porqué de semejante historia, y nunca preguntaste por ella. Era un secreto entre ellos dos y de vez en cuando tendían su mesa de trileros y las palabras, como las bolitas que aparecían o desaparecían ante tus narices y tus ojos asombrados, llegaban de nuevo a tus oídos.
Sus bocas y sus labios pronunciaban las palabras con nitidez y vehemencia; surgían como insultos, como jaculatorias, como invectivas, como imprecaciones o como blasfemias. Tú no entendías nada, nunca entendiste nada, pero te quedaron como una huella, como las icnitas de los dinosaurios en la arcilla blanda, millones de años enquistadas en la roca. Recuerdas que un viejo profesor de latín os contaba que las palabras, como la energía, nunca desaparecen una vez pronunciadas; se expanden en el éter en círculos concéntricos; si fuésemos capaces por medio de la técnica de recuperarlas, podríamos volver a escuchar, de la misma boca de Cicerón, alguna de sus “Catilinarias” en vivo y en directo; yo creo que no nos convenció a ninguno, ni nos ayudó con el latín, pensando en el futuro, pero no dejaba de tener su atractivo como teoría. Las palabras que oías no tenían sentido, pero no quisiste olvidarlas sin embargo, y las repetías como un mantra, desde entonces.
Hasta que recuperaste años más tarde con un abrazo al amigo y empezaste por el final: “espejo, asesino, verraco, sapo.”
MARIANO IBEAS
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X.- Interrogatorio desnudo
__ ¿Mataste a alguien, o simplemente sucedió?
__ ¿Y para qué tantas escaleras?
__ ¿Trepó por la escalera?
__ ¿Cavaste un agujero, te metiste dentro y esperaste tu objetivo?
__ ¿A dónde te lleva una escalera sin peldaños?
__ ¿Qué pretendes alcanzar con semejante escalera?
__ ¿Eres zurdo o diestro?
__ ¿Pretendías subir o bajar?
__ ¿Usaste uno de Bellota, un Wolf, un Stihl, un Oregón o un Altuna?
__ Un simple serrucho manual, mis brazos son fuertes, nada de motores ni de innovaciones técnicas.
__ ¿Por qué serraste los peldaños?
__ ¿Después de cometer el crimen, qué hiciste luego con la sierra?
__ ¿Después de consumado, te pusiste de rodillas junto al cuerpo y la diste la vuelta?
__ Me daba miedo el silencio en la noche.
__ La noche era demasiado grande, me pareció inmensa, y después, no podía dejar de mirar al cielo.
__ ¿No podías haberla serrado como Dios manda?
__ ¿Y qué manda Dios en este caso?
__ ¿Y cómo haces para que se mantenga enhiesta?
__ El que trepa se encuentra dividido, no sabe si sube a derecha o a izquierda.
__ La escalera se escinde, cada banzo pesa en su raíz y queda en el aire, el aire es lo que trepa por la escalera abierta.
Mariano Ibeas
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IX.- TU BEBÉ (II)
Este es tu mundo, un mundo en el que la corteza sí que importa, es una y te la dieron desde el principio, “cuídala, te dijeron” como un huevo frágil, te dijeron, cuidado, no lo rompas... y así hasta la tumba, hasta que ruede como el cráneo de Yorick en las manos de Hamlet...
Cuando te asomaste a la tumba abierta, viste también otro cráneo desnudo y vacío, el resto era sólo humus, y antes gusanos, y antes materia gris y antes el motor del pensamiento y antes... huevo. El huevo primitivo, liso y desnudo te dio lástima, y quisiste vestirlo de corteza, desde fuera.
Todo está en tus manos, y fuiste añadiendo tierra y barro, le abriste la boca incluso y esbozaba una sonrisa, y los ojos ciegos que no sabían mirar hacia fuera, miraban hacia dentro, con un aire misterioso y siniestro, no quisiste cuencas vacías y le dotaste de párpados, cejas, le dibujaste pestañas, incluso.
No estabas satisfecho y, __como cuenta una leyenda __ a punto de gritarle ¡Habla! y asestarle un martillazo, te diste cuenta de que no tenía oído, que no podía oírte, que incluso los pabellones de las orejas no eran capaces de admitir el mínimo eco, ninguna vibración, incluso que su nariz incipiente no podía recoger tampoco en las fosas nasales la humedad del barro y el aroma de la tierra, te diste cuenta que ni la piel ni la corteza podían responder al tacto de tus manos, que no podría nunca articular palabra…
Y te sentiste derrotado; tu bebé, tu criatura no sería nunca viable, no podría llegar a término. No sabemos lo que ocurrió entonces en tu cabeza, pero te oímos decir palabrotas, te vimos golpear y patear el suelo con fuerza.
Mariano Ibeas
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IX.- Tu bebé (I)
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“Llora y di palabrotas, patalea con fuerza, porque la superficie de la tierra es solo una corteza...”
Pero también tu cráneo es una corteza, un puñado de placas sueltas, un conjunto de huesos finamente soldados como en una cremallera, un conjunto de placas tectónicas que flotan sobre el magma frágil de tu cerebro y no sabemos si termina de estar soldado o es un conjunto flexible y dúctil como el de un niño, no sabemos si los huesos están consolidados, si todavía quedan por cerrar algunas fontanelas, si las calcificaciones necesarias le confieren la suficiente dureza, si las uniones soldadas son fiables, si entre los intersticios, además de la conjuntiva y el material de soldadura, quedan algunos poros, o restos de la oxidación o de la cascarilla, o de la soldadura, o restos de otros restos...
“Estos huesos, unidos entre sí por suturas, con una estrecha y sólida imbricación, en el recién nacido, estas suturas no están cerradas, quedando entre ellas espacios membranosos, no osificados “las fontanelas”.
No lo sabemos bien, ni nos das permiso para penetrar en tu cerebro, para invadirlo con instrumentos de cirugía __ no invasiva, ni violenta por supuesto __, no una trepanación, ni una radiografía ni un barrido, o un TAC, no, simplemente tu propio testimonio.
Tu cráneo, el cráneo de un bebé, a flote sobre el magma, difuso y confuso, circunvolucionado, ordenación del caos, sede de la anarquía, del desorden y de la confusión de las ideas, un reducto de magma primigenio, de materia incandescente, del fuego y las llamas del infierno.
Mariano Ibeas
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VIII.- El huevo se sumerge... (III)
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Eligió un día de luna llena y se dispuso a pasar la noche en la faena; sabía que los viejos carboneros construían una caseta o refugio con los mismos materiales, pero se limitó a montar una tienda de campaña y un saco de dormir y procurarse ropa de abrigo.
La carbonera se encendió con viento favorable y comenzó a quemar poco a poco, primero la leña seca, después las ramas más finas, a continuación los troncos más verdes.
Contempló largo rato las volutas de humo, aparecieron todos los colores del espectro; se unieron a la fiesta los colores del amanecer y del ocaso… sabía que tenía que estar vigilante, controlar todo el proceso, evitar la salida de las llamas, procurar la combustión lenta… estaba muerto de fatiga y al tercer día se durmió…
Cuando despertó no pudo ya contemplar el milagro de la transubstanciación de la madera/materia en carbón: apenas un montón de rescoldos, humo y cenizas: el huevo sumergido en leche negra, había desaparecido… porque esa noche precisamente, hubo una nevada como ya nadie recuerda.
Mariano Ibeas.
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VIII .- El huevo se sumerge (II)
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Buscó un claro en el bosque, lo suficiente para la madera disponible. Habitualmente se utilizaba leña verde, de encina o roble con preferencia, pero no había mucho donde elegir.
Con ayuda de una cuerda trazó un círculo de tiza. Retiró con una azada rectángulos de hierba, con sus raíces y tierra aún fresca, que colocó cuidadosamente fuera del círculo.
Con lajas de piedra construyó una rudimentaria chimenea en el centro del círculo y una galería o canal de alimentación orientada hacia el Norte, para que el viento dominante avivase el fuego.
Poco a poco, de forma sistemática fue acarreando los troncos de madera, la leña, los palos, apoyando las piezas de los montajes escultóricos alrededor del eje de la chimenea, en posición casi vertical, en círculos concéntricos... y luego en capas sucesivas.
Apenas tenía material para completar dos o tres pisos; había sido demasiado ambicioso; redujo el diámetro del círculo y debió recurrir de nuevo al bosque; de las cortas y entresacados de madera, de pino, de los restos de poda de haya o eucalipto, de los materiales deleznables antes rechazados, consiguió la materia suficiente para cerrar el círculo, o mejor dicho, completó la semiesfera, el medio huevo primitivo.
Recubrió el conjunto con ramas de boj, y luego con los rectángulos de hierba y tierra, procurando apelmazarlos bien con la pala, sin dejar ningún hueco, ni un solo resquicio, sólo la chimenea que podía cerrarse fácilmente con unas lajas de piedra.
Sólo quedaba llenar el canal de alimentación con hierba y leña seca y prenderle fuego...
Mariano Ibeas
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VIII.- El huevo se sumerge
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El huevo se sumerge en leche negra”...; tenía que ser un sueño, un mal sueño, pero se negó a despertar.
Recordaba vagamente unas imágenes: una carbonera humeante en medio del bosque, surgiendo de la tierra y a su alrededor nieve, mucha nieve, una nevada como esa no la recordaban ni los más viejos del lugar, y la imagen le venía , noche tras noche, de forma obsesiva y recurrente.
Recordaba quizás una película, “Tasio” de Montxo Armendáriz, o tal vez un reportaje etnológico de Eugenio Monesma recuperando viejos oficios perdidos...
Recogió viejos troncos de roble, haya o castaño arrumbados en el taller; descartó con cuidado los de tejo y sabina, unos fósiles de madera casi en estos tiempos; se deshizo de antiguas esculturas polvorientas, proyectos o maquetas que hubiesen merecido mejor suerte, materiales diversos y dispersos, piezas numerosas pensadas en conjunto y ahora dispersas, moldes de fundición, verdaderas esculturas de madera, cajones y materiales de embalaje, madera y materia, todo para el fuego.
El cambio de las instalaciones del taller por un formidable caserío en la vertiente sureste de la colina, con vistas a la bahía y al puerto de Bermeo, podía ser una buena ocasión para llevar adelante el proyecto: partir de cero o casi; en un nuevo “auto de fe”, una inmolación, una combustión controlada, una reducción a carbón, cisco, polvo, ceniza, humo... la materia/energía, no se crea, ni se destruye, se transforma...
Mariano Ibeas
VEINTE MODELOS (DE ESCRITURA) PARA ARMAR
VII.- Naturaleza muerta
Huele a cuero el aire, a cuero quemado, a cuero de caballo o de vaca, o de cabra, cuero sin curtir, cuero relleno de caballo o de vaca o de cabra, cuero de caballo joven, de potro o de ternero, o de vaca joven quemada en el monte entre carballos y eucaliptos … montes de granito de la España ácida, de la España húmeda, viento del noreste, que nos trae la muerte y el soplo desde la España seca y árida, que concita a la muerte y a la orgía del fuego y las cenizas como una maldición atávica, que ataca a la hora de la siesta y que no da tregua, como una maldición bíblica y recurrente a un paso de la nada, naturaleza viva, con olor de muerte, naturaleza muerta. Huyen los insectos; sus corazas de quitina no les salvan de la muerte, estallan como fritos de sartén; los roedores que encontraban su refugio en los huecos y las cuevas ven sus guaridas convertidas en hornos de panadería; bajo las piedras, los reptiles aguantan hasta que el infierno pasa, los que deciden huir apenas consiguen un inicio en su carrera; los pájaros, como alcanzados por el rayo, descienden bajo el fuego rompiendo la densidad del aire y caen como plomos; no se ven mamíferos, ni roedores y menos todavía anfibios: ni siquiera el agua o el barro de las charcas les brinda protección; bajo la piel, el pelo, las plumas o las escamas, el olor a muerte se adensa; estallan las piedras, crepitan las piñas de los pinos dispersando las semillas… Es la piel, la piel de la tierra, la tierra que se quema, que sufre como un cuerpo quemaduras de segundo o de tercer grado; y cuando las quemaduras superan una determinada proporción de la superficie del cuerpo, todos los doctores dicen que la vida es imposible, que cualquier cuerpo vivo estará abocado inevitablemente a la muerte, será un cuerpo muerto, una naturaleza muerta, una Tierra muerta. Mariano Ibeas
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VI.- Los paisajes que atraviesan (III)
A partir de aquí, paso a paso, comienza la disgregación, la degradación y la descomposición. El arte da paso a la literatura, a la teoría, al trato mercantil, al comercio y, con suerte, a la comunión entre el autor/creador/oficiante/ y los fieles/comulgantes, clientes/ compradores/consumidores; algunos de los actores oficiantes, sellan un pacto o firman un contrato y algunas de las piezas cambian de destino y ocupan otros paisajes: un museo de nueva creación, una galería de arte, un restaurante, una sala de juntas, el salón de una casa particular, un fondo de reserva, una inversión rentable…
El resto, una vez concluida la exposición y embaladas las piezas con algo menos de cuidado, regresan al taller, al último paisaje, al reino de las sombras: es de nuevo “el tanatorio” o la muerte lenta, un tributo al olvido, a la desintegración, a la rueda de las reencarnaciones y al círculo de la existencia; quizás la auténtica tragedia sería la no consumación de los tiempos y la muerte eterna.
Mariano Ibeas
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VI.- Los paisajes que atraviesan
II
Están listos ya para su viaje definitivo, embaladas primorosamente y con sumo cuidado, hacia una galería de arte; una vez allí de nuevo colocados, situados, colgados o tendidos, separados, alineados, amontonados, iluminados… ordenados según un plan preconcebido, un determinado criterio de orden urdido en la mente del creador… hacia una nueva “hierofanía” en la que el espacio confinado deviene templo y un espacio sagrado para la liturgia y la ceremonia de lo que llaman arte… una transubstanciación: de la mente del creador a la materia creada y de ésta a la del espectador que la hace suya, que la asimila en una comunión posible o imposible.
Éste es el nuevo paisaje, el del “vernissage”, el de la liturgia y el de la consagración, la liturgia de la voz y la palabra, la de los visitantes y los críticos, los mirones, los curiosos, los que se refugian de la lluvia, del frío o del calor, los que ven y se dejan ver, los marchantes y los posibles compradores, el la liturgia de la voz y la palabra, de las imágenes y las reseñas de los periódicos, los folletos y los medios de comunicación.
Mariano Ibeas
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VI.- Los paisajes que atraviesan (I)
I
Los paisajes que atraviesan miden su existencia. Son raíz, tronco, ramas, hojas, y atraviesan numerosos inviernos, primaveras… hasta que cambian de posición.
Del eje vertical __ geotropía __ pasan a otros planos laterales en busca del sol__ fototropía__ y un buen día reciben el mordisco de los dientes de la sierra; primero dirigen su existencia hacia horizontes nuevos: el nuevo azote, pero no del viento, el arrastre, pero no del agua, la pérdida de la materia, pero no del otoño, que determina un viaje desconocido hasta ahora.
Abocados a nuevos paisajes móviles y cambiantes, en el tráfago y el ruido del transporte, tras un viaje corto y frenético, terminan en el suelo del almacén de secado o arrumbados en el taller recogiendo el aire cerrado, el polvo y el paso de los días, protegidos del viento y de la lluvia por un dosel nuevo…
La savia no circula ya, apenas fluye por las heridas abiertas, rezuma y gotea en los cortes de la sierra; pierden agua, la elasticidad de las células se torna en una celulosa muerta, la lignina se endurece, el corcho de las células muertas de la corteza se resquebraja y se desprende, algunos insectos xilófagos intentan la penetración, la puesta de huevos, los hongos aprovechan las últimas humedades y algunos líquenes prosperan todavía.
Pero eso será por poco tiempo; con unos nuevos cortes, limados de escofina, o abrasivos de radial terminan perdiendo la corteza, están desnudos, ya no son árbol ya, o tronco o rama, son materia / madera, un nuevo paisaje duro y desconocido.
Sometidos a un baño de imprimación, de antixilófagos, alisados con masa plástica, emplaste o masilla, limados de nuevo, lijados o cubiertos de pintura , de varias capas de pintura, de pintura mate o brillante, de pintura de colores, de pintura de carrocería de automóvil … son otros ya, “artefactos” ajenos al paisaje, objetos incluidos en un nuevo espacio aún por determinar.
Mariano Ibeas
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V.- El otoño
El niño entró corriendo desde el jardín, llevaba en las manos un montón de hojas secas sujetas por los peciolos.
__ Soy un árbol, dijo.
__ Pues entonces vuelve al jardín, no puedes crecer aquí.
__ ¿ No puede haber un árbol en el salón?
__ Un árbol pequeño como tú crece rápidamente y las raíces penetran en el suelo buscando el agua… romperán la alfombra; y las ramas crecen también buscando la luz y querrán salir del salón, romperán el techo.
__ Vale pues me quedo aquí y me regáis y mis ramas saldrán por la ventana abierta.
__ Eso será mucho más difícil en invierno.
Entonces el niño se puso serio, se enfadó mucho, dejó caer las hojas sobre la alfombra, cruzó los brazos y replicó.
__ Pues vale, ya no soy un árbol.
__ Pues ahora sí que eres un árbol, en otoño.
Mariano Ibeas
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III.- Acerca del refugio
No supo muy bien por dónde empezó todo… la idea era encerrar alguno de los elementos, agua, aire, tierra, fuego y controlarlo o, mejor aún, dominarlo. Ése parecía ser el objetivo final del arte; ¿o no?
Ya lo había intentado antes con la tierra, mejor dicho el barro, y el resultado con la pasta de modelar y la cerámica no terminaron de dejarle satisfecho. Es verdad que los bustos de los críos y alguna pieza que otra de cerámica podían colocarse sin desdoro en cualquier repisa. De los bustos de los críos estaba especialmente orgulloso, no se sabe muy bien si como padre o como artista.
Con el fuego la cosa era más complicada; si acaso las uniones de soldadura y algún que otro trabajo de forja, también dieron sus resultados, el fuego en realidad era difícilmente controlable, mientras hubiese combustible y oxígeno suficiente las llamas trazaban sus formas caprichosas sin una norma aparente; es más, le pareció que era precisamente ese carácter de capricho, lo que realmente le fascinaba… y en último término, el fuego, por ejemplo en la cerámica, terminaba decidiendo el final de la obra.
Con el agua las posibilidades le parecieron más limitadas; su fluidez, su consistencia, su movimiento, su transparencia, su color… todo estaba mediatizado siempre por el medio o por el recipiente que la contenía; juzgó la posibilidad de la escultura en hielo, era una alternativa, estaba ya contrastada la práctica en algunos lugares… pero los dificultades añadidas aumentaban. Le pareció la más efímera de las experiencias.
Quedaba el aire, pero no en un espacio vacío, un globo, o un neumático por ejemplo. Lo más difícil de todo era atrapar el aire. Atrapar el aire, llenar el vacío, vaciar lo compacto establecer sombras y luces, transparentar los cuerpos, atormentar la materia, retorcer las fibras hasta casi romperlas… todo ello le parecían intentos vanos; la materia o la ausencia de ella, no se dejaba domeñar fácilmente.
Lo intentó con una red, un cazamariposas o, mejor dicho, con una estructura metálica de varillas de acero soldadas, y capturó un sillón, un árbol… lo más difícil fue capturar un hombre… al final la jaula atrapadora de hombres acabó vacía y encerrada en el servicio del taller, en el rincón de la meditación más esencial sobre la esencialidad humana y su existencia que se pueda imaginar y también se quedó encerrado él mismo en el servicio del taller, y allí desde una postura semejante al “pensador” de Rodin, le sigue dando vueltas al problema.
Mariano Ibeas
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IV.- Me prohíben detenerme
De pasada contempla los últimos edificios de la ciudad, un polígono industrial, una larga tapia que encierra cultivos de invernadero y un rótulo imposible, desmesurado, una pintada que recorre buena parte de la pared con una sola palabra: “acontracorriente”.
Recordaba vagamente una historia de años atrás, años de lucha ingenua contra el sistema, de asambleas clandestinas, de largas sesiones de discusión política en medio del humo y el vino barato de las tabernas, las noches de confección de boletines y octavillas a golpe de “vietnamita”, el tiempo de las carreras ante los “grises”... y también los amigos y compañeros encerrados en la jefatura durante días.
Muchas horas de quemarse las pestañas con los cyclostil de la Gestetner, con la impresora de alcohol, muchos ejercicios de entrenamiento en la lectura inversa o especular y sobre todo la habilidad para la lectura o las interpretaciones “entre líneas”.
El tren seguía su rodar; volvió al libro de lectura: Erri de Luca, “Montedidio”. En una esquina del marcador de páginas escribió de forma mecánica la pintada de la tapia y la leyó al revés: “etneirrocartnoca”. No le decía nada y regresó a la lectura.
Días más tarde en el taller intentó ordenar unos fragmentos de madera, ramas de haya pintados de azul intenso, brillante…; poco a poco empezó a situarlos como una línea de caracteres de escritura, a colocarlos de izquierda a derecha, de derecha a izquierda.
Eran en total dieciséis fragmentos, una línea apenas, una caja de composición de imprenta en la que se alineaban unos signos de escritura, unas letras que podían constituir palabras, una frase ordenada y coherente que podía leerse con facilidad.
No eran caracteres de imprenta, sin embargo, pero poco a poco las formas se fueron imponiendo; sobre el suelo de cemento terminó leyendo claramente y sin dudar “ACONTRACORRIENTE”.
Mariano Ibeas
VEINTE MODELOS (DE ESCRITURA) PARA ARMAR
II.- Zonas residenciales
Las zonas residenciales cobran vida por la noche. Son como las casas de madera que reciben durante el día a manos llenas la luz del sol o la lluvia y luego, cuando baja la temperatura o se secan, se acomodan las maderas, crujen y se retuercen…
Aparentemente no pasa nada. Los guardas de seguridad están en su puesto, las alarmas están conectadas, las tapias y los setos de ciprés celan el interior de los jardines y los patios. Algún coche cruza las verjas o desaparece silencioso tras una puerta automática de garaje que se cierra.
Y sin embargo los gatos o los zorros se apoderan del jardín, escarban entre los montones de hojas o los cubos de basura, trepan las ratas por las paredes de la caseta de herramientas, rodean el garaje, recorren las barras de la pérgola…
De vez en cuando algún perro ladra para guardar las formas, pero están bien alimentados y no se molestan demasiado por los ruidos de la calle ni por el paso descuidado de otro perro o de otro dueño paseados por la acera…
Y sin embargo es un territorio de caza privilegiado.
No, no hablamos de ladrones ni de asaltantes nocturnos cada vez más agresivos o envalentonados que no dudan en secuestrar o torturar a los descuidados habitantes en busca de un botín.
No hablamos de los que recorren las calles en busca de restos de comida, para completar la cena, de cartones para improvisar un refugio…
No hablamos de los jubilados, de los “bricoleurs”, de los caprichosos, los afectados por el “síndrome de Diógenes”... los de Basurama…
Hablamos de “la busca” o mejor todavía del hallazgo, invento o invención, del encuentro casual, de la “trouvaille”, hablamos de los artistas que pasean por las aceras de los barrios residenciales y miran con otros ojos, con ojos de artista. En los barrios residenciales, antes de la llegada del camión de la basura, próximos a los contenedores se encuentran verdaderos tesoros para los artistas, un paraíso del desecho y de materia reciclable, el origen y el fin de todo, la construcción y la destrucción, el ciclo de la vida y la materia, el eterno retorno.
Artistas vergonzantes o furtivos, a plena luz o desvergonzados, que observan, miran, ven buscan y, de vez en cuando, encuentran, algo distinto, algo que se recoge porque su forma, su color, su consistencia, su brillo son materia de creación: se llevan hasta el taller, y allí, en el silencio, reposan y un buen día el objeto se transforma, como por milagro, en una obra de arte.
Al fin y al cabo un artista es un conquistador, o mejor dicho un descubridor, alguien que ve más allá, que va más allá.
Ya lo hicieron en su día Picasso; sólo a él se le podía haber ocurrido juntar un manillar y un viejo sillín de bicicleta para completar su “cabeza de toro”.
O Marcel Duchamp en 1917 colgando en una galería de Nueva York un urinario de porcelana blanca como una obra de arte, bajo el título de “Fuente”. José Ángel me enseña su armario-tesoro, un viejo armarito de cristales de una consulta de odontólogo, lleno de “trouvailles”, objetos del acaso, de formas y materiales imposibles.
Y ahí están como en un museo, esperando el relámpago del ojo del artista.
Mariano Ibeas
VEINTE MODELOS (DE ESCRITURA) PARA ARMAR
“VEINTE MODELOS (DE ESCRITURA) PARA ARMAR” Dedicado a José Ángel Lasa Garikano
I.- Últimos regalos
Las arañas diminutas lanzan sus hilos invisibles al vacío, millones de arañas diminutas cuelgan boca abajo al extremo de su hilo y esperan con paciencia.
Hasta que sopla el viento; el viento favorable en el momento oportuno, rompe los hilos. Las arañas emprenden su peregrinación en alas del viento, sin rumbo conocido, o tal vez sí.Son millones, millones y millones de criaturas invisibles, salidas de millones de millones de huevecillos traslúcidos, unos días antes. Son arañas etéreas, casi invisibles como el cristal del aire, más leves que el viento, más fluidas que el agua, más puras que el hielo.
El rayo y la tormenta no les afectan: ni se inmutan, les iluminan el sol y la luna y las estrellas, las auroras boreales en los círculos polares; ahora se han descubierto auroras boreales en otros planetas, hay una nueva teoría sobre su formación, se habla de tormentas magnéticas. Sabemos que las pequeñas arañas están por todas partes, pero no sabemos de la existencia de arañas en esos cuerpos celestes.
Javier Tomeo se lo preguntaría a su amigo Ramón y seguramente tendría una respuesta para ello; pero mi amigo Ramón sólo entiende de coches, de mecánica y mucho, pero no creo que para esto tenga una explicación convincente.
Habría que revisar muchas teorías para encontrar una explicación, y pasará mucho tiempo hasta entonces.
Mientras tanto las arañas viajan con el viento, se les encuentra en el Tíbet, en los Himalayas, en los Andes, en el Atlas y en el Sahara ruedan con las arenas del desierto, vuelan y se cuelgan de las nubes.
Ahí está el secreto. Viajan con las nubes, encuentran su modo de colgar los hilos en cualquier acúmulo de gotitas de agua.Algunas caerán con la lluvia, pero dejan en el aire sus hilos de viaje, como maletas abandonadas en una estación término. Son sus últimos regalos.
Yo creo que las nubes se lo agradecen, porque estos hilos las mantienen compactas, porque definen sus formas y colores, porque las arañas tejen nubes, porque anudan en las nubes las gotas de agua, como inmensas telarañas.
Mariano Ibeas