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DE HABLA Y DE FÁBULA... ( y VI)

DE HABLA Y DE FÁBULA... ( y VI)
De habla y de fábula
El habla, la competencia de los hablantes, es la protagonista de varios tiempos y espacios a los que Ibeas llama exilios. “Un simple viaje en autobús o tranvía puede transformarse en
una torre de Babel”.

 “ De la lengua, el habla y otros exilios…” por Mariano Ibeas Gutiérrez

Publicadoen la revista "CRISIS" Nº 4.

 

 

            VI

Para terminar con otros exilios, uno de los últimos serían los formados por los medios de comunicación__ o de incomunicación. __¿ Habla usted mi idioma?__ era la pregunta de turno que el protagonista americano realizaba en las películas de indios o de salvajes que veíamos en esa época.

Aquí se doblaban las películas, se doblaba el no-do, se doblaba la información, ”el parte” era uno, único y uniforme; se traducían malamente los libros de literatura en otras lenguas, y cuando llegó el boom del turismo, “el landismo” y otras yerbas que se reflejaban en el cine nos parecieron de lo más curioso y racial, lo más de lo más para evitar la contaminación.

”Prohibido asomarse al exterior”, el cartel que figuraba bajo las ventanillas, en los vagones de la RENFE de entonces, parecía una metáfora de un estado de cosas, el miedo al otro, para la conservación de las esencias, lo que se llamó también “reserva de Occidente” y más exactamente por parte de Machado “la España de cerrado y sacristía”.

La ignorancia, la falta de atención al “otro” que habla distinto, que tiene un deje particular, que habla raro o simplemente “que no habla cristiano”, no están tan lejos de nuestra experiencia y al grito de “que inventen ellos” de Unamuno se puede añadir el “que se esfuercen ellos por entenderme”. Aquí cuando ignorábamos una lengua elevábamos el tono de voz, creyendo que nuestros oyentes eran sordos. “No estábamos dotados para los idiomas”, y nosotros que en los tiempos gloriosos enseñamos a hablar a medio mundo __ “la lengua ha sido siempre compañera del imperio” que decía Nebrija__,  quedamos mudos frente a los que llegaban a nuestras costas desde el extranjero.

Así solía ocurrir con los primeros encuentros en las ciudades o en las playas repletas de turistas en verano… hasta que se vio la necesidad de aprender idiomas, aunque no fuese más que para poder trabajar de camarero en una playa o por la necesidad de los trabajadores que acudían a los países de Europa con la maleta de cartón atada con una cuerda.

Poco a poco nos hemos abierto a otra realidad, e incluso hemos caído en el extremo opuesto: “Loin de l’anglais, point de salut”, expresión esta que me niego a traducir, porque los pocos que aprendíamos un idioma extranjero en la época era el francés, con unos viejos sistemas, bien alejados de la práctica por cierto y que no nos servían de gran cosa al traspasar la frontera.

Aprendimos la lengua de los comerciantes, primero, justo lo necesaria para poder comer cada día y no se trata de ninguna metáfora.

 

                                  Mariano Ibeas Gutiérrez

 

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