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DE HABLA Y DE FÁBULA...III

DE HABLA Y DE FÁBULA...III
De habla y de fábula
El habla, la competencia de los hablantes, es la protagonista de varios tiempos y espacios a los que Ibeas llama exilios. “Un simple viaje en autobús o tranvía puede transformarse en
una torre de Babel”.

 “ De la lengua, el habla y otros exilios…” por Mariano Ibeas Gutiérrez

Publicado en la revista "CRISIS" Nº 4.


III

El tercer exilio me llegó a los once años con el bachiller, el internado,  a 200 km. del domicilio de mis padres, era un microcosmos, con profesores que tenían a gala hablar un castellano “mejor que el de Valladolid”. Mis compañeros del Norte, desde Galicia a Aragón,  venían cada uno con un acento particular y todo se barajaba en un “totum revolutum” con un medio ambiente alrededor, hoy desconocido,  en el que sólo hablaban “euskera” los “casheros” y los “arrantzales”,  o sea, agricultores y pescadores. Era la entrada a una “aldea global”.

El cuarto  exilio suponía un nuevo choque, el servicio militar obligatorio. Para la mayoría era la primera ocasión en la que se entraba en contacto con los “otros jóvenes” se realizaban grandes amistades pasajeras, se despertaban rasgos de solidaridad y se descubría al otro en forma de “polaco” o catalán,  “cántabro” o “castellano” por ejemplo, que a veces sonaba como un insulto. El diferente, pasaba a ser próximo, prójimo, mío o nuestro, y éste fue también un buen elemento de socialización o a veces de confrontación. Nadie parece echar en falta esta etapa que actualmente para los jóvenes, se ha transformado en el movimiento “Erasmus” ampliando horizontes y experiencia en Europa y con resultados dispares que van desde el “viaje iniciático” o el turismo a una oportunidad profesional.

Pertenezco a una generación que se educó en la Universidad en los años del estructuralismo, también en los del existencialismo, la nueva novela, el Mayo del 68  y el boom latinoamericano. O sea, para ser más preciso,  en los años en que las cátedras eran mantenidas a distancia por los catedráticos y los “penenes” se ocupaban de llenar los huecos en las clases; cada uno se ocupaba de impartir parte de su “tesis doctoral” recién estrenada que era realmente en el ámbito donde se encontraba más seguros y sus conocimientos eran todavía frescos y más o menos actuales. Corrimos el peligro de integrarnos en un nuevo exilio en el que la lengua era ante todo un artefacto teórico sin ninguna conexión con la realidad circundante, el mundo de los libros, de la literatura, de lo que algunos llaman en la actualidad “lo viejuno”.

 

(Continuará)

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