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NO ME CUENTES EL FINAL

No me cuentes el final
http://www.elpais.com/solotexto/articulo.html?xref=20100829elpepirdv_3&type=Tes&anchor=elpepirdv

JAVIER RODRÍGUEZ MARCOS  

EL PAÍS - 29-08-2010

Lo malo del verano es que ya sabemos cómo termina: con una tormenta que baja la temperatura cinco grados irrecuperables. Seguiremos llevando sandalias con los pies congelados hasta que nos convenzamos de que no hay vuelta atrás, lo mismo que sufrimos los calcetines hasta el bendito 40 de mayo. Todo esto para decir que, según la brillante deducción de Schopenhauer, las cosas tienen un final.

También los libros tienen un final. Otra brillante deducción. De hecho, la diferencia entre un libro malo y uno bueno es que los malos solo tienen eso, final. Claro que antes de la página 301 el autor se ha preocupado de escribir otras 300, pero tanto para él como para sus lectores, el trabajo de escribirlas y el de leerlas no es más que una fatiga absurda, un peaje. A la gente le gustan los finales, pero nadie pagaría solo por ellos.

Los libros buenos, sin embargo, a veces tienen el final en la primera página. Aunque este sea de armas tomar. Un ejemplo: "La mañana del sábado 9 de enero de 1993, mientras que Jean-Claude Romand mataba a su mujer y a sus hijos, yo asistía con los míos a una reunión en el colegio de Gabriel, nuestro hijo mayor. Luego nos fuimos a comer a casa de mis padres y Romand a la de los suyos, a los que mató tras el almuerzo". Así arranca El adversario, de Emmanuel Carrère (Anagrama), un libro sin trampa ni cartón que ni siquiera tiene la desfachatez, y hubiera sido fácil, de hacerse pasar por ficción. En ocasiones el elogio más venenoso que puede hacerse de una obra literaria es que se lee como una novela. La etiqueta es minúscula. ¡Pero si ni siquiera Los hermanos Karamazov se lee como una novela!

... Durante años se editó en el extrarradio de Madrid una revista cuyo colaborador más ilustre era Leopoldo María Panero, pero cuya sección más revolucionaria era la de cine. En ella no había críticas largas ni clasificaciones con estrellas, todo se reducía a una relación de películas en las que cada título iba acompañado de su correspondiente desenlace. El sexto sentido: así. Ocho mujeres: asá. Los otros: también así. Es imposible no añadir, cada tanto, una película o un libro a esa lista: El lector, El niño con el pijama de rayas, Crónica de una muerte anunciada, Familia... Solo los mejores pasan la prueba. No es nada popular, es cierto, pero en tiempos en los que la excelencia compite con la publicidad, contar el final de los libros tal vez sea la última forma de crítica literaria que nos queda. O la primera.

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