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DESDELDESVAN

FRANCISCO BRINES

FRANCISCO BRINES

FRANCISCO BRINES (Premio Cervantes 2020)

Otoño inglés

No para ver la luz que baja de los cielos,

Incierta en estos campos,

sino por ver la luz que, del oscuro centro de la tierra

a las hojas asciende y las abrasa.

Yo no he salido a ver la luz del cielo

Sino la luz que nace de los árboles.

Hoy lo que ven mis ojos

no es un color que a cada instante muda su belleza,

y ahora es antorcha de oro,

voraz incendio, humareda de cobre,

ola apacible de ceniza.

Hoy lo que ven mis ojos

es el profundo cambio de la vida en la muerte.

Este esplendor tranquilo

es el acabamiento digno de una perfecta creación,

más si se advierte

la consunción penosa de los hombres,

tan solo semejantes en su honda soledad,

mas con dolor y sin belleza.

 

El hombre bien quisiera que su muerte

no careciese de alguna certidumbre,

y así reflejaría en su sonrisa, como esta tarde el campo,

una tranquila espera.

               (Belleza del durmiente

que agita imperceptible el mudo pecho

para alzarse después con mayor vida;

como en la primavera los árboles del campo)

¿Cómo en la primavera…?

No es lo que veo, entonces, trastorno de la muerte,

sino el soñar del árbol, que desnuda

su frente de hojarasca,

y entra así cristalino en la honda noche

que ha de darle más vida.

 

Es ley fatal del mundo

que toda vida acabe en podredumbre,

y el árbol morirá, sin ningún esplendor,

ya el rayo, el hacha o la vejez

lo abatan para siempre.

En la fingida muerte que contemplo

todo es belleza: el estertor cansado de las aves,

la algarabía de unos perros viejos, el agua

de este río que no corre,

mi corazón más pobre ahora que nunca,

pues más ama la vida.

 

La rotas alas de la noche caen

sobre este vasto campo de ceniza:

huele a carroña humana.

La luz se ha vuelto negra, la tierra

sólo es polvo, llega un viento

muy frío.

Si fuese muerte verdadera la de este bosque de oro

sólo habría dolor

si un hombre contemplara la caída.

Y he llorado la pérdida del mundo

al sentir en mis hombros y en las ramas

del bosque duradero,

 el peso de una sola oscuridad.

 

               (De Palabras a la oscuridad, 1966)

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