LAS GRULLAS
Me siento en el paseo con un libro “Tiempos que fueron”; el libro me interesa, son las memorias de infancia y juventud de los hermanos Tusquets, Esther y Oscar, escritas a cuatro manos, pero no logro concentrarme en la lectura. El sol me calienta la espalda y el cogote, y, al mismo tiempo, corre un vientecillo fresco; estamos todavía en febrero bisiesto.
Pasa el tranvía y, antes de que llegue el ruido de fricción en los raíles, me llega una vibración sorda que se extiende por el suelo y trepa a los asientos cubistas del paseo; del asiento pasa al bolsillo izquierdo del pantalón donde guardo el teléfono móvil y ahí lo siento.
Los ruidos de las obras del apeadero de Goya a mi espalda me llegan a veces nítidos: la cortadora radial de las baldosas que chirría, el golpe seco del mazo de goma que asienta las piezas en el suelo. A veces un volquete maniobra también llevando y trayendo materiales…; solo de tarde en tarde se cruzan dos tranvías a mi altura en opuestas direcciones…
Como jubilado que soy debería mirar las obras, y sin embargo.
Interrumpo la lectura a menudo y observo a los paseantes. Me llama la atención una mujer rubia, alta y delgada. Ya habrá cumplido los setenta __calculo__ y viste como una vampiresa: una falda mini negra, bien ceñida, cubre sus altas piernas calzadas sobre tacones de vértigo. Las medias con fondo de color carne dibujan tejidos de encaje también negros. Se ciñe con una chaqueta corta de astracán, casi una torerilla,__ o al menos me lo parece__ y una corta coleta rubia baila alegremente sobre su cabeza. Lleva gafas negras, mira al frente y pasea orgullosa su palmito, como si fuese lo único que ha hecho en los últimos cincuenta años.
Pasan tres muchachas, tres “erasmitas” por lo que oigo y no entiendo, charlando animadamente. A mi izquierda otra muchacha corona sentada en cuclillas uno de los montículos de adoquines del paseo, las montañas de los niños. Escribe o consulta su móvil y toma el sol envuelta en una gruesa chaqueta arcoíris de lana con capucha; le rodea el cuello una bufanda morada. Dos de las tres “erasmitas” sacan sus cámaras y, sin detenerse, casi sin mirar, le disparan sin ningún pudor… me imagino que luego, vía móvil, llegarán a su país con un comentario del estilo: “very typical Spanish people” o algo similar.
Más paseantes; nada que destacar: un reponedor de carteles en los Muppys del paseo, otra reponedora o controladora de aparcamientos con su maquineta digital, posibles estudiantes, posibles amas de casa con abuela o con nieto… más nietos, algunos gemelos, abuelitos en silla de ruedas conducidos por sudamericanas, jóvenes y fuertes, un señor rapado con pinta de satisfecho que fuma su hermoso veguero con vitola…
Personas solas pasean lentas o apresuradas, compañías, parejas de todas las edades que realizan encuentros breves y desencuentros…
Desde mi puesto de observador realizo un cursillo acelerado de sociología práctica.
Los ciclistas solitarios no cuentan __¡qué remedio!__ van demasiado deprisa y no hay tiempo… no termino de decidir si lo que veo es todo un universo de unidades de individuos, cada uno sumido en su burbuja, parado o semoviente en el paseo; frente a mí, en otro asiento, un negro, nada que remarcar, solo que es negro y un anciano de barba florida que me mira, que se interroga , lo mismo que yo seguramente:
__ ¿Qué pinta este señor en el paseo? ¿y qué escribe? ¿por qué me mira?
La calle es un espejo; frente a mí de nuevo, en la otra acera, al pie de una tienda que ostenta en vertical un enorme cartel de “REBAJAS”, un joven sentado con otro cartel desplegado en el suelo en el que podrá leerse seguramente: “no tengo trabajo, tengo tres hijos pequeños… necesito algo para comer, etc. etc.” con letra bien legible, aunque con alguna sonora falta de ortografía__ extiende su mano y un vaso de plástico; al menos una señora le ha dado una moneda.
Dos chicos jóvenes en pantalón corto y piernas blanquísimas, numerosos perros pasean a sus dueños, una mujer embarazada acaricia su vientre grávido… las yemas de los plátanos están a reventar, se anuncia la primavera…
Al mediodía, las grullas, rumbo al Norte, sobrevuelan la ciudad.
MARIANO IBEAS