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DESDELDESVAN

1400 PROBLEMAS

EL CÍRCULO DE TIZA...

EL CÍRCULO DE TIZA...

 

 

Y aquí se cierra  (pprovisionalmente) el  “CÍRCULO DE TIZA”

¿ Qué aprendíamos en la escuela?

Buena pregunta que no tiene fácil respuesta.  Entrábamos a los cinco o seis años y una parte importante del aprendizaje se realizaba hasta los siete, la “edad de la razón y de la primera comunión” por lo tanto la alfabetización y la preparación religiosa formaba parte de los contenidos básicos del aprendizaje.

Leer, escribir y las cuatro reglas. Rara vez se llegaba más lejos.

La maestra no podía más; una escuela unitaria incluye entre veinte y treinta niños y niñas de cinco hasta catorce años, en todas las etapas de desarrollo físico, emocional, psíquico y hormonal,__ las chicas crecían deprisa__,  y gobernar semejante rebaño requiere mucha  vocación, sabiduría, paciencia y mano izquierda.

De ahí que "el ayudante de palo" entrase de vez en cuando en danza para adiestrar  al variopinto colectivo, no siempre fácil,  sumiso y deseoso de aprender. Para muchos, la escuela era una especie de maldición o de castigo, el acceso al mundo del trabajo una liberación y el hacer novillos__ aunque rara vez se conseguía__, una aventura difícil y arriesgada. Sólo algunos compañeros que tenían que hacer tareas urgentes: ayudar en el campo o la huerta o salir con el ganado lo podían conseguir con la bendición de los padres, pero con el reproche de la maestra o las amenazas del cura o del alcalde.

También era un lugar de integración en el que los mayores se hacían cargo o ayudaban a sus hermanos más pequeños y también de socialización que diríamos hoy… pero sobre todo la ocasión de unos madrugones diarios, un frío o un calor a veces insoportable y unas sesiones interminables de aburrimiento infinito… al menos yo así lo recuerdo.

Aprendíamos cantando; las tablas de multiplicar, la geografía, la aritmética, el catecismo o la historia sagrada, y lo aprendíamos de memoria. Todo era muy simple, leer en voz alta, escribir repitiendo los palotes, copiar de la pizarra, hacer las cuentas contando con los dedos, señalar en el mapa las montañas y los ríos.

Aparecemos todos en una foto, con un antiguo mapa de geografía de la península a nuestra espalda, repeinados y con nuestras mejores galas un día de primavera; esa es la imagen de nuestros  seis o siete años, la otra es la foto de la comunión vestidos de marineritos o de oficiales, ellos, a la moda de entonces y vestidas de pequeñas novias, ellas y a  veces también, si había fotógrafo, en el desfile del Corpus o recitando poesías a la Virgen en el mes de María.

El cuaderno de clase y los escasos libros no ocupaba mucho espacio y el programa era sencillo:

Lunes  Aritmética, martes Geometría, miércoles Geografía, jueves Ciencias, viernes Historia, Sábado catecismo, por las tardes lectura  y escritura, o costura__ las chicas,__, el miércoles no había clase por la tarde y el sábado tampoco, pero no faltaban las tareas que realizar en la casa o en el campo, menos cuando llovía o nevaba; esos días teníamos fiesta.

Y así llegábamos a los catorce años cumplidos y con el programa cumplido también peor o mejor; algunos no llegaban siquiera a esa fecha porque ir ”a servir”, “al campo o con el ganado”  o en el mejor de los casos, “con los frailes o las monjas” eran salidas habituales. El resto de la formación lo daba la práctica.

Más coscorrones nos daría la vida.

Mariano Ibeas

 

LA GRAMÁTICA CASTELLANA...

LA GRAMÁTICA CASTELLANA...

LA GRAMÁTICA CASTELLANA

Yo tenía 9 ó 10 años; no era de los últimos y me aburría soberanamente en clase. La maestra  Doña Prudencia les había dicho a mis padres  que, más allá de los 1400 problemas, no tenía mucho más que enseñarme, que tendrían que pensar en irme preparando para el examen de Ingreso en algún instituto o “convento”. Decían “convento”, porque era la única manera de estudiar a un precio que los padres pudiesen pagar con el resultado de las magras cosechas. Pero eso, el internado y el bachiller,  eran palabras mayores y soñar despiertos.

Así que la maestra, para que no perdiese demasiado el tiempo, un día sacó del armario un libro titulado “Gramática de la Lengua española” de la Editorial Hernando, creo.

__ Estúdiate los verbos.

Yo empecé por los verbos, claro, y a voz en grito, que era como se estudiaban  entonces las tablas de multiplicar y las conjugaciones de los verbos.

Pero al cabo de un momento, debió  atacarme el aburrimiento o tal vez la inspiración__ ¿quién sabe lo que pasa por la mente de un niño de 9 años?__, cerré el libro y fijándome en la cubierta  y con determinación y a voz en grito comencé  a conjugar de nuevo:

___” Yo gramatiqueo, tú gramatiqueas, él gramatiquea, nosotros…”

Debió ser memorable,  porque sólo recuerdo en mi cabeza y sobre mis antebrazos que intentaban protegerme, la mayor  lluvia de palos que recibí en mi vida…

Y gracias, sobre todo a la diligencia del marido de Doña Prudencia, __la vara de sauce o avellano que tenía en el rincón repartía justicia a diestro y siniestro”__*... “la letra con sangre entra”, ”aprender en cabeza ajena” , etc.

La sabiduría popular hecha teoría y práctica... o sea, gramática parda.

 

* Cita de Unamuno, "Recuerdos de juventud y mocedad".

Mariano Ibeas

…SI HACE CALOR, HAY MOSCAS

…SI HACE CALOR, HAY MOSCAS

…SI HACE CALOR, HAY MOSCAS

                Y no hay nada mejor que el vuelo de una mosca para matar el aburrimiento.  Eran libres y podían volar y nosotros nos moríamos de envidia al vernos amarrados a los duros bancos de la escuela.

Pero nuestro instinto cazador nos daba alas; era fácil atraerlas al pupitre con un simple  charquito de saliva, después poco a poco se acercaba la mano entreabierta y cuando más cebada estaba en su alimento, como si acudiese con sus otras cien mil  “a un panal de rica miel”,  un golpe certero  de guadaña  y, con suerte, la mano se cerraba con su  pieza de caza  dentro. Había que comprobar el zumbido lo primero acercando el puño a la oreja y luego, con muchísimo cuidado, capturar al prisionero. No era fácil tampoco y muchos ejemplares escogían  en un descuido la libertad. Pero a los que conseguíamos atrapar les aparejábamos las torturas más refinadas.

La más simple era arrancarles las alas, o solo una, y giraban como una peonza, o las sumergíamos en el tintero y después de un piadoso rescate, escribían sobre la superficie inclinada de la mesa o en papel la más extraña escritura que imaginarse pueda.

Otro divertimento era adjuntarles__ introducido en el abdomen__ un carrito con ruedecillas y todo, fabricado con los hilos de cualquier cable eléctrico que podíamos conseguir con facilidad en alguna basura.

No estaba esta actividad muy alejada de otros experimentos de “biología recreativa” que realizábamos con las capturas de grillos, saltamontes, tábanos, ranas, murciélagos, pájaros, gatos  o perros; nuestra conciencia ecológica no había despertado aún y el mundo que íbamos descubriendo era un tanto salvaje,  rudo y violento y a veces formaba parte esencial del aprendizaje y de la lucha por la vida. Como la pesca de truchas y cangrejos, e incluso ratas de agua a la orilla del río. Pura estrategia alimentaria.

Para todo era necesario un buen aprendizaje: capturar un grillo era fácil, bastaba con localizar el agujero y luego introducir en el mismo un palito o un cálido chorro de orina; para las ranas era preciso un largo hilo al final de un palo y un cebo que flotase en la superficie del agua, la rana se lo comía y de un tirón se la podía acercar a la orilla.

Para los pájaros era más complicado, pero teníamos entre nosotros auténticos especialistas, L. sobre todo. Buscar nidos suponía ardua labor de observación, de información sobre los hábitos de cada especie, del medio en el que se movían, de los lugares y los tiempos de nidificación, puesta o cuidado de los polluelos, y cada especie era un mundo. No creo que nadie llegase a  la categoría del “amigo Félix”, que por esos años vivía no muy lejos, pero muchos estaban en el camino…

                Y la historia de los perros y los gatos merece un capítulo aparte.

Mariano Ibeas

LA ESTUFA...

LA ESTUFA...

LA ESTUFA

La estufa presidía la actividad de la escuela en el invierno. Todos procurábamos acercarnos lo más posible  a su  calurosa presencia, maestra incluida. Sobre la estufa humeaba el vapor de las hojas de eucaliptus  sobre el agua hirviente de una olla… pero la mayor parte del tiempo estábamos lejos, la estufa no llegaba ni a templar siquiera el ambiente de la destartalada escuela unitaria;  la única manera de entrar en calor era la calle para correr.

Había que alimentar la estufa todos los días y quemaba troncos de encina que era una delicia. Los mayores debíamos procurar el combustible. El alguacil, a comienzos de temporada,  procuraba alimentar la leñera con una o dos cargas de leña… Se guardaba bajo las escaleras del campanario de la iglesia, justo enfrente de la escuela y antes de entrar,  en invierno, los mayores debíamos acarrear unos cuantos troncos para el día.

Hasta que se agotaba o era más sencillo robarlo de algún leñero vecino. Nadie se sentía culpable de eso, tampoco de los pequeños hurtos en las correrías que hacíamos por los campos de frutales  o los huertos.  Sólo había que evitar que nos pillasen. Se contaban muchas historias a propósito de ello, incluidos algunos episodios con tiros de sal o de mostacilla que alguien había recibido en las posaderas, pero los cazadores en el pueblo eran escasos, estaban muy ocupados  y el suceso nunca se demostró en la realidad.

Las otras actividades, las “labores” o las pequeñas tareas domésticas, las peleas, la búsqueda de nidos o las escaramuzas con las chicas sí eran moneda corriente antes o después de la tarea escolar.

No había servicios en la escuela y tradicionalmente ellas lo hacían detrás del horno y nosotros tras de la iglesia. Si alguien se saltaba o intentaba saltarse la norma, se chivaba a la maestra y el palo entraba en danza una vez más. Sin embargo, sí que había excepciones; algunas niñas más precoces o más “chicazos”  tomaban la iniciativa y cualquier juego, carrera o trepa a un árbol podía ser la ocasión para vislumbrar unas bragas. Alguien decía: “foto, foto” y esa advertencia era  suficiente para constatar el hecho. Años después, yo recordaba la famosa secuencia de Buñuel en la no menos famosa “cena de Tristana”, quizás nosotros, sin saberlo, no andábamos tan lejos. Sólo los mayores contaban de vez en cuando historias subidas de tono, pero en voz baja y procurando que los pequeños no se enterasen. El miedo a contarlo llevaba como consecuencia que no nos admitiesen en el círculo a los más pequeños.

Había sin embargo, otros castigos; no eran menores los que nos encontrábamos en casa cuando volvíamos con los zapatos o los pantalones rotos, los raspones, los chichones  y las heridas difíciles de disimular o las manchas de tinta o cáscara de nueces en las manos y en la ropa  o sobre todo, cuando las chicas contaban que habíamos querido propasarnos con ellas: sumaban  un castigo encima de otro.

Mariano Ibeas

 

SI HACE FRÍO, HAY SABAÑONES...

SI HACE FRÍO, HAY SABAÑONES...

SI HACE FRÍO, HAY SABAÑONES

Y siempre hacía frío, mucho frío … en invierno, claro; la escarcha y el hielo estaban por todas partes, el suelo se volvía resbaladizo, era al mismo tiempo un riesgo y una bendición; cualquier calle  en cuesta se podía convertir en un tobogán y patinar en el hielo era una delicia.

                Los chupones __ nosotros les llamábamos “chuzos” que se formaban en las tejas de los cobertizos eran nuestras espadas de Darth Vader, __algo que por supuesto ni se podía soñar en ese momento, porque vendría con el cine muchos años más tarde.  La diversión estaba en la calle y cambiaba con el tiempo. Los juegos y los juguetes variaban al ritmo de las estaciones; en invierno, los  chuzos y los combates de bolas de nieve, los patinadores… en primavera los pinchos, las canicas o las tabas, el aro, las carreras, el marro o la tula, la pelota,  “los tres navíos en el mar”,  en verano las expediciones al río o los frutales, en otoño idem de lo mismo, vuelta al colegio y vuelta a empezar…

El “pincho” era una actividad bastante salvaje. Consistía en trazar un círculo, hincar unos  palos aguzados por turnos,  en una zona de tierra blanda o de barro; el palo que se conseguía derribar se lanzaba con otro palo lo más lejos posible;  el dueño debía ir a buscarlo corriendo y volver a hincarlo de nuevo mientras se contaba  el tiempo de “castigo” y así hasta que alguien dominaba a todos los demás. También estaba  la “tija” otra variante también con palos, ambos juegos peligrosos evidentemente.

No había cine, ni TV, sólo una radio que carraspeaba y presidía en una estantería en el comedor bajo cortinillas de cretona; la información era la del “parte nacional” y los otros programas, los de  entretenimiento, por ejemplo,  eran casi incipientes… los demás una publicidad ingenua y cansina, discos dedicados, o algo que ni remotamente entendíamos,  como las cotizaciones en Bolsa: “Eléctrica Fenosa, repite cambio”, desgranadas con una monotonía semejante a la del rezo del rosario… Por eso, mientras podíamos jugábamos en la calle.

El frío y los sabañones eran el fruto doloroso del invierno, las manos sobre todo, pero también los dedos de los pies y las orejas se enrojecían, se hinchaban y luego reventaban en  unos abscesos que picaban, que nos rascábamos con fruición y solo mucho más tarde supimos que en realidad eran congelaciones superficiales. La miserable estufa de la escuela no llegaba a paliar los síntomas  del frío.  Siempre estábamos helados.

Los consejos de las madres eran tajantes, no os mojéis las manos, no metáis los pies en los charcos, no cojáis nieve, etc., etc. ¿Y cómo entonces íbamos a mantener las batallas de bolas de nieve?

Mariano Ibeas

 

LECCIONES DE HISTORIA...

LECCIONES DE HISTORIA...

LECCIONES DE HISTORIA

En casa había una vieja Enciclopedia Escolar, anterior a las de Álvarez, porque, mirando la parte de la Historia, se terminaba en La Segunda República…  podría ser  un texto __ lo tengo que mirar en el desván de Rafa Castillejo__, posiblemente de la Editorial Dalmau Carles Plá, y tenía bellas láminas y dibujos… podría haber sido una herencia de mis abuelos o la de un tío cura que se llamaba Don Alejandro;  era antigua seguramente, pero estaba impecable. Yo tenía bien aprendida la lección de que los libros eran objetos preciosos y había que tratarlos con cuidado.

Aparecían los nombres y los grabados de Dn. Práxedes Mateo Sagasta, Dn.Niceto Alcalá Zamora, D.  Manuel Azaña o Dn. Alejandro Lerroux…  Aquello parecía muy raro, porque yo conocía a una antigua maestra que se llamaba Doña Práxedes... ¿y cómo un hombre podía llamarse también Práxedes?. No tenía ningún sentido.

Yo me empeñé en llevarla a la escuela para enseñársela a mis compañeros; algunos no tenían en casa ni un solo libro, ni tebeos siquiera; a mí me parecía eso muy extraño, porque yo gozaba de un verdadero tesoro de libros y tebeos en el desván.

Estábamos entretenidos en el pupitre, seguramente apiñados mis compañeros y yo alrededor de la vieja enciclopedia, cuando apareció Doña Prudencia.

Nos arrebató el libro de las manos hojeó un momento la enciclopedia y poco a  poco se fue poniendo pálida, y luego roja de ira, y después se puso a gritar y arrancó con furia unas cuantas páginas, las hizo trizas y las arrojó a la estufa que en invierno estaba siempre encendida.

Me gritó enfurecida:

__ “Llévate ese libro a casa y no lo vuelvas a traer nunca más”

Yo no entendía nada y creo que desconsolado me puse a llorar. ¿Cómo iba a saber yo que en otras enciclopedias se pasaba directamente de la Guerra de la Independencia al Glorioso Alzamiento Nacional? ¿Cómo iba a explicar aquello en casa?  ¿Y cómo iban a creerme, aunque les dijese la verdad?

__¿ Qué ha pasado? ¿Quién ha sido?

__ Ha sido la maestra, Doña Prudencia.

Mis padres me creyeron, a su pesar.

Lo que hacía o decía el maestro era ley: si te había pegado, era cuestión de callarse, esconder los chichones o los moratones, porque en casa podían pasar de decir “algo habrás hecho” o “con razón te lo has ganado” o incluso no decían nada y aumentaban la paliza…, aunque mis padres no eran de esos, era imposible ocultar el desaguisado y más entender el porqué  de la furia censora de la maestra…

Yo no sabía todavía que la maestra tenía miedo, miedo a perder su trabajo,  que había libros prohibidos y que el ángel del paraíso con su espada vengadora había  expulsado para siempre a determinados nombres del libro de la Historia…

Lecciones de Historia, una vez más.

 Mariano Ibeas

EL HIMNO NACIONAL...

EL HIMNO NACIONAL...

EL HIMNO NACIONAL

No era muy habitual, pero de vez en cuando a Doña Prudencia le sobrevenía el ardor patriótico y nos hacía cantar alguno de los Himnos de rigor. Las instrucciones, de acuerdo con los manuales de Formación Política, lecciones para los y las flechas, publicados por las secciones masculina y femenina de la F.E.T. y de las J.O.N.S. establecían  claramente las cosas:

__ ¿Cuántos himnos representan a España?

__ Dos

__¿Cuáles son?

__La Marcha Real o granadera y el Cara al Sol de la Falange.

Y luego se explicaban otras cosas como “que cantaban el Cara al Sol aún los que no eran falangistas ”porque era el único que les llegaba al alma y les salía del alma” e incluso se citaban también otros himnos como  La Marsellesa, La Internacional  o  Giovinezza…”

Por lo visto, también los antiguos carlistas debían ser recordados, aunque nunca oímos hablar de semejante historia, luego supimos que eran los "carcas", los que cantaban la Marcha de Oriamendi.

Empezamos a cantar: “Por Dios, por la Patria y el Rey…”

Pero todos conocíamos una versión espuria, y a voz en grito, __otra vez a voz en grito__, yo inicié la letra alternativa:

                “Por dos por la pata del buey”

No fue posible seguir.

El Sr. Julián, el marido de Doña Prudencia, que no tenía Don, que se ocupaba de su huerto y seguramente de la casa y la cocina, tenía una dedicación particular. A comienzo de curso  recolectaba por las orillas del río una buena provisión de palos de olmizo, sauce o avellano, de un metro más o menos y del grueso de un dedo, que dejaba secar en un rincón de la escuela, al lado de la estufa y bien a la vista…

La maestra debía tener el oído fino, puesto que enseguida detectó al improvisador__ o sea yo__ entre los chicos y chicas del coro; así que uno de los palos entró en danza y no paró hasta que los golpes sobre mi cabeza y los fallos sobre el pupitre hicieron añicos la vara y saltando en astillas se le quedó en la mano  apenas un palmo que arrojó con rabia a la estufa.

Ahí nació seguramente mi vocación poética.

Mariano Ibeas

 

LAS CONSIGNAS...

LAS CONSIGNAS...

LAS CONSIGNAS

En la Escuela mixta unitaria se obedecían las consignas, rara vez se cantaba el ”Cara al sol”, pero se cantaba… y se cumplían las instrucciones de la Inspección Nacional de Enseñanza, del Magisterio Nacional Español,__ o como se llamase__, a rajatabla. Doña Prudencia, agradecida sin duda al régimen que le había permitido dar clase apenas sin ninguna titulación, estaba seguramente  a bien con todas las autoridades__  incluido el alcalde__ y eso le permitía con cierto desahogo alimentar su numerosa  prole. Evitaba por tanto los problemas o los indicios de problemas; era su norma de conducta. Me referiré sólo a dos ejemplos.

Todos los días repetíamos los saludos “buenos días tenga usted”, “buenas tardes tenga usted” y las despedidas “Usté lo pase bien” que,  gritadas a la puerta,  apenas si se entendían, claro, y menos a la salida, las consignas__ si las había__ se repetían aún con mayor apresuramiento y, casi ya en la calle, repetíamos los gritos de rigor. Guardábamos las fiestas y las conmemoraciones: Día de la Raza, del Estudiante caído, de la Hispanidad, de la Unificación, del Alzamiento,  de la Victoria, del Caudillo…, no había día que no fuese día de algo y había que escribirlo en el cuaderno, al lado de la fecha.

Pero no debía de ser suficiente. Una orden de la Inspección del Magisterio  decía que había que escribir todos los días en el cuaderno, además de  la fecha y otros datos una frase, un lema, una consigna:

Ese año __ debió ser hacia 1954__ , se inscribió en la pizarra una frase que debía durar todo el año, que no había que borrar y que había que escribir  a diario en el cuaderno después de la fecha:

“AÑO SANTO MARIANO Y  JACOBEO”

Mira por dónde aparecía mi nombre,__ aunque yo eso  lo supe más tarde y el significado no me lo explicaron hasta muchos años después__ , tampoco  me explicaron lo de “jacobeo”, aunque en 1958, y terminado el Bachiller, participé en un concurso de redacción sobre el tema organizado por el Frente de Juventudes.  Me concedieron un ácesit  a nivel provincial.

No debía de ser  un trabajo demasiado bueno el mío, el de los demás tampoco, porque no hubo primeros premios. Pero me dieron un premio a la participación de 1.000 pesetas,  de las de entonces,  y me compré una máquina de afeitar Phillips eléctrica; me debió salir al mismo tiempo, o un poco más tarde,  más espesa la barba.

Del himno nacional, ya hablaremos también.

Mariano Ibeas

 

LA PRIMERA BIBLIOTECA

LA PRIMERA BIBLIOTECA

LA PRIMERA BIBLIOTECA

 

No era propiamente una biblioteca, era un armario aparador con dos cuerpos y una repisa en medio. En la parte de abajo se encerraba con llave el material de clase: la tiza, las plumillas, la tinta, las gomas, lapiceros, las pizarras y los pizarrines__ los de pizarra y los “de manteca” para unas pizarras más baratas de cartón encerado__,   los secantes…  Por cierto, la pizarra grande de pared, no era una pizarra de pizarra, se llamaba también “encerado” y era también de cartón encerado…

Los secantes los regalaba Tinta Pelikan y eran generalmente de color verde con dibujos de enanitos en el bosque  que manejaban útiles de escribir, plumillas, tizas, palilleros /paliceros o tinteros de la citada marca. El resto, los materiales de uso particular__ casi todos menos la tiza__ los vendía la maestra  y teníamos que traer el dinero de nuestras casas, por eso había que ser cuidadosos; una pizarra rota no era fácil de reponer…

La repisa del armario aparador, era el soporte para una  fotografía de una imagen enmarcada de un santo, el Patrón  del nombre de la maestra: “San Prudencio, patrón de Vitoria” La maestra se llamaba Doña Prudencia.

En la parte superior del armario aparador __ cerrada con llave__, estaban los libros, era nuestra biblioteca. A veces, sobre todo por la tarde me tocaba leer un fragmento del Quijote, a voz en grito, porque así se hacía todo; la maestra de mala gana me corregía de vez en cuando y me hacía  parar en las pausas;  otras veces era un fragmento de “Cien figuras españolas” y yo me deleitaba con aquellos nombres ridículos “: Trajano”, “Viriato”,  “Álvar Núñez Cabeza de Vaca”, “Hervás y Panduro”, ( para mí  “hierbas y pan duro”), pero la maestra no aguantaba ni la más mínima risita. La vara de sauce o avellano que tenía en el rincón se ponía en danza y repartía justicia a diestro y siniestro.

Me gustaban la aventuras de Luisito  y su viaje a Barcelona; “Lecciones de cosas” se titulaba el libro de Joaquín Pla Cargol, De la Editorial Dalmau Carles de Gerona . Luisito conocía el ferrocarril, veía el mar y los barcos, visitaba una la imprenta o una fábrica… y yo soñaba con él en la distancia desde un lugar de Castilla, que no tenía ni mar, ni trenes, ni barcos…

Al  final de la estantería  quedaba la “Gramática”, pero esta es ya otra historia.

Mariano Ibeas

1400 PROBLEMAS...

1400 PROBLEMAS...

1400 PROBLEMAS (MOLINO INDIANO)

“Muele, que muele el trapiche,
Y  en su moler, y en su moler,
Hasta la vida del hombre,
Muele también, muele también.”

(Atahualpa Yupanqui, “Canción del cañaveral”)

1.-  1400 PROBLEMAS 

 

El Libro nos lo presentó una mañana  Doña Prudencia con aires de triunfo: Lo había conseguido. Después de muchos oficios y demandas, la Dirección Provincial del Magisterio, o lo que fuese en ese momento, le había autorizado a gastar los miserables fondos concedidos a la Escuela Unitaria Mixta de Rublacedo de Arriba en la adquisición de un libro,__ uno, __ encuadernado en holandesa, grande y pesado como un Quijote, o una Biblia,__ aunque nosotros no sabíamos lo que era una Biblia__ para ayudarle en la ímproba tarea de dictar problemas a  sus alumnos más aventajados,  que éramos nosotros, mientras enseñaba a leer  y a escribir __ tenía una hermosa caligrafía__ a los más pequeños.

Y a partir de entonces entendimos que “el libro”,  y no la biblia, posiblemente editado por la imprenta de “Hijos de Santiago Rodríguez” de Burgos,  iba a ser para nosotros  como una maldición.

Acostumbrados como estábamos a los problemas de siempre:

“Desde mi  casa a la escuela  hay una distancia de  3Hm., 4 Dm. y 5m. ¿Cuántos metros tengo que recorrer diariamente, si voy por la mañana y por la tarde a la escuela?

“Desde mi pueblo al más inmediato, hay 3 Km., 4 Hm., 6 Dm. Y 9 m. Si ya he recorrido 8 Hm.  y 9 m. ¿Qué distancia me queda por recorrer?

Y así sucesivamente…  Quedaban por establecer los problemas con extraños sistemas métricos: “gruesas”, “estéreos” , “decilitros”,  “quintales”, pesetas y céntimos para comprar cuentos, etc. etc.…

Uff…! Cuando llegamos a casa fue lo primero que  explicamos asustados.

__ L a  maestra tenía un libro con 1400 problemas y nosotros calculábamos que a tres o cuatro problemas por día,  a una docena por semana,  a una treintena por mes, a unos trescientos al año… teníamos tarea por delante hasta la jubilación.

Mariano Ibeas