Blogia
DESDELDESVAN

EL MOLINO INDIANO

EN FLANDES SE HA PUESTO EL SOL...

EN FLANDES SE HA PUESTO EL SOL...

 

“Chinelitas carmesíes”

El teatro era una actividad extraordinaria para nosotros: había que hacer los primeros pinitos para las fiestas de fin de curso: memorizar y ensayar, era salir de la rutina de las clases bajo la dirección de algunos profesores que aprovechaban para adiestrarnos en dicción, declamación, etc. todo para nuestra mejor formación…

El teatrillo estaba montado sobre un entramado de tablones y tarima, con accesos laterales y “por el foro” que permitían determinados movimientos. Los decorados eran paneles de papel de estraza montados sobre bastidores y que había que decorar con colages o pequeños dibujos de una “naiveté écoeurante”… Los espectadores ocupaban los bancos  las sillas del “patio de butacas” en el salón de actos improvisado…

Fue famosa durante años la sorpresa al introducir en escena  un borrico por una rampa en vivo y en directo… Allí se desarrollaron famosas piezas de la “biblioteca salesiana” como “Sindo el tonto” los pasos de Lope de Rueda, como “Las aceitunas” o grandes pieza de los románticos como  José Zorrilla, “El puñal del godo”, éste último a cargo del Pa’ César que era un acérrimo seguidor de Eduardo Marquina y que quería hacer de los alumnos de 6º, unas promesas de las tablas.

En todo caso las representaciones fueron  memorables: la lluvia con regadera, los truenos con chapas de lata o pesas de gimnasio rodando por la tarima y relámpagos a base de disparos de flash con la cámara de fotos, un festival de efectos especiales que nos dejaba con los ojos como platos… Y luego estaban los disfraces. Recuerdo todavía los esfuerzos ímprobos que hicimos para enfundarnos en calzones enormes hechos con trozos de sábana para representar personajes de la India...

Mi  ocasión vino por un encargo que aún me enrojece: Debía yo formar parte con algunos de mis compañeros, del grupo de los pastores que llevan ofrendas al recién nacido en una versión del “Auto de los Reyes Magos”… para las vísperas de Navidad.

Ya en los primeros ensayos el texto se me resistía: ¿Qué le debía yo llevar al niño recién nacido?

                __ “Chinelitas carmesíes

                forradas de cañamazo

                con su ribete y su lazo”

Aquél texto me pareció tan estúpido y tan vergonzante, frente a mis compañeros que llevaban queso, corderos, miel o avellanas, que cada vez que tenía que recitarlo __ y no menos de dos veces__ enrojecía hasta el tuétano de los huesos… y eso sólo en los ensayos.

Cuando me tocó hacerlo, frente a todo el colegio, los profesores y algunos familiares de los alumnos, no paraba de mirar la trampilla en el piso del escenario que alguna vez sirvió para alojar al apuntador y desear que se abriese y me tragase…

Creo que salí más o menos airoso del paso pero más corrido que una mona… y ahí terminó para mí, según creo, mi vocación de actor de teatro. Nunca más si estaba en mi mano poder evitarlo.

        Mariano Ibeas        

LA HERENCIA DE DON ALEJANDRO... II

LA HERENCIA DE DON ALEJANDRO... II

 

 

La herencia de Don Alejandro (II)


Eran,  al parecer, viejos cuentos baturros, algún libro sobre abejas y su cuidado y también las teorías “non sanctas “ de algún seguidor o divulgador de Darwin, sobre el origen del mundo, la evolución de las especies y los primeros pasos del hombre sobre la tierra. Todo ello, ya digo, al margen de la Biblia, cuya existencia sólo conocíamos entonces como Historia Sagrada y por virtud de los Nuevos Santos  Padres del nacional, católico y fascismo rampante,__ Astete-Vilariño  o Ripalda, a elegir según las diócesis__, con el “nihil obstat” y el  imprimatur” correspondiente del obispo de turno,  y cuyo catecismo, de obligado cumplimiento, recitábamos en la escuela o en la iglesia a voz en grito, como el mismo entusiasmo que la tabla de multiplicar o la lista de los reyes godos.

            

                Yo añadía a la maleta y a la colección de libros del desván mis tesoros más recientes, algunos herencia de mis primos de Madrid, un detalle que mi tío Cipriano  me hacía porque ”yo era muy cuidadoso con los libros”.

                Así llegaron a mi poder algunos números del “Capitán Trueno” o de “El Jabato”, “El Guerrero del Antifaz”, “Roberto Alcázar y Pedrín”, además del “T.B.O.”, “Pulgarcito” o  “Pumki”.

                Luego la colección se completaba con algunos ejemplares de la “Colección Historias” de Bruguera, o algunos librillos de la “Editorial Calleja” o la “Colección Pulga”,  y ya después algunas  cosas más serias.

 No es de extrañar que mi abuela Eusebia echase pestes de mi afición a la lectura, porque tardaba en acudir a la mesa y para ella las horas de la comida y de la cena eran sagradas: no podía enfriarse la sopa o el cocido, porque para eso llevaba ella toda la mañana avivando el fuego, arrimano tapando y destapando ollas y arrimando pucheros en el fuego del hogar.

                Yo sabía de su buen o mal humor del día por el ruido o la violencia con que manejaba las “coberteras”, como ella decía.

__ Porra de chico, siempre está entre librotes y no piensa ni en comer__, decía.

 

Mariano Ibeas

 

LA HERENCIA DE DON ALEJANDRO...

LA HERENCIA DE DON ALEJANDRO...

 

 

La herencia de Don Alejandro (I)

 

La ilustración del siglo XIX había llegado antes a la casa de mi abuela a lomos de una mula que, además de cargar la vieja mesa de nogal, __el tablero todo de una pieza__ trajo también al ajuar de la casa restos de vajilla descabalada, pocillos de café o de chocolate, algunos desportillados, pero que habían lucido en las meriendas de la rectoral e incluso antes de eso, en mejores mesas; también cargó la mula con los libracos de un tío cura, que por lo que deduje, se llamaba  Don Alejandro.

                Yo, sentado en el suelo, en los sacos o en los montones de grano del desván, había hojeado siempre aquellos libracos  enormes, algunos con cierres de metal,  que pesaban como hierro sobre mis piernas. Y pasaba las horas  descifrando aquellos mensajes extraños y misteriosos, algunos en latín,  otros, los más, seguían siendo un enigma y no pasaba de la primero página.

Los libracos siguieron estando en el desván hasta que una reforma reciente del tejado de la casa,  los entregó como botín a un ropavejero, anticuario o chamarilero que sólo se interesó por los de mayor fuste, unos libros  in folio o en cuarto encuadernados en tela y lomo de cuero, con guardas y cierres de bronce… el resto de los libros debió perecer en algún fuego purificador en el patio trasero o en la huerta, como sucedió en el expurgo de la biblioteca de nuestro señor Don Quijote.

                En este caso, la purificación por el fuego, se debió a la furia limpiadora de mi tía y de mis primas. Aquellos libros siempre añorados desaparecieron para siempre…  todos menos uno, un manuscrito  con letra cuidada y repulida que terminaba así: “Dado en Aoíz a tantos de tantos de mil ochocientos tantos”… pero ésta es otra historia que volveré a contar más de una vez.

                Mi memoria de seis o siete años me dice que pronto  fui capaz de deletrear algunos de aquellos títulos en letra gótica y  numeración romana, me dice que, aparte de algunos libros de tamaño pequeño, obras de piedad o devocionarios,  se trataba en su  mayor parte de algunos tomos sueltos de  “La ciudad de Dios” de San Agustín, algún devocionario o libro canónico de horas en latín, de las prolijas obras de devoción en ediciones decimonónicas y también otros, cuya lectura al parecer mi abuelo solía realizar en las largas veladas de invierno…

Mariano Ibeas

 

 

ABRO LA MALETA...

ABRO LA MALETA...

ABRO LA MALETA...



Abro la maleta,
la vieja maleta de cartón en el desván
y me saltan a la cara
los fantasmas de la infancia:
__ “ Colegio San Miguel" __
los cuadernos de Historia,
de Literatura ,
de Ciencias Naturales,
de Francés…
Método de Francés.
Dr. Albiñana Goussard,
catedrático del Instituto “Goya” de Zaragoza
Método de Latín “Le Petitmangin”
y un viejo misal del P. Nácar – Colunga…
Todo encerrado en el polvo
y en el silencio roto
por los gorriones y los vencejos.
Todo queda tan lejos
en el espacio y en el tiempo.
Algunos cromos de una colección de cromos,
__ ¿de qué?
__ Ni lo recuerdo.
y todo me parece tan lejano
tan triste
y tan viejo…
El viejo soy yo
y la maleta es el espejo.

 

Mariano Ibeas

YO NACÍ EN EL NEOLÍTICO... II

YO NACÍ EN EL NEOLÍTICO... II

 

Yo nací en el neolítico II

 

Pronto comenzó la emigración; en los años cincuenta, una familia no podía repartir la herencia entre los hijos; no era viable un reparto entre las familias de tres, cinco o siete hijos, ni siquiera juntando las suertes por matrimonio entre las distintas familias; la substitución de los animales por la maquinaria agrícola y la concentración parcelaria hicieron el resto, ahorrando mano de obra.

No solucionaron las cosas, el revés, aceleraron la diáspora.

 Los primeros que levantaron el vuelo fueron los de la señora Antonia, que era viuda y tenía un montón de hijos. Pusieron en venta o en almoneda todos sus bienes, desde la casa,__ la mejor y la más grande del pueblo que compró mi tío Amancio__, hasta los cestos o las banquetas del ordeño, todo,  y se fueron a Barcelona, y casi nadie supo nada de ellos a partir de entonces…

Otros contaban maravillas de las posibilidades abiertas en Burgos, Bilbao, Valladolid, en Ermua o en Rentería, por ejemplo, y mis numerosos primos comenzaron a irse poco a poco; un hermano arrastraba a otro “a la capital” y encontraban trabajo, porque en el pueblo, a partir de septiembre, recogida ya la cosecha, no había nada que hacer;  así que aprovechando el viaje del camión de la paja o en el autobús de línea, poco  a  poco el pueblo se fue despoblando.

Otros al fin buscaban una salida en los frailes o el convento de monjas; era la única manera posible de hacer el bachillerato en un internado, cuando el ”colegio de pago” o el instituto más próximo se encontraba a decenas de kilómetros del pueblo y sólo al alcance  de los más pudientes, y fuera de las posibilidades de familias como la mía.

Mariano Ibeas 

AYER, EL NEOLÍTICO... I

AYER, EL NEOLÍTICO... I

 

AYER, EL NEOLÍTICO

    “No te podrán quitar el dolorido sentir”    Garcilaso

  “Una ciudad y un balcón “ de “Castilla”    Azorín

                       

                                               I

Yo nací en el neolítico

 Tengo que vigilar este corrector de textos, a la que me descuido y escribo Garcilaso, él me corrige la plana y escribe Garcilazo, sin tener en cuenta que me estoy refiriendo, claro está,  al gran  Garci Lasso de la Vega.

         Cuando los libros se componían a mano, con caracteres  de plomo en la imprenta, no ocurrían semejantes fechorías, pero eso era antes, en la era de Gutemberg, hoy la galaxia Mc Luhan aporta otras sorpresas. No hubiera nunca imaginado pasar, en sesenta años, del neolítico al ciberespacio.

          Yo nací en el neolítico.

El pueblo de mis padres,__ yo nací por casualidad en Burgos__ era una aldea de 30 vecinos y 120 habitantes más o menos, al norte, ya en la Bureba, pero al límite con las tierras del Arlanzón. Le decían a la comarca “las torcas”, por el relieve de montes y calveros fuertemente erosionados y recorridos por pequeños valles y barrancos que permitían una cierta agricultura y una ganadería de supervivencia, una economía redondeada con el fruto de las huertas y la leña abundante y a veces el carbón procedente de las suertes del monte de carrascas. Pero en realidad era ya la Bureba, en el límite sur de lo que fue el dominio de los "austrigones".

                  Hacía algunos años que había “venido la luz”, y con ella nuevos tendidos y la novedad en las casas. Nosotros, los chicos, seguíamos, después de la escuela, el progreso del tendido, desde el vecino pueblo de Melgosa, con el olor a creosota de los postes, la construcción del transformador junto a la iglesia, la iluminación de las calles: una simple bombilla en las esquinas y la llegada de la electricidad hasta las casas, con un “contador de luz”  que permitía controlar el gasto: una bombilla que a veces iluminaba dos estancias contiguas, luz en la cuadra o en la cocina, y la posibilidad de enchufar un aparato de radio, toda una revolución, sobre todo por la radio.

Antes, antes de la guerra,  hubo un tendido desde una pequeña “fábrica de luz” o central próxima en el río Buezo,   cerca del santuario de Santa Casilda, pero que se prendió fuego en los años inmediatos a la guerra; así, pues,  el paisaje de mi  infancia lo entreveo a la luz de los sistemas de iluminación tradicionales: el fuego de leña del hogar, los candiles de aceite, las velas de cera o de "esperma" o el farol al abrigo de los vientos, la luz del carburo e incluso el quinqué de petróleo, todos ellos forman parte de la luz que alumbró el tiempo y del espacio  de mi infancia.

Con la llegada de la electricidad, se había producido una verdadera revolución, sin embargo; con "la luz" llegó también  la radio y las noticias empezaron a correr de boca en boca: había otro mundo fuera de allí y los primeros que lo entendieron fueron los jóvenes.

 Mariano Ibeas

EL MOLINO INDIANO...

EL MOLINO INDIANO...

El Molino Indiano…

Este ultimo término, como la huerta de La Olmera,  tenía  para la familia un sentido particular. Mi familia había heredado dos o tres edificios en ruinas; dos de ellos habían sido viejos molinos harineros en el cauce del río Zorita. El primero frente a la era de trillar, el segundo frente a la huerta de arriba que todavía conservaba la planta baja, donde se guardaba al fresco la cosecha de patatas y el tercero, era "el molino de abajo", y para la familia "El molino indiano", que todavía funcionaba para moler el cereal y conseguir la harina de cebada o centeno para pienso de los animales.

Efectivamente, allí había un molino de harina, explotado por el concejo, nada que ver por lo tanto con un “trapiche” o molino de caña de azúcar, un “ingenio” de los que se encontraban en Cuba. A saber cuál era el origen de semejante nombre. Teníamos cerca una finca. Todo el lindero estaba plantado de ciruelos de variedades distintas que ofrecían generosos sus frutos cada año y que tenían para mí un recuerdo en particular. Las ciruelas eran responsables de algún dolor de tripa cada año, pero el lugar, con un arroyo alrededor de la finca, estaba también plagado de zarzas y de espinos y guarda para mí un suceso doloroso de recordar.

Yo tenía siete u ocho años. Montaba a pelo en una yegua que para mí tamaño de entonces era enorme y no debía soportar demasiado a gusto mi ligero peso, el azuzar de mis talones y mis golpes en la grupa con las riendas.  Yo iba al trote y al pasar junto a la finca, la yegua bajó la cabeza y las ramas bajas de los ciruelos me barrieron literalmente del lomo de la bestia y yo caí entre las zarzas, los espinos y de los endrinos que también allí crecían con abundancia. Aún me duele el recordar el episodio y no sé todavía si fueron  lo  peor los arañazos o me dolió más la humillación y la indignidad de la caída y la vergüenza.

Lecciones de cosas, una vez más.

 

Mariano Ibeas

LECCIONES DE HISTORIA

LECCIONES DE HISTORIA

6.- LECCIONES DE HISTORIA


En casa había una vieja Enciclopedia Escolar, anterior a las de Álvarez, porque, mirando la parte de la Historia, se terminaba en La Segunda República…  podría ser  un texto __ lo tengo que mirar en el desván de Rafa Castillejo__, posiblemente de la Editorial Dalmau Carles Plá, y tenía bellas láminas y dibujos… podría haber sido una herencia de mis abuelos o la de un tío cura que se llamaba Don Alejandro;  era antigua seguramente, pero estaba impecable. Yo tenía bien aprendida la lección de que los libros eran objetos preciosos y había que tratarlos con cuidado.

Aparecían los nombres y los grabados de Dn. Práxedes Mateo Sagasta, Dn.Niceto Alcalá Zamora, Dn. Manuel Azaña o Dn. Alejandro Lerroux…  Aquello parecía muy raro, porque yo conocía a una antigua maestra que se llamaba Doña Práxedes... ¿y cómo un hombre podía llamarse también Práxedes?. No tenía ningún sentido.

Yo me empeñé en llevarla a la escuela para enseñársela a mis compañeros; algunos no tenían en casa ni un solo libro, ni tebeos siquiera; a mí me parecía también extraño, porque yo  gozaba de un verdadero tesoro de libros en el desván.

Estábamos entretenidos en el pupitre, seguramente apiñados cabeza con cabeza, mis compañeros y yo alrededor de la vieja enciclopedia, cuando apareció Doña Prudencia.

Nos arrebató el libraco de las manos, hojeó un momento la enciclopedia y cuando llegó a la parte de Historia de España, poco a  poco se fue poniendo pálida, y luego roja de ira, y después se puso a gritar y arrancó con furia unas cuantas páginas, las hizo trizas y las arrojó a la estufa que en invierno estaba siempre encendida.

Me gritó enfurecida:

__ “Llévate ese libro a casa y no lo vuelvas atraer nunca más”

Yo no entendía nada y creo que desconsolado me puse a llorar. ¿Cómo iba a saber que en las otras enciclopedias se pasaba directamente de la Guerra de la Independencia al Glorioso Alzamiento Nacional? ¿Cómo iba a explicar aquello en casa?  ¿Y cómo iban a creerme, aunque les dijese la verdad?

__¿ Qué ha pasado? ¿Quién ha sido?

__ Ha sido la maestra, Doña Prudencia.

Mis padres me creyeron, a su pesar.

Lo que hacía o decía el maestro era ley: si te había pegado, era cuestión de callarse, esconder los chichones o los moratones, porque en casa podían pasar de decir: “algo habrás hecho” o “con razón te lo has ganado”,  o incluso, no decían nada y aumentaban la paliza…, aunque mis padres no eran de esos, era imposible ocultar el desaguisado y más entender el porqué  de la furia censora de la maestra…

Yo no sabía todavía que la maestra tenía miedo, miedo a perder su trabajo,  que había libros prohibidos y que el ángel del paraíso con su espada vengadora había  expulsado para siempre a determinados nombres del libro de la historia…

Lecciones de la Historia, una vez más.

 

Mariano Ibeas

(Continuará)

EL HIMNO NACIONAL

EL HIMNO NACIONAL

5.- EL HIMNO NACIONAL

No era muy habitual, pero de vez en cuando a Doña Prudencia le sobrevenía el ardor patriótico y nos hacía cantar alguno de los Himnos de rigor. Las instrucciones, de acuerdo con los manuales de Formación Política, lecciones para los y las flechas, publicados por las secciones masculina y femenina de la F.E.T. y de las J.O.N.S. establecían  claramente las cosas:

__ ¿Cuántos himnos representan a España?

__ Dos

__¿Cuáles son?

__La Marcha Real o granadera, el "Oriamendi" y el Cara al Sol de la Falange.

Y luego se explicaban otras cosas como “que cantaban el Cara al Sol aún los que no eran falangistas  ”porque era el único que les llegaba al alma y les salía del alma” e incluso se citaban también otros himnos como  La Marsellesa, La Internacional  o  Giovinezza…” Por lo visto, también los antiguos carlistas debían ser recordados, aunque nunca oímos hablar de semejante historia, luego supimos que eran los "carcas"... los que cantaban la Marcha de Oriamendi.

Empezamos a cantar : “Por Dios, por la Patria y el Rey, lucharon nuestros padres…”

Pero todos conocíamos una versión espuria, y a voz en grito, __otra vez a voz en grito__, yo inicié la letra alternativa:

                “Por dos por la pata de buey”

No fue posible seguir.

El Sr. Julián, el marido de Doña Prudencia, que no tenía Don,  que se ocupaba de su huerto y seguramente de la cocina, tenía una dedicación particular. A comienzo de curso  recolectaba por las orillas del río una buena provisión de palos de olmizo, sauce o avellano, de un metro más o menos y del grueso de un dedo, que dejaba secar en un rincón de la escuela, al lado de la estufa y bien a la vista…

La maestra debía tener el oído fino, puesto que enseguida detectó al improvisador__ o sea yo__ entre los chicos y chicas del coro; así que uno de los palos entró en danza y no paró hasta que los golpes sobre mi cabeza y los fallos sobre el pupitre hicieron añicos la vara y saltando en astillas se le quedó en la mano  apenas un palmo que arrojó con rabia a la estufa.

Ahí nació seguramente mi vocación poética.

Mariano Ibeas

LAS CONSIGNAS...

LAS CONSIGNAS...

4.- LAS CONSIGNAS

En la Escuela mixta unitaria se obedecían las consignas, rara vez se cantaba el ”Cara al sol”, pero se cantaba… y se cumplían las instrucciones de la Inspección Nacional de Enseñanza, del Magisterio Nacional Español, o como se llamase, a rajatabla. Doña Prudencia, agradecida sin duda al régimen que le había permitido dar clase apenas sin ninguna titulación, estaba seguramente  a bien con todas las autoridades__  incluido el alcalde__ y eso le permitía con cierto desahogo alimentar su numerosa  prole. Evitaba por tanto los problemas o los indicios de problemas;  era su norma de conducta. Me referiré sólo a dos ejemplos.

Todos los días repetíamos los saludos “buenos días tenga usted”, “buenas tardes tenga usted” y las despedidas “Usté lo pase bien” que,  gritadas a la puerta,  apenas si se entendían, claro, y menos a la salida, las consignas__ si las había__ se repetían aún con mayor apresuramiento y, casi ya en la calle, repetíamos los gritos de rigor. Guardábamos las fiestas y las conmemoraciones: Día de la Raza, del Estudiante caído, de la Hispanidad, de la Unificación, del Alzamiento,  de la Victoria, del Caudillo…, no había día que no fuese día de algo y había que escribirlo en el cuaderno, al lado de la fecha.

Pero no debía de ser suficiente. Una orden de la Inspección del Magisterio  decía que había que escribir todos los días en el cuaderno, además de  la fecha y otros datos una frase, un lema, una consigna:

Ese año __ debió ser hacia 1954__ , se inscribió en la pizarra una frase que debía durar todo el año, que no había que borrar y que había que escribir  a diario en el cuaderno después de la fecha:

“AÑO SANTO MARIANO Y  JACOBEO”

Mira por dónde aparecía mi nombre,__ aunque yo eso  lo supe más tarde y el significado no me lo explicaron hasta muchos años después__ , tampoco  me explicaron lo de “jacobeo”, aunque en 1965, y terminado el Bachiller, participé en un concurso de redacción sobre el tema organizado por el Frente de Juventudes.  Me concedieron un ácesit a nivel provincial.

No debía de ser  un trabajo demasiado bueno el mío, el de los demás tampoco, porque no hubo primeros premios. Pero me dieron un premio a la participación de 1.000 pesetas,  de las de entonces,  y me compré una máquina de afeitar Phillips eléctrica; me debió salir, al mismo tiempo o un poco más tarde,  más espesa la barba.

Del himno nacional, ya hablaremos también.

 

Mariano Ibeas

LA GRAMÁTICA CASTELLANA...

LA GRAMÁTICA CASTELLANA...

3.- LA GRAMÁTICA CASTELLANA

Yo tenía 9 ó 10 años; no era de los últimos y me aburría soberanamente en clase. La maestra  Doña Prudencia les había dicho a mis padres  que, más allá de los 1400 problemas, no tenía mucho más que enseñarme, que tendrían que pensar en irme preparando para el examen de Ingreso en algún instituto o “convento”. Decían “convento”, porque era la única manera de estudiar a un precio que los padres pudiesen pagar con el resultado de las magras cosechas. Pero eso, el internado y el bachiller, eran palabras mayores y soñar despiertos.

Así que la maestra, para que no perdiese demasiado el tiempo, un día sacó del armario un libro titulado “Gramática de la Lengua española” de la Editorial Hernando, creo.

__ Estúdiate los verbos.

Yo empecé por los verbos, claro, y a voz en grito, que era como se estudiaban  entonces las tablas de multiplicar y las conjugaciones de los verbos.

Pero al cabo de un momento, debió  atacarme el aburrimiento o tal vez la inspiración__ ¿quién sabe lo que pasa por la mente de un niño de 9 años?__, cerré el libro y fijándome en la cubierta  y con determinación y a voz en grito comencé  a conjugar de nuevo:

___” Yo gramatiqueo, tú gramatiqueas, él gramatiquea, nosotros…”

Debió ser memorable,  porque sólo recuerdo en mi cabeza y sobre mis antebrazos que intentaban protegerme, la mayor  lluvia de palos que recibí en mi vida…

Y gracias, sobre todo a la diligencia del marido de Doña Prudencia, “la vara de sauce o avellano que tenía en el rincón repartía justicia a diestro y siniestro”... “la letra con sangre entra”, ”aprender en cabeza ajena” , etc. La sabiduría popular hecha teoría y práctica... o sea,  gramática parda.

 

Mariano Ibeas

LA PRIMERA BIBLIOTECA

LA PRIMERA BIBLIOTECA

2.- LA PRIMERA BIBLIOTECA

No era propiamente una biblioteca, era un armario aparador con dos cuerpos y una repisa en medio. En la parte de abajo se encerraba con llave el material de clase: la tiza, las plumillas, la tinta, las gomas, lapiceros, las pizarras y los pizarrines__ los de pizarra y los “de manteca” para unas pizarras más baratas de cartón encerado__,   los secantes…  Por cierto, la pizarra grande de pared, no era una pizarra de pizarra, se llamaba también “encerado” y era también de cartón encerado…

Los secantes los regalaba Tinta Pelikan y eran generalmente de color verde con dibujos de enanitos en el bosque  que manejaban útiles de escribir, plumillas, tizas, palilleros /paliceros o tinteros de la citada marca. El resto, los materiales de uso particular__ casi todos menos la tiza__ los vendía la maestra  y teníamos que traer el dinero de nuestras casas, por eso había que ser cuidadosos; una pizarra rota no era fácil de reponer…

La repisa del armario aparador, era el soporte para una  fotografía de una imagen enmarcada de un santo, el Patrón  del nombre de la maestra: “San Prudencio, patrón de Vitoria” La maestra se llamaba Doña Prudencia.

En la parte superior del armario aparador __ cerrada con llave__, estaban los libros, era nuestra biblioteca. A veces, sobre todo por la tarde me tocaba leer un fragmento del Quijote, a voz en grito, porque así se hacía todo; la maestra de mala gana me corregía de vez en cuando y me hacía  parar en las pausas;  otras veces era un fragmento de “Cien figuras españolas” y yo me deleitaba con aquellos nombre ridículos “: Trajano”, “Viriato”,  “Álvar Núñez Cabeza de Vaca”, “Hervás y Panduro”, ( para mí “hierbas y pan duro”), pero la maestra no aguantaba ni la más mínima risita. La vara de sauce o avellano que tenía en el rincón repartía justicia a diestro y siniestro.

Me gustaban la aventuras de Luisito  y su viaje  a Barcelona; “Lecciones de cosas” se titulaba el libro. Luisito conocía el ferrocarril, veía el mar y los barcos, visitaba una la imprenta o una fábrica… y yo soñaba con él en la distancia desde un lugar de Castilla, que no tenía ni mar, ni trenes, ni barcos…

Al  final de la estantería  quedaba la “Gramática”, pero esta es ya otra historia.

 

Mariano Ibeas

1400 PROBLEMAS...

1400 PROBLEMAS...

1.-  1400 PROBLEMAS

                      “Muele, que muele el trapiche,
                      y en su moler, y en su moler,
                      hasta la vida del hombre,
                      muele también, muele también.”

                       (Atahualpa Yupanqui, “Canción del cañaveral”)


El Libro nos lo presentó una mañana  Doña Prudencia con aires de triunfo: Lo había conseguido. Después de muchos oficios y demandas, la Dirección Provincial del Magisterio, o lo que fuese en ese momento, le había autorizado a gastar los miserables fondos concedidos a la Escuela Unitaria Mixta de Rublacedo de Arriba en la adquisición de un libro,__ uno, __ encuadernado en holandesa, grande y pesado como un Quijote, o una Biblia,__ aunque nosotros no sabíamos lo que era una Biblia__ para ayudarle en la ímproba tarea de dictar problemas a  sus alumnos más aventajados,  que éramos nosotros, mientras enseñaba a leer  y a escribir __ tenía una hermosa caligrafía__ a los más pequeños.

Y a partir de entonces entendimos que “el libro”,  y no la biblia, posiblemente editado por la imprenta de “Hijos de Santiago Rodríguez” de Burgos,  iba a ser para nosotros  como una maldición.

Acostumbrados como estábamos a los problemas de siempre:

“Desde mi  casa a la escuela  hay una distancia de  3Hm., 4 Dm. y 5m. ¿Cuántos metros tengo que recorrer diariamente, si voy por la mañana y por la tarde a la escuela?

“Desde mi pueblo al más inmediato, hay 3 Km., 4 Hm., 6 Dm. Y 9 m. Si ya he recorrido 8 Hm.  y 9 m. ¿Qué distancia me queda por recorrer?

Y así sucesivamente…  Quedaban por establecer los problemas con extraños sistemas métricos: “gruesas”, “estéreos” , “decilitros”,  “quintales”, pesetas y céntimos para comprar cuentos, etc. etc.…

Uff…! Cuando llegamos a casa fue lo primero que  explicamos asustados.

__ L a  maestra tenía un libro con 1400 problemas y nosotros calculábamos que a tres o cuatro problemas por día,  a una docena por semana,  a una treintena por mes, a unos trescientos al año… teníamos tarea por delante hasta la jubilación.

 

Mariano Ibeas

 

NOTA: todas las ilustraciones de esta serie de relatos corresponden al dibujante MINGOTE.