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VEINTE MODELOS (DE ESCRITURA) PARA ARMAR

VEINTE MODELOS (DE ESCRITURA) PARA ARMAR

VIII.- El huevo se sumerge  

                                                                  *                            

                   El huevo se sumerge en leche negra”...; tenía que ser un sueño, un mal sueño, pero se negó a despertar.                  

                  Recordaba vagamente unas imágenes: una carbonera humeante en medio del bosque, surgiendo de la tierra y a su alrededor nieve, mucha nieve, una nevada como esa no la recordaban ni los más viejos del lugar, y la imagen le venía , noche tras noche, de forma obsesiva y recurrente.        

                  Recordaba quizás una película, “Tasio” de Montxo Armendáriz, o tal vez un reportaje etnológico de Eugenio Monesma recuperando viejos oficios perdidos...                    

                 Recogió viejos troncos de roble, haya o castaño arrumbados en el taller; descartó con cuidado los de tejo y sabina, unos  fósiles de madera casi en estos tiempos; se deshizo de antiguas esculturas polvorientas, proyectos o maquetas que hubiesen merecido mejor suerte, materiales diversos y dispersos, piezas numerosas pensadas en conjunto y ahora dispersas, moldes de fundición, verdaderas esculturas de madera, cajones y materiales de embalaje, madera y materia, todo  para el fuego.

                   El cambio de las instalaciones del taller por un formidable caserío en la vertiente sureste de la colina, con vistas a la bahía y al puerto de Bermeo, podía ser una buena ocasión para llevar adelante el proyecto: partir de cero o casi; en un nuevo “auto de fe”, una inmolación, una combustión controlada, una  reducción a carbón, cisco, polvo, ceniza, humo... la materia/energía, no se crea, ni se destruye, se transforma...


 

 

 

Mariano Ibeas

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VII.- Naturaleza muerta                   

 Huele a cuero el aire, a cuero quemado,  a cuero de caballo o de vaca,  o de cabra, cuero sin curtir, cuero relleno de caballo o de  vaca o de cabra, cuero de caballo joven, de potro o de ternero, o  de vaca joven quemada en el monte entre carballos  y eucaliptos … montes de granito de la España ácida, de la España húmeda, viento del noreste, que nos trae la muerte y el soplo desde la España seca  y árida, que concita a la muerte y a la orgía del fuego y las cenizas como una maldición atávica, que ataca a la hora de la siesta y que no da tregua, como una maldición bíblica y recurrente a un paso de la  nada, naturaleza viva, con olor de muerte, naturaleza muerta.

                  

Huyen los insectos; sus corazas de quitina no les salvan de la muerte, estallan como fritos de sartén; los roedores que encontraban su refugio en los huecos y las cuevas ven sus guaridas convertidas en hornos de panadería; bajo las piedras, los reptiles aguantan hasta que el infierno pasa, los que deciden huir apenas consiguen un inicio en su carrera; los pájaros, como alcanzados por el rayo, descienden bajo el fuego rompiendo la densidad del aire y caen como plomos; no se  ven mamíferos, ni roedores y menos todavía anfibios: ni siquiera el agua o el barro de las charcas les brinda protección; bajo la piel, el pelo, las  plumas o las escamas, el olor a muerte se adensa; estallan las piedras, crepitan las piñas de los pinos dispersando las semillas… 

                   Es la piel, la piel de la tierra, la tierra que se quema, que sufre como un cuerpo quemaduras de segundo o de tercer grado; y cuando las quemaduras superan una determinada proporción de la superficie del cuerpo, todos los doctores dicen que la vida es imposible, que cualquier cuerpo vivo estará abocado inevitablemente a la muerte, será un cuerpo muerto, una naturaleza muerta,  una Tierra muerta.

Mariano Ibeas

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VI.- Los paisajes que atraviesan (III)

A partir de aquí, paso a paso, comienza la disgregación, la degradación  y la descomposición. El arte da paso a la literatura, a la teoría, al trato mercantil,  al comercio y, con suerte,  a la comunión entre el autor/creador/oficiante/ y los fieles/comulgantes, clientes/ compradores/consumidores; algunos de los actores oficiantes, sellan un pacto o firman un contrato y algunas de las piezas cambian de destino y ocupan otros paisajes: un museo de nueva creación, una galería de arte, un restaurante, una sala de juntas, el salón de una casa particular, un fondo de reserva, una inversión rentable…

El resto, una vez concluida la exposición y embaladas las piezas con algo menos de cuidado, regresan al taller, al último paisaje, al reino de las sombras: es de nuevo “el tanatorio” o la muerte lenta, un tributo al olvido, a la desintegración, a la rueda de las reencarnaciones  y al círculo de la existencia; quizás la auténtica tragedia sería  la no consumación de los tiempos y la muerte eterna.

 

Mariano Ibeas 

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VI.- Los paisajes que atraviesan

II

 Están listos ya para su viaje definitivo, embaladas primorosamente y con sumo cuidado, hacia una galería de arte; una vez allí de nuevo colocados, situados, colgados o tendidos, separados, alineados, amontonados, iluminados… ordenados según un plan preconcebido, un determinado criterio de orden urdido en la mente del creador… hacia una nueva “hierofanía” en la que el espacio confinado deviene templo y un espacio sagrado para la liturgia y la ceremonia de lo que llaman arte… una transubstanciación: de la mente del creador a la materia creada y de ésta a la del espectador que la hace suya, que la asimila en una comunión posible o imposible.

                   Éste es el nuevo paisaje, el del  “vernissage”, el de la liturgia y el de la consagración, la liturgia de la voz y la palabra, la de los visitantes y los críticos, los mirones, los curiosos, los que se refugian de la lluvia, del frío o del calor, los que ven y se dejan ver,  los marchantes y los posibles compradores, el la liturgia de la  voz y la palabra, de las imágenes y las reseñas de los periódicos, los folletos y los medios de comunicación.

 

Mariano Ibeas 

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VI.- Los paisajes que atraviesan (I)

 

                                               I

                    Los paisajes que atraviesan miden su existencia. Son raíz, tronco, ramas,  hojas, y atraviesan numerosos inviernos, primaveras… hasta que cambian de posición.                  

 Del eje vertical __ geotropía __ pasan a otros planos laterales en busca del sol__ fototropía__ y un buen día reciben el mordisco de los dientes de la sierra; primero dirigen su existencia hacia horizontes nuevos: el nuevo azote, pero no del viento, el arrastre, pero no del agua, la pérdida de la materia, pero no del otoño,  que determina un viaje desconocido hasta ahora.                   

Abocados a nuevos paisajes móviles y cambiantes, en el tráfago y el ruido del transporte, tras un viaje corto y frenético, terminan en el suelo del almacén de secado o arrumbados en el taller recogiendo el aire cerrado, el polvo y el paso de los días, protegidos del viento y de la lluvia por un dosel nuevo…                    

La savia no circula ya, apenas fluye por las heridas abiertas, rezuma y gotea en los cortes de la sierra;  pierden agua, la elasticidad de las células se torna en una celulosa muerta, la lignina se endurece, el corcho de las células muertas de la corteza se resquebraja y se desprende, algunos insectos xilófagos intentan la penetración, la puesta de huevos, los hongos aprovechan las últimas humedades y algunos líquenes prosperan todavía.                  

Pero eso será por poco tiempo; con unos nuevos cortes, limados de escofina, o abrasivos de radial terminan perdiendo la corteza, están desnudos, ya no son árbol ya, o tronco o rama, son materia / madera, un nuevo paisaje duro y desconocido.                  

Sometidos a un baño de imprimación, de antixilófagos, alisados con masa plástica, emplaste o masilla, limados de nuevo, lijados o cubiertos de  pintura , de varias capas de pintura, de pintura mate o brillante, de pintura de colores, de pintura de carrocería de automóvil … son otros ya, “artefactos” ajenos al paisaje, objetos incluidos en un nuevo espacio aún por determinar.

Mariano Ibeas  

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V.- El otoño         

 El niño entró corriendo desde el jardín, llevaba en las manos un montón de hojas secas sujetas por los peciolos.        

 __ Soy un árbol, dijo.        

 __ Pues entonces vuelve al jardín, no puedes crecer aquí.        

 __ ¿ No puede haber un árbol en el salón?        

__  Un árbol pequeño como tú crece rápidamente y las raíces penetran en el suelo buscando el agua… romperán la alfombra;  y las ramas crecen también buscando la luz y querrán salir del salón, romperán el techo.        

__ Vale pues me quedo aquí y me regáis y mis ramas saldrán por la ventana abierta. 

__  Eso será mucho más difícil en invierno.        

Entonces el niño se puso serio, se enfadó mucho, dejó caer las hojas sobre la alfombra, cruzó los brazos  y replicó.        

__ Pues vale, ya no soy un árbol.

 __ Pues ahora sí que eres un árbol, en otoño.

Mariano Ibeas  

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III.-  Acerca del refugio                  

 No supo muy bien por dónde empezó todo… la idea era encerrar alguno de los elementos, agua, aire, tierra,  fuego  y controlarlo o, mejor aún,  dominarlo. Ése parecía ser el objetivo final del arte; ¿o no?                     

 Ya lo había intentado antes con la tierra, mejor dicho el barro, y el resultado con la pasta de modelar y la cerámica no terminaron de dejarle satisfecho. Es verdad que los bustos de los críos y alguna pieza que otra de cerámica podían colocarse sin desdoro en cualquier repisa. De los bustos de los críos estaba especialmente orgulloso, no se sabe muy bien si como padre o como artista.                  

Con el fuego la cosa era más complicada; si acaso las uniones de soldadura y algún que otro trabajo de forja, también dieron sus resultados, el fuego en realidad era difícilmente controlable, mientras hubiese combustible y  oxígeno suficiente las llamas trazaban sus formas caprichosas sin una norma aparente; es más, le pareció que era precisamente ese carácter de capricho, lo que realmente le fascinaba… y en último término, el fuego, por ejemplo en la cerámica, terminaba decidiendo el final de la obra. 

                   Con el agua las posibilidades le parecieron más limitadas;  su fluidez, su consistencia, su movimiento, su transparencia, su color… todo estaba mediatizado siempre por el medio o por el recipiente que la contenía; juzgó la posibilidad de la escultura en hielo, era una alternativa, estaba  ya contrastada la práctica en algunos lugares… pero los dificultades añadidas aumentaban. Le pareció la más efímera de las experiencias.                  

 Quedaba el aire, pero no en un espacio vacío, un  globo, o un neumático por ejemplo. Lo más difícil de todo era atrapar el aire. Atrapar el aire,   llenar el vacío, vaciar lo compacto establecer sombras y luces, transparentar los cuerpos, atormentar la materia, retorcer las fibras hasta casi romperlas… todo ello le parecían intentos vanos; la materia o la ausencia de ella, no se dejaba domeñar fácilmente.

         Lo intentó con una red, un cazamariposas o, mejor dicho, con una estructura metálica de varillas de acero soldadas, y capturó un sillón, un árbol… lo más difícil fue capturar un hombre… al final la jaula atrapadora de hombres acabó vacía y  encerrada en el servicio del taller, en  el rincón de la meditación más esencial sobre la esencialidad humana y su existencia que se pueda imaginar y también  se quedó encerrado él mismo en el servicio del taller, y allí desde una postura semejante al “pensador” de Rodin, le sigue dando vueltas al problema.


 

 

Mariano Ibeas

VEINTE MODELOS (DE ESCRITURA) PARA ARMAR

IV.- Me prohíben detenerme         

 De pasada contempla los últimos edificios de la ciudad, un polígono industrial, una larga tapia que encierra cultivos de invernadero y un rótulo imposible, desmesurado, una pintada que recorre buena parte de la pared con una sola palabra: “acontracorriente”.        

 Recordaba vagamente una historia de años atrás, años de lucha ingenua contra el sistema, de asambleas clandestinas, de largas sesiones de discusión política en medio del humo y el vino barato de las tabernas, las noches de confección de boletines y octavillas a golpe de “vietnamita”, el tiempo de las carreras ante los “grises”... y también los amigos y compañeros encerrados en la jefatura durante días.                  

 Muchas horas de quemarse las pestañas con los cyclostil de la Gestetner, con la impresora de alcohol, muchos ejercicios de entrenamiento en la lectura inversa o especular y sobre todo la habilidad para la lectura o las interpretaciones “entre líneas”.        

El tren seguía su rodar; volvió al libro de lectura: Erri de Luca, “Montedidio”. En una esquina del marcador de páginas escribió  de forma mecánica la pintada de la tapia y la leyó al revés: “etneirrocartnoca”.          No le decía nada y regresó a la lectura.        

Días más tarde en el taller intentó ordenar unos  fragmentos de madera, ramas de haya pintados de azul intenso, brillante…;  poco a poco empezó a situarlos como una línea de caracteres de escritura, a colocarlos de izquierda a derecha, de derecha a izquierda.        

Eran en total dieciséis fragmentos, una línea apenas, una caja de composición de imprenta en la que se alineaban unos signos de escritura, unas letras que podían constituir palabras, una frase ordenada y  coherente que podía leerse con facilidad.

         No eran caracteres de imprenta, sin embargo,  pero poco a poco las formas se fueron imponiendo; sobre el suelo de cemento terminó leyendo claramente y sin dudar “ACONTRACORRIENTE”.


Mariano Ibeas

VEINTE MODELOS (DE ESCRITURA) PARA ARMAR

II.- Zonas residenciales                   

  Las zonas residenciales cobran vida por la noche. Son como las casas de madera que reciben durante el día a manos llenas la luz del sol o la lluvia  y luego, cuando baja la temperatura o se secan, se acomodan las maderas, crujen y se retuercen…                   

Aparentemente no pasa nada. Los guardas de seguridad están en su puesto, las alarmas están conectadas, las tapias y los setos de ciprés celan el interior de los jardines y los patios. Algún coche cruza las verjas o desaparece silencioso tras una puerta automática de garaje que se cierra.                  

Y sin embargo los gatos o los zorros se apoderan del jardín, escarban entre los montones de hojas o los cubos de basura, trepan las ratas por las paredes de la caseta de herramientas, rodean el garaje, recorren las barras de la pérgola…                  

De vez en cuando algún perro ladra para guardar las formas,  pero están bien alimentados y no se molestan demasiado por los ruidos de la calle ni por el paso descuidado de otro perro o de otro dueño paseados  por la acera…        

Y sin embargo es un territorio de caza privilegiado.        

No, no hablamos de ladrones ni de asaltantes nocturnos cada vez más agresivos o envalentonados que no dudan en secuestrar o torturar a los descuidados habitantes en busca de un botín.        

No hablamos de los que recorren las calles  en busca de restos de comida, para completar la cena,  de cartones para improvisar un refugio…        

No hablamos de los jubilados, de los “bricoleurs”, de los caprichosos, los afectados por el “síndrome de Diógenes”... los de Basurama…        

Hablamos de “la busca” o mejor todavía del hallazgo, invento o invención, del encuentro casual, de la “trouvaille”, hablamos de los artistas que pasean por las aceras de los barrios residenciales y miran con otros ojos, con ojos de artista. En los barrios residenciales, antes de la llegada del camión de la basura, próximos a los contenedores se encuentran verdaderos tesoros para los artistas, un paraíso del desecho y de materia reciclable, el origen y el fin de todo, la construcción y la destrucción, el ciclo de la vida y la materia, el eterno retorno.        

Artistas vergonzantes o  furtivos,  a plena luz  o desvergonzados, que observan, miran, ven  buscan  y,  de vez en cuando, encuentran, algo distinto, algo que se recoge porque su forma, su color, su consistencia, su brillo son materia de creación: se llevan hasta el taller, y allí, en el silencio, reposan y un buen día el objeto se transforma,  como por milagro,  en una obra de arte.        

Al fin y al cabo un artista es un conquistador, o mejor dicho un descubridor, alguien que ve más allá, que va más allá.        

Ya lo hicieron en su día Picasso; sólo a él se le podía haber ocurrido juntar un manillar y un viejo sillín de bicicleta para completar su “cabeza de toro”.        

O Marcel Duchamp en 1917 colgando en una galería de Nueva York un urinario de porcelana blanca como una obra de arte, bajo el título de “Fuente”.         José Ángel me enseña su armario-tesoro, un viejo armarito de cristales de una consulta de odontólogo, lleno de “trouvailles”, objetos del acaso, de formas y materiales  imposibles.

Y ahí están como en un museo, esperando el relámpago del ojo del artista.

Mariano Ibeas

VEINTE MODELOS (DE ESCRITURA) PARA ARMAR

“VEINTE MODELOS (DE ESCRITURA) PARA ARMAR”                                              Dedicado a José Ángel Lasa Garikano 

 I.- Últimos regalos                  

Las arañas diminutas lanzan sus hilos invisibles al vacío, millones de arañas diminutas cuelgan boca abajo al extremo de su hilo y esperan con paciencia.                 

Hasta que sopla el viento; el viento favorable en el momento oportuno, rompe los hilos. Las arañas emprenden su peregrinación en alas del viento, sin rumbo conocido, o tal vez sí.Son millones, millones y millones de criaturas invisibles, salidas de millones de millones de huevecillos traslúcidos, unos días antes. Son arañas etéreas, casi invisibles como el cristal del aire, más leves que el viento, más fluidas que el agua, más puras que el hielo.

El rayo y la tormenta no les afectan: ni se inmutan, les iluminan el sol y la luna y las estrellas, las auroras boreales en los círculos polares; ahora se han descubierto auroras boreales en otros planetas, hay una nueva teoría sobre su formación, se habla de tormentas magnéticas. Sabemos que las pequeñas arañas están por todas partes,  pero no sabemos de la existencia de arañas en esos cuerpos celestes.

Javier Tomeo se lo preguntaría a su amigo Ramón y seguramente tendría una respuesta para ello; pero mi amigo Ramón sólo entiende de coches, de mecánica y mucho, pero no creo que para esto tenga una explicación convincente.

Habría que revisar muchas teorías para encontrar una explicación, y pasará mucho tiempo hasta entonces.

Mientras tanto las arañas viajan con el viento, se les encuentra en el Tíbet, en los Himalayas, en los Andes, en el Atlas y en el Sahara ruedan con las arenas del desierto, vuelan y se cuelgan de las nubes.

Ahí está el secreto. Viajan con las nubes, encuentran su modo de colgar los hilos en cualquier acúmulo de gotitas de agua.Algunas caerán con la lluvia, pero dejan en el aire sus hilos de viaje, como maletas abandonadas en una estación término. Son sus últimos regalos.

Yo creo que las nubes se lo agradecen, porque estos hilos las mantienen compactas, porque definen sus formas y colores, porque las arañas tejen nubes, porque anudan en las nubes las gotas de agua, como inmensas telarañas.

Mariano Ibeas