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VEINTE MODELOS (DE ESCRITURA) PARA ARMAR

VEINTE MODELOS (DE ESCRITURA) PARA ARMAR

HOMENAJE ... Y FINAL

 

ÍNDICE        Y nota explicativa: 

              Los títulos y las citas de “Veinte Modelos” corresponden a las páginas 65 a 74 arrancadas seguramente de  una revista literaria que no he  conseguido  identificar y que bajo el título de “Veinte poemas en prosa”, me hizo llegar una amiga sin muchas explicaciones: Los títulos y los autores eran los que siguen: 

    I.- Últimos regalos, de Kim Addonizio

   II.- Zonas residenciales, John Burnside

   III.-  Acerca del refugio, Anne Carson

   IV.- Me prohíben detenerme, Jacques Dupin

   V.- El otoño, Russell Edson

   VI.- Los paisajes que atraviesan, Jean Follain

   VII.- Naturaleza muerta, Stratis Haviaras

   VIII.- El huevo se sumerge en leche negra,  Martin A. Hibbert

   IX.- Tu bebé, Louis Jenkins

   X.- Interrogatorio desnudo, Yusef Komunyakaa

   XI.- Sapo, verraco, asesino, espejo…, Larry Levis

   XII.- Kyoto, John Levy

   XIII.- Lo que echamos de menos, Sarah Manguso

   XIV.- Los rotos, W.S. Merwin

   XV.- El arte de reducir, dan Pagis

   XVI.- Caliza escrita, Meter Redgrove

   XVII.- De los colores de la noche, N. Scott Momaday

   XVIII.- Tuviera ella un caballo, Gertrude Stein

   XIX.- Su silueta contra el resplandor alpino, James Tate

   XX.- Césped del medio exento, Rosemarie Waldrop

                     A todos ellos rindo el homenaje de estos textos.

 

                                              Mariano Ibeas, verano-otoño de 2006

VEINTE MODELOS (DE ESCRITURA) PARA ARMAR

XX.- CÉSPED DEL MEDIO EXENTO (II Y FINAL)

 

 

                 Cuando la guerra los últimos animales que morían eran los caballos; tan pronto como no se sostenían en pie, la gente los mataba, pero estaban flacos y no se encontraba carne allí… sin embargo el hambre no distingue y no se hacían ascos a la lengua, los carrillos o  los sesos, cocían los huesos y una vez descarnados eran presa de los perros.

 

 

                     Lavadas por la lluvia, calcinadas por el sol, las calaveras inmaculadas surgían de la tierra; si el tiempo era propicio y las lluvias abundantes, en el hueco de la calavera, en las cuencas vacías, al año siguiente la hierba crecía en abundancia.

 

 

                    Al fin se olvidó la guerra, cultivaron los campos y en lugar de alimento para los caballos, los campos producen maíz en abundancia. También se olvidó el olor y el gusto de la carne, pero no se recuerda que es la sangre, la tierra ahíta de sangre la que hace crecer el maíz en abundancia.

 

 

Mariano Ibeas

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XX.- Césped del medio exento (I) 

                                                        *

                     Cuando la guerra, los últimos animales que se morían eran los caballos “ 

                   Recordaba  viejas imágenes de color sepia con caballos reventados de la primera de las guerras del siglo pasado y también la de un miliciano parapetado detrás de un caballo abatido y disparando su fusil en la Guerra Civil española, y la impresión que le produjo un caballo molido a palos entre las imprecaciones y los  gritos de un carretero enfurecido, un pobre jamelgo  incapaz de levantarse, atrapado entre los varales de un carro volcado en la cuneta...

 

 

                   Recordaba el brillo de los arreos de cuero del caballo y los del miliciano y el brillo del fusil entre sus manos.

 

 

                   Y recordaba o se imaginaba también la suerte de las vacas y los caballos, los cerdos y las ovejas, los carneros, los corderos jóvenes, los potros, los terneros y el inmenso matadero sucio y apestoso inundado de sangre, la muerte de los animales tras la conmoción, tras el aturdimiento, tras el golpe de gracia del mazo en la base del cerebro…

 

                    No quería ser cómplice de las masacres, ni el despellejado, ni del despiece, ni de los puestos del mercado entre moscas y restos sanguinolentos; empezó a odiar los cuchillos y las piedras de afilar, las picas, las hachas, los machetes y los verduguillos; se aprestó a olvidar el impacto o la punta del acero que llega al punto en que la espina dorsal se une al cráneo, en el hueco que forma el brazuelo delantero y por donde la cuchilla penetra llegando al corazón, el trazado de la espada o del rejón en todo lo alto, le producía náuseas.


 

 

Mariano Ibeas

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XIX.- Su silueta contra el resplandor alpino                            

                  Sabemos  que a determinados pájaros, las golondrinas por ejemplo, les atrae el espacio transparente, el cielo del verano al atardecer, la superficie de un estanque, el cristal de una ventana. A veces en sus ráfagas vertiginosas, cruzan el cielo con un agudo chiar, resbalan por la superficie y toman con sus picos abiertos unas gotas de líquido que les sirven también para amasar el barro de sus nidos… y a veces chocan contra el vidrio de las ventanas.                   

                   Recogí con cuidado aquel cuerpo caliente que latía entre mis manos… como si el cielo se hubiese volcado de repente, como si el aire adensado de la tarde hubiese juntado todo el plomo del sol, todos los hilos de sus vuelos de vértigo, las madejas de las nubes, los frutos alados recogidos al vuelo, en su ávido pico…

                    Todo estaba allí, pero nada era lo mismo, en una piltrafa de carne, apenas con un hilillo de sangre en la cabeza, un sueño roto, un disfraz arrumbado en el respaldo de la silla, un plumero desplumado, un cadáver de ojos entrecerrados…

                     No había sido fulminada por el rayo, ni los plomos del cazador segaron la guadaña de sus alas, ni quebraron el arco o la parábola trazada en el plano del cielo…

                     Sólo por un momento, en un relámpago,  dibujó su cuerpo una silueta triste de cristo crucificado en el otro lado del cristal de mi ventana… 

                    Abandoné el libro y la lectura y en el rincón más fresco del jardín enterré su cuerpo envuelto en una servilleta blanca…

                     Soplaba el aire fresco y hacia occidente se tendían  algunas nubes dispersas. 

                    Definitivamente el  verano había terminado.


Mariano Ibeas

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XVIII.-TUVIERA ELLA UN CABALLO (II)

                                                **

                     Comenzó con un viejo chinchorro, y no fue tarea fácil ponerlo de pie… la popa forma un ángulo inclinado respecto de la vertical; no, no es fácil erigir un barco, o una barca y colocarlo con la quilla en posición vertical;  hizo un nuevo esfuerzo aprovechando un hueco en la arena pero se le derrumbó como castillo de naipes, completamente descuadernado.

 

 

                   Pero no se dio por vencido y lo intentó de nuevo, con la siguiente barca tuvo algo más de suerte, consiguió tras duros esfuerzos colocar de pie la vieja carcasa; esfuerzo inútil, la barca se partió en dos  a lo largo de la quilla como una raja de melón.

 

                   Entonces decidió que era eso lo que andaba buscando; era un problema de orientación; el destino de las viejas barcas era el regreso al bosque, el retorno al árbol, la vuelta de la materia, el retorno de la madera a sus orígenes, al árbol primitivo.

 

 

                   Y en la orilla de la playa empezó a crecer un bosque, un verdadero bosque de barcas, las quillas apuntadas al norte, esperando un ligero viento que les permitiese hinchar las velas y tomar el largo…

                     Sólo entonces se sintió satisfecho y se sentó a contemplarlas;  pensó en su hermana:          “¡Si ella tuviera un caballo!”                    

 

Mariano Ibeas

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XVIII.- Tuviera ella un caballo (I)                                              *

                  Si en lugar de nariz tuviera ella un caballo…”

                     Sólo disponía de un cuchillo, tomó un trozo de corteza de pino y comenzó a esculpir lo que le pareció un muñeco, luego otro y otro. Su hermana le miraba con envidia y le pidió que le hiciese un caballo. 

                  Luego pensó en una barca, vació un pequeño tronco y con un trozo de papel fabricó una vela, la fijó en un mástil y consiguió llevarlo flotando, guiándolo con un palito a lo largo del arroyo; chocaba contra las piedras,  pero pudo transportar cómodamente uno de sus muñecos…

                     Más tarde se fijó en las barcas…         

 “las barcas de dos en dos,         

 como sandalias del viento        

 puestas a secar al sol”    

   (Manuel Altolaguirre “Las islas invitadas”)  

                  Le dieron lástima las barcas semihundidas en el agua sucia del puerto, algunas arrumbadas en la orilla, acodadas a las rocas, volcadas en la arena, las quillas en el aire, comidas del orín y de la sal, desfondadas, rotas las cuadernas, roída la borda por el roce de los remos y las cuerdas de amarre, apenas superpuestas cien capas de pintura… 

                   Y decidió que era necesario colocarlas de pie, darles una dignidad hierática de viejas estatuas y se aplicó de firme a la tarea…

 

                   Aguantó como pudo las risas y los guiños de  los viejos pescadores, los que necesitan día a día el aire del mar, y el gusto de  la sal y el olor de las algas podridas en las redes del paseo del puerto…


 

Mariano Ibeas

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XVII.- De los colores de la noche  

                 

               Un hombre mató un toro en campo abierto; por nada, simplemente le gustaba ver la sangre, quería tener la sangre entre sus manos. El toro era un semental grande, viejo ya y noble que tardó mucho en morir, estuvo toda la noche agonizando.

 

 

                  Llegada la mañana se juntaron al mismo tiempo, el miedo, el dolor y la vergüenza, y se alejó corriendo. Pero no fue demasiado lejos colina abajo; se tendió en la hierba y se volvió a mirar.      

 

                      Lejos ya, en el horizonte de la colina se distinguía la enorme cabeza y el lomo del animal abatido, como una montaña más en el límite del universo. La sangre roja comenzó a fluir  y a extenderse por el cielo, no era rojo de sangre negra y densa, al contrario, parecía diluirse en el aire o en el agua o por el cielo, y comenzó a llenarlo todo: era púrpura, rosáceo, teñido de azul, de ocre, de oro y todo ello entreverado de copos de luz…          

         Y vio cómo en un momento, entre los cuernos del animal,  surgió una llamarada, un estallido de luz, un disco de oro y pensó  que  su final estaba próximo: había oído hablar de la venganza de Apis; y entonces sólo tuvo miedo: se levantó y sin mirar atrás, colina abajo, siguió corriendo.

 

Mariano Ibeas

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XVI.- Caliza escrita (II)

                                              **

 

                       En sus paseos por el campo observó las alineaciones de piedras en los muros de los huertos, en las terrazas de los olivares y de los almendros, en los “cucos”, bardas o “bardizos”, en los chozos o las casetas de pastor, en los neveros o “pozos de nieve”, en las trincheras, los parapetos, los pozos de tirador, los nidos de ametralladora de la guerra civil, en los monumentos funerarios… y fue como una revelación porque la escritura en caliza era anterior a los romanos  y los griegos, y especialmente en la cuenca del Mediterráneo, un auténtico libro abierto.

 

 

                       Y se aplicó a su lectura.

 

 

                     Llamaban construcciones de “piedra seca” a ese ingenio que consistía en levantar piedra sobre piedra, sin ninguna unión aparente, ni tierra, ni barro, ni mortero, ni argamasa, ni cemento, hasta constituir un reparo, un refugio, tal vez una cúpula,  un techo.

 

 

                      Se apuntó a todas la jornadas y congresos que versaban sobre el tema: Mahón en Baleares, Lesbos en Grecia, Higueruela en Albacete, La Fatarella en Tarragona,  Monreal del Campo en Teruel…  y quiso recorrer todas las páginas de la historia, todos los renglones escritos, todas las líneas de escritura dispersas, en ocasiones orladas de zarzas, semiocultas por la hiedra, derruidas a veces, otras enhiestas…

 

 

                       Y se aplicó a su lectura: el libro de los siglos se  abrió ante sus ojos; era una floración nueva, un mundo salvaje, un mundo de escritura en la caliza, en los brotes de estalactitas milenarias, en las flores de piedra levantadas, en los muros junto a los caminos, en las estelas elevadas o durmientes que celan a los vivos y los muertos, en las cavidades de la tierra que respiran:

 

 

                     Ahí estaba todo:  caliza escrita.

 

 

Mariano Ibeas

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XVI.- Caliza escrita (I)

 

                                       *

                                         Le gustaba sobre todo la piedra natural,   como material escultórico y ornamental por excelencia: el granito, el  mármol… también el alabastro por su luz interior y a veces la pizarra o la arenisca, siempre la caliza, la más modesta, la más natural. Él  se decidió por las calizas.

 

                  Lo decidió desde el principio: caliza escrita.

                  La buscó por todas partes; buenas canteras de calcitas, famosas desde los romanos, como fuente de material de construcción, yacimientos de donde salieron las piezas de las catedrales, los puentes, los acueductos, las calzadas… hasta ciento veinte variedades de piedra de cantería tradicional registrados en el país, y sobre todo,  un mineral abundante en la naturaleza, a veces cristalizado, otras en masas de estructura  compacta, concrecionada, fibrosa, terrosa… que se presenta con aspecto incoloro, vítreo y transparente cuando es puro… entre sus variedades se encuentran  diversos tipos de calizas tales como los mármoles, calizas oolíticas, pisolitos, alabastros, calcitas, dolomitas, magnesitas, aragonito,  espato de Islandia, etc. etc.

 

                 Desechó el resto y se centró en la caliza y a partir de ese momento fue la piedra de su predilección.

 

                  Sabía que los griegos utilizaron la cal en muchas construcciones, según citas de Jenofonte y Teofrasto. Plinio lo confirma diciendo que lo usaron en la construcción del templo de Apolo y Dioscorides  lo recomienda para uso médico.

 

 

                  Pero no estaba conforme del todo.


 

 

Mariano Ibeas

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XV.- El arte de reducir                                             

                                        *                  

                Pensó que no sería fácil, pero quiso intentarlo. Salió de buena mañana; no era necesario apresurarse, sin embargo; el prado empezaba a la puerta del taller y desde las ventanas de  su casa podía apreciarse en todo su esplendor de verde, en el frescor de la noche, en la hierba recién segada, en los árboles que lo circundan, en la brisa, en el olor, en el sabor de una brizna de hierba entre los dientes, no sería fácil, no.

                                                 **                  

                 Paseó despacio, al comienzo sin método alguno, en un ángulo del prado descubrió el inicio de un sendero,  luego quiso recorrerlo de forma sistemática, palmo a palmo, se internó entre los pinos y aspiró con fruición el olor de los primeros eucaliptos, retiró algunas ramas, seleccionó tres o cuatro restos de poda y comenzó a serrar…                  

                Paró en seco y por vez primera se preguntó:

                 __ “¿Qué estoy haciendo?”                                               

                                                    ***                  

                No podía acarrear el bosque, ni llevarse consigo el prado, se dio cuenta de que elegir es reducir, no podía llevárselo, no  un bosque, ni un árbol, ni una porción de bosque, ni una porción de prado…                  

                 Se tumbó en la hierba boca arriba mordisqueando una brizna, luego se revolcó en el prado y regresó lentamente a casa…                  

                 No podía llevarse consigo el olor, el color, el viento,la inclinación del terreno, la luz… ni una brizna de hierba siquiera.                                               

                                                ****                  

                  Ya en el taller, observó atentamente; sobre el caballete un lienzo preparado, en blanco; se miró en el espejo y descubrió en su cabello una brizna de hierba… la recogió con delicadeza y con un poquito de cola la fijó en el lienzo…

                  

                 La brizna de hierba incluye todo el prado, pero borra el prado también,  el prado ya no existe.


 

 

 

Mariano Ibeas

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XIV.- Los rotos

                  

             Nunca se supo lo que había dentro. Todas las cajas aparecieron abiertas. Un paralelepípedo de madera de naranjo, una figura geométrica imposible, un prisma cuyas bases, o sus caras no son forzosamente paralelogramos. Recordó algunos cuadros clásicos de tema religioso:”la resurrección”, “el sepulcro vacío”, “la aparición a las mujeres”… e inmediatamente se centró en una idea.

 

 

                   Cajas mortuorias, sarcófagos, sepulcros abiertos al tercer día.

 

 

                   Había un antes y un después, un adentro y un afuera, un interior y un exterior, un espacio y un vacío … lo que estaba dentro había forzado las paredes de la caja, había surgido desde el interior, había emergido con una fuerza incontenible, había resucitado… pero ¿qué?

 

 

                    Y sólo se le ocurrió decidir que aquello era posible.

 

 

                   Una explosión de luz. Podía haber ocurrido de noche, una noche de tormenta, entre un festival de rayos y relámpagos y rodar incesante de truenos.

 

 

                   Algo o alguien que no había soportado la oscuridad encerrado entre media docena de tablas de madera de naranjo.

 

                    La oscuridad no lo admitió entre los suyos, no fue el elegido de la tumba; la noche le fue propicia para escapar huyendo del encierro.

                     Surgió así de pronto; curvó y retorció las paredes de la cárcel y ya no está. 

Mariano  Ibeas

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XIII.- LO QUE ECHAMOS DE MENOS (II)

                                           ***                  

                 El hecho en sí, no dejaba de tener su ironía, sin embargo. Lo que ocurrió primero  fue la desaparición de la obra “original”; y una pieza de 38  toneladas de peso y otros tantos millones de coste en dinero de la época, no se evapora, ni el acero cortén es material perecedero… La empresa que se hizo cargo del almacenamiento, la empresa constructora, el patronato del museo, nadie asume la desaparición, ni se hace responsable: la escultura existe, pero no está.           

                    Tiempo después el autor y el museo decidieron fabricar “otra obra original” que debía colocarse en su emplazamiento original, allí donde solía, y si con el tiempo aparece la primera, ésta se destruye y santas Pascuas... “La obra resultante será considerada como original a todos los efectos y, de aparecer la primera, escultor y museo decidirán cuál de ellas será  destruida”.                  

                 El mismo día y en el mismo periódico otra noticia le llamó la atención: “La Fiscalía Anticorrupción investigará la gran urbanización que se levanta en Seseña (Toledo), una nueva ciudad de 13.508 casas en bloques de 10 pisos…”                  

                  (De “El País, jueves 27 de julio de 2006) 

                  

                   No recuerda muy bien si lo ha soñado, pero dentro de 10 años alguien descubre en la plaza mayor de la citada urbanización una escultura “original” de Richard  Serra… dicen que ha sido colocada allí a expensas de un constructor apodado “Pepe, el Chatarrero”.


 

 

 

 

Mariano Ibeas

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XIII.- Lo que echamos de menos (I)                                                       

                                                              *                   

                     “La decisión de Richard Serra de reponer la escultura perdida del Museo Nacional Reina Sofía, con la fabricación de  las misma planchas de acero cortén, es una práctica habitual en el arte actual… La fundición alemana que trabaja con Serra recibirá por correo electrónico los planos y las instrucciones para cortar dos bloques de 148,5 x 500 x 24 centímetros y otros dos de  148,5 x 148,5 x 24 centímetros para formar de nuevo la escultura Equal-Parallel /  Guernica-Bengasi ”                             

          (De “El País, jueves 27 de julio de 2006)                   

                    Le había dado muchas vueltas, porque era todo un enigma y un reto,  para terminar admitiendo que sí, que en efecto, que, a partir del conceptualismo y el minimalismo de los años sesenta, una obra de arte es un concepto, una pieza mental, algo muy alejado de los artefactos tradicionales de la escultura o la pintura. El original, la copia y el objeto industrial derivado de ellos, viene a ser una y la misma cosa. 

                   El artista ha dejado de ser el santón de turno y la obra ha perdido los tintes de lo sagrado, de un fetiche, un objeto de culto, si es que alguna vez los ha tenido. Una obra de arte se puede fabricar en serie, transportar de forma virtual, a la velocidad de la luz, de un extremo al otro del globo, incluso la imagen virtual preexistente a la propia obra digamos”material” tangible, es más perfecta en su pre-existencia, no es necesario ni siquiera fabricarla.

 

 

 

 

 

 

Mariano Ibeas

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XII.- Kyoto                                     

                Sería fácil reducir el mar a un lago de petróleo pestilente; sería suficiente con abrir todas las espitas; hay petróleo suficiente para eso. Incluso se le podría pegar fuego y transformar así la superficie de la tierra en una enorme antorcha visible desde la luna.

                

                   Podrían colocarse neumáticos usados en el fondo de los mares, realizar barreras de coral y goma negra en torno a los continentes; hay suficientes neumáticos usados para eso, y también para sujetar la tierra a cualquier otro planeta, como si fuese una bola de condenado a trabajos forzados…                   

                   Sin embargo quiso construirse un arca, una nueva arca de Noé, hecha de latas de aceite y de petróleo, una nave vistosa con latas de todos los colores, todos los logotipos, las marcas y los nombres de las multinacionales que enlatan los derivados del petróleo, los lubricantes, los disolventes, los  fabricantes de automóviles, los mensajeros del CO2…                   

                     La construyó en forma de globo, y no quiso introducir en ella ningún animal  de ninguna especie. Esperó un tiempo, pensando que no tardaría mucho tiempo en llegar el nuevo diluvio. Abrió una puerta y se encerró en la esfera  una vez construida. Los que pasan por delante preguntan de forma  invariable: 

              __ ¿Y se está cómodo ahí dentro?                  

                      Él responde también con otra pregunta:

              __ ¿Y se está cómodo ahí afuera?  

                   De vez en cuando, como Diógenes, pide que no se paren delante de la puerta, que no le quiten el sol.

 

 

 

Mariano Ibeas  

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XI.- Sapo, verraco, asesino, espejo         

             Eran éstas sus palabras favoritas y sabían pronunciarlas en una extraña lengua.        

            Aparecían en sus bocas, y luego desaparecían como una larga cola de roedor en un agujero del granero, o una culebra de agua en la orilla del arroyo.        

             Nunca entendiste nada, ni el cómo ni el porqué de semejante historia, y nunca preguntaste por ella. Era un secreto entre ellos dos y de vez en cuando tendían su mesa de trileros  y las palabras, como las bolitas que aparecían o desaparecían ante tus narices y tus ojos asombrados, llegaban de nuevo a tus oídos.         

             Sus bocas y sus labios pronunciaban las palabras con nitidez y vehemencia;  surgían como insultos, como jaculatorias, como invectivas, como imprecaciones o como blasfemias.  Tú no entendías nada, nunca entendiste nada, pero  te quedaron como una huella, como las icnitas de los dinosaurios en la arcilla blanda, millones de años enquistadas en la roca. Recuerdas que un viejo profesor de latín os contaba que las palabras, como la energía, nunca desaparecen una vez pronunciadas; se expanden en el éter en círculos concéntricos; si fuésemos capaces por medio de la técnica de recuperarlas, podríamos volver a escuchar, de la misma boca de Cicerón, alguna de sus “Catilinarias” en vivo y en directo; yo creo que no nos convenció a ninguno, ni nos ayudó con el latín, pensando en el futuro, pero no dejaba de tener su atractivo como teoría. Las palabras que oías no tenían sentido, pero no quisiste olvidarlas sin embargo, y las repetías como un mantra, desde entonces.  

Hasta que recuperaste años más tarde con un abrazo  al amigo y empezaste por el final: “espejo, asesino, verraco, sapo.”

 

 

MARIANO IBEAS  

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X.- Interrogatorio desnudo                 

 __ ¿Mataste a alguien, o simplemente sucedió?        

 __ ¿Y para qué tantas escaleras?

 __ ¿Trepó por la escalera?

 __  ¿Cavaste un agujero, te metiste dentro y esperaste tu objetivo?

 __ ¿A dónde te lleva una escalera sin peldaños?

__ ¿Qué pretendes alcanzar con semejante escalera?

 __ ¿Eres zurdo o diestro?

__ ¿Pretendías  subir o bajar?

__ ¿Usaste uno de Bellota, un Wolf, un Stihl, un Oregón  o un Altuna?

__ Un simple serrucho manual, mis brazos son fuertes, nada de motores ni de innovaciones técnicas.

__ ¿Por qué serraste los peldaños?

__ ¿Después de cometer el crimen,  qué hiciste luego con la sierra?

__ ¿Después de consumado, te pusiste de rodillas junto al cuerpo y la diste  la vuelta?

__ Me daba miedo el silencio en la noche.

__ La noche era demasiado grande, me pareció inmensa,  y después, no podía dejar de mirar al cielo.

__ ¿No podías haberla serrado como Dios manda?

__ ¿Y qué manda Dios en este caso?        

__ ¿Y cómo haces para que se mantenga enhiesta?        

 __ El que trepa se encuentra dividido, no sabe si sube a derecha o a izquierda.

 __ La escalera se escinde, cada banzo pesa en su raíz y queda en el aire, el aire es lo que trepa por la escalera abierta.


Mariano Ibeas

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IX.-  TU BEBÉ (II)

               Este es tu mundo, un mundo en el que la corteza sí que importa, es una y te la dieron desde el principio, “cuídala, te dijeron” como un huevo frágil, te dijeron, cuidado,  no lo rompas... y así hasta la tumba, hasta que ruede como el cráneo de Yorick en las manos de Hamlet...                     

                Cuando te asomaste a la tumba abierta, viste también otro cráneo desnudo y vacío, el resto  era sólo  humus, y antes gusanos, y antes materia gris y antes el motor del pensamiento y antes... huevo. El huevo primitivo, liso y desnudo te dio lástima, y quisiste vestirlo de corteza, desde fuera.                   

                  Todo está en tus manos, y fuiste añadiendo tierra y barro, le abriste la boca incluso y esbozaba una sonrisa, y los ojos ciegos que no sabían mirar hacia fuera, miraban hacia dentro, con un aire misterioso y siniestro, no quisiste cuencas vacías y le dotaste de párpados, cejas, le dibujaste pestañas, incluso.                   

                  No estabas satisfecho y, __como cuenta una leyenda __ a punto de gritarle ¡Habla! y  asestarle un martillazo, te diste cuenta de que no tenía oído, que no podía oírte, que incluso los pabellones de las orejas no eran capaces de admitir el mínimo eco, ninguna vibración,  incluso que su nariz incipiente no podía recoger tampoco en las fosas nasales la humedad del barro y el aroma de la tierra, te diste cuenta que ni la piel ni la corteza podían responder al tacto de tus manos, que no podría nunca articular palabra…                   

                  Y te sentiste derrotado; tu bebé, tu criatura no sería nunca viable, no podría llegar a término. No sabemos lo que ocurrió entonces en tu cabeza, pero te oímos decir palabrotas, te vimos golpear y patear el suelo con fuerza.

Mariano Ibeas

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IX.- Tu bebé (I)                                                        

                                                        *                            

               Llora y di palabrotas, patalea con fuerza, porque la superficie de la tierra es solo una corteza...”                   

                Pero también tu cráneo es una corteza, un puñado de placas sueltas, un conjunto de huesos finamente soldados como en una cremallera, un conjunto de placas tectónicas que flotan sobre el magma frágil de tu cerebro y no sabemos si termina de estar soldado o es  un conjunto flexible y dúctil como el de un niño, no sabemos si los huesos están consolidados, si todavía quedan por cerrar algunas fontanelas, si las calcificaciones necesarias le confieren la suficiente dureza, si las uniones soldadas son fiables, si entre los intersticios, además de la conjuntiva y el material de soldadura, quedan algunos poros, o restos de la oxidación o de la cascarilla, o de la soldadura, o restos de otros restos...                   

                “Estos huesos, unidos entre sí por suturas, con una estrecha y sólida imbricación, en el recién nacido, estas suturas no están cerradas, quedando entre ellas espacios membranosos, no osificados “las fontanelas”.                   

                  No lo sabemos bien, ni nos das permiso para penetrar en tu cerebro, para invadirlo con instrumentos de cirugía __ no invasiva, ni violenta por supuesto __, no una trepanación, ni una radiografía ni un barrido, o un TAC, no, simplemente tu propio testimonio.                  

Tu cráneo, el cráneo de un bebé, a flote sobre el magma, difuso y confuso, circunvolucionado, ordenación del caos, sede de la anarquía, del desorden y de la confusión de las ideas, un reducto de magma primigenio, de materia incandescente, del fuego y las llamas del infierno.


 

 

 

Mariano Ibeas

VEINTE MODELOS (DE ESCRITURA) PARA ARMAR

VIII.- El huevo se sumerge... (III)

 

                                                  ***

               Eligió un día de luna llena y se dispuso a pasar la noche en la faena; sabía que los viejos carboneros construían una caseta o refugio con los mismos materiales, pero se limitó a montar una tienda de campaña y un saco de dormir y procurarse ropa de abrigo.

 

  La carbonera se encendió con viento favorable y comenzó a quemar poco a poco, primero la leña seca, después las ramas más finas, a continuación los troncos más verdes.

 

 

           Contempló largo rato las volutas de humo, aparecieron todos los  colores del espectro; se unieron a la fiesta los colores del amanecer y del ocaso… sabía que tenía que estar vigilante, controlar todo el proceso, evitar la salida de las llamas, procurar la combustión lenta… estaba muerto de fatiga y al tercer día se durmió…

 

 

                   Cuando despertó no pudo ya contemplar el milagro de la transubstanciación de la madera/materia en carbón: apenas un montón de rescoldos, humo y cenizas: el huevo sumergido en leche negra, había desaparecido… porque esa noche precisamente, hubo una nevada como ya  nadie recuerda.


 

 

 

 

 

Mariano Ibeas.

  

VEINTE MODELOS (DE ESCRITURA) PARA ARMAR

VIII .- El huevo se sumerge (II)

 

                                      **                   

               Buscó un claro en el bosque, lo suficiente para la madera disponible. Habitualmente se utilizaba leña verde, de encina o roble con preferencia,  pero no había mucho donde elegir.                  

               Con ayuda de una cuerda  trazó un círculo de tiza. Retiró con una azada rectángulos de hierba, con sus raíces y tierra aún fresca, que colocó cuidadosamente fuera del círculo.                  

               Con lajas de piedra construyó una rudimentaria chimenea en el centro del círculo y una galería o canal de alimentación orientada hacia el Norte, para que el viento dominante avivase el fuego.                  

                Poco a poco, de forma sistemática fue acarreando los troncos de madera, la leña, los palos, apoyando  las piezas  de los montajes escultóricos alrededor del eje de la chimenea, en posición casi vertical, en círculos concéntricos... y luego en capas sucesivas.                  

                Apenas tenía material para completar dos o tres pisos; había sido demasiado ambicioso; redujo el diámetro del círculo y debió recurrir de nuevo al bosque; de las cortas y entresacados de madera, de pino, de los restos de poda de haya o eucalipto, de los materiales deleznables antes rechazados, consiguió la materia suficiente para cerrar el círculo, o mejor dicho, completó la semiesfera, el medio huevo primitivo.                     

                 Recubrió el conjunto con ramas de boj, y luego con los rectángulos de hierba y tierra, procurando apelmazarlos bien con la pala, sin dejar ningún hueco, ni un solo resquicio, sólo la chimenea que podía cerrarse fácilmente con unas lajas de piedra.

                   Sólo quedaba llenar el canal de alimentación con hierba y leña seca y prenderle fuego...

 

 

 

Mariano Ibeas